Mientras los ojos del continente se posan hoy sobre los desesperantes desafíos que enfrentan Venezuela y Nicaragua, otra crisis de proporciones constitucionales se viene fraguando en la vecina República Dominicana.

¿Y en qué consiste la crisis dominicana?

La crisis dominicana consiste en que el presidente Danilo Medina está empeñado en reelegirse en 2020, aun cuando la Constitución se lo prohíbe. El artículo 124 del texto constitucional dominicano establece de forma clara y contundente que en República Dominicana no habrá tercer término presidencial: “[e]l presidente de la República podrá optar por un segundo período constitucional consecutivo y no podrá postularse jamás al mismo cargo ni a la Vicepresidencia de la República”.

¿Y cómo pretende Danilo Medina superar el impedimento constitucional?

A fuerza de mollero político. Tal y como hizo en 2015, cuando la Constitución de entonces (promulgada en 2010) le impedía presentarse para un segundo término consecutivo. En aquella ocasión Danilo se las agenció para eliminar el obstáculo constitucional a través de una enmienda a la carta magna que consiguió en el Congreso de la República manipulando muy hábilmente los maleables resortes del poder (y del presupuesto).

¿Y qué pasa si Danilo se sale otra vez con la suya?

Sería fatal para la credibilidad institucional de la República Dominicana. Una clase política que enmienda su constitución a troche y moche, y que en los últimos 17 años ya ha enmendado su constitución 3 veces (2002, 2010 y 2015) para posibilitar la reelección de los incumbentes difícilmente puede reclamar credibilidad.

Con respecto a la figura política de Danilo, queda muy mal parado. Después de todo fue el mismo Danilo quien en 2007, cuando se medía en primarias contra el entonces presidente Leonel Fernández, señaló “que cuando un presidente decidiera buscar la reelección tenía que estar en capacidad de tragarse un tiburón en descomposición sin eructar.” Pareciera que después de ocho años en el poder ya no le molesta la reelección, ni mucho menos la peste a tiburón podrido.

Más allá de Danilo, no obstante, el riesgo que corre la República Dominicana con esta intentona reeleccionista es de marca mayor.

¿Y por qué?

Porque a pesar de que la economía dominicana en los últimos años ha ido creciendo a un ritmo de sobre un 8%, no es menos cierto que los gobiernos de Danilo han elevado de forma desmesurada el gasto público. La deuda de la República ronda los $44,000 millones de dólares. Inclusive, la naturaleza de la deuda pública dominicana ha ido cambiando. Lo que antes era una cartera de deuda mayormente en manos de instituciones multilaterales, hoy es un catálogo diverso de obligaciones en manos de bonistas privados y fondos buitres que se