Nuestra cultura se origina en Grecia, de donde trae las ideas fundamentales. Sin embargo, el contexto emotivo con que hemos reinterpretado tales nociones proviene del Cristianismo.

Y cuando hablo de Cristianismo no me refiero a la doctrina evangélica predicada por Jesús de Nazareth, sino a la institución histórica que ha moldeado a Occidente: la Iglesia, sus dogmas, interpretaciones y jerarquías, traduciendo y adaptando la cultura griega a una nueva sensibilidad y a una diferente experiencia de la vida y de la realidad.

Para el Cristianismo, como institución histórico-cultural, la realidad tiene una vinculación clara, directa, establecida, con Dios.

Dios es, para tal interpretación del mundo, fundamentalmente creador; creó el mundo para que pudiera realizarse el fin de la Salvación. Todas las cosas están dirigidas al cumplimiento de esta finalidad. Las que no se conforman con ella nos aparecen, desde esta perspectiva, como cosas mancadas, disminuidas, imperfectas. Todo cuanto es, considerado desde el Cristianismo, actúa como instrumento del Plan divino misericordioso, que es la Salvación Eterna. Es desde tal concepción de dónde trae origen la visión instrumentalista de la realidad.

Así como Dios ha creado el mundo, el artesano crea utensilios y el artista, obras. Cada cosa, por estar subordinada al acto de su creación, depende, para poder alcanzar su plenitud debe ser fiel a los fines o propósitos de su creador.

La destrucción del fuego en Notre Dame de París.

Ahora llegados aquí, se hace necesaria una breve digresión que nos permitirá introducir algunos conceptos necesarios para completar nuestro análisis, a fin de que podamos mostrar cómo se manifiesta el Cristianismo entre los humanos de las postrimerías del segundo milenio de la Era Cristiana.

En el siglo XIX, pensó radicalmente Federico Nietzsche (1844-1900). Sus ideas no tuvieron mucha incidencia en su época, pero en el Siglo XX su pensamiento ha tenido una influencia decisiva. Sus ideas fueron manipuladas para intentar justificar ese ensayo general del infierno que fue la Alemania nazi.

Pero en verdad Nietzsche estaba convencido del poder de las ideas, por ello creía que: Las palabras más silenciosas son las que traen la tempestad. Pensamientos que caminan con pies de paloma dirigen el mundo.

Nietzsche previó la llegada del Nihilismo como nota dominante del desarrollo de la cultura occidental durante los siguientes dos siglos.

¿Qué ha de entenderse bajo esta palabra? Nihil es término latino que significa nada, y el sufijo ismo está por doctrina o concepción. Literalmente, el Nihilismo sería la doctrina que postula como principio de todo a la nada. Empero, para saber lo que entiende Nietzsche en este sentido sólo tenemos que escucharlo: ¿Qué significa el Nihilismo?: que los valores supremos (de la cultura) pierden validez. Falta la meta; falta la respuesta al por qué”, y agrega: "El Nihilismo, es el rechazo radical del valor, el sentido y el deseo. Afirma que con su llegada, "toda nuestra cultura europea se agita ya desde hace tiempo, con una tensión torturadora, bajo una angustia que aumenta de década en década, como si se encaminara a una catástrofe; intranquila, violenta, atropellada, semejante a un torrente que quiere llegar cuanto antes a su fin, que ya no reflexiona, que teme reflexionar”.

Estas palabras, escritas en 1887, parecen un retrato del atribulado y terrible siglo XX.

¿Cuál es, para Nietzsche, el signo de la llegada del más inquietante de todos los huéspedes, del Nihilismo? Es la decadencia del Cristianismo como valor cultural.

¿Qué significa esto? Significa que los hombres ya no contamos con el Cristianismo como el valor supremo, absoluto de nuestras vidas. Significa que el Cristianismo pierde su eficacia histórica, que pierde su veracidad como el valor cultural fundamental de nuestra historia.

Para que se pueda comprender mejor esta última afirmación recurriré a una par de conceptos elaborados por Ortega y Gasset (1883-1955) en una obra publicada en 1940, titulada Ideas y creencias.

Distingue Ortega entre ideas con que nos encontramos -por eso las llamó ideas- ocurrencia- e ideas en que nos encontramos, que parecen estar ahí ya antes de que nos ocupemos en pensar.

Las ideas en que nos encontramos son las creencias. Son las ideas básicas, pues son las ideas que somos.

No es fuego, es el capitalismo en la Amazonia.

Dice Ortega: No hay vida humana que no esté desde luego constituida por ciertas creencias básicas y, por decirlo así, montada sobre ellas. Y agrega: Las creencias, son las ideas que somos. Las ideas-ocurrencia, por otro lado, -dice-, son las que producimos, sostenemos, discutimos, enseñamos, combatimos en su pro o en su contra y hasta somos capaces de morir por ellas. Lo que no podemos es vivir de ellas; concluye diciendo que: el hombre tiene ideas pero está siempre apoyado en creencias básicas… En efecto –agrega–, en la creencia se está, y la ocurrencia se tiene y se sostiene. Pero la creencia es quien nos tiene y nos sostiene.

Pues bien, para Nietzsche, el Nihilismo surge cuando la existencia del hombre occidental  ha dejado de estar sustentada por el Cristianismo.

La cultura de Occidente ha iniciado una marcha hacia la superación del Cristianismo desde el final de la Edad Media. La verdad del Cristianismo, la creación del mundo por parte de Dios y el plan de la Salvación, ya no es la creencia en que se sostiene la vida actual. Sin lugar a dudas discutimos, enseñamos y difundimos el Cristianismo, pero este ya no es, para la mayoría de nosotros, sino una idea-ocurrencia, experiencia intelectual, no vida inmediata, vida espontánea, creencia inmediata y radical.

Con el aparecer del Nihilismo se oscurece el horizonte del mundo, se desvaloriza la atmósfera espiritual de la época, se pierde el sentido de lo trascendente. Se instala en el seno de la cultura como idea directiva la opinión de que la organización técnica y la producción que deriva de ella establecerá un nuevo orden mundial.

Organización en latín viene de strúo que significa poner a disposición, esto es, armar, construir, fabricar, ordenar, habilitar. La organización técnica del mundo consiste en un ordenar y predisponer, provocador de la realidad, de acuerdo a planes de utilización de todo por todo. La organización técnica es la conjunción sin salida de la voluntad de poderío y de la técnica que racionaliza la Tierra devastándola.

Este poner en orden propio de la voluntad de poderlo, que ha sustituido a la voluntad divina en la época de la instauración del Nihilismo, mediante el cumplimiento de la organización técnica del mundo lo nivela todo en la uniformidad de la producción y el consumo. Es la época del capitalismo tardío, de la disolución del mundo en las redes de una globalización de flujos abiertos confluyentes en una dirección circular.

Este proceso desarrolla, para justificar el terrible, salvaje saqueo a que despiadadamente somete a la totalidad del Ente, una pséudoteoría. Inventa una nueva perspectiva casi religiosa: la del dominio absoluto del mercado.

La realidad se torna un mero campo de energías explotables, condensables y dirigibles a cualquier sitio; listas, predispuestas, para ejercer una dominación ilimitada sin objetivo último definido, a menos que no sea el de garantizar la continuidad de la pura circularidad de los procesos y de las redes del sistema.

Esta conexión de dominación y manejo de la realidad fundamenta una experiencia nueva del espacio: crea una espacialidad del desarraigo: el abandono de todo suelo sobre el cual plantar raíces.

En lo temporal, el ente discurre atrapado en las redes de la movilización total en una nueva atemporalidad absoluta: la temporalidad se extasía en el monótono discurrir de una rutina signada por la provisionalidad, intercambiabilidad y reversibilidad de los procesos en el marco de una planificación siempre abierta, sin finalidad, sin finalidad determinada.

Los humanos, en este panorama, nos movemos sobre un horizonte de tierra devastada. Se pierde la esencial relación de las cosas con la Tierra; se cohíbe la capacidad de habitar y edificar en el dominio de lo esencial: habitar en el ser de la propia tierra y en el dominio del propio tiempo.

Se deteriora el habitar y la morada del hombre en la tierra, que viene destruida en las anónimas relaciones que dicta la imperante voluntad de poderío.

La Tierra –que siempre fue ésta tierra concreta, determinada histórica y culturalmente como mi propia tierra, ocupada por nuestras raíces, tierra natal–, se transforma en puro objeto disponible y predispuesto al servicio del querer que se encierra en este vertiginoso paroxismo de meras consecuencias  concadenadas.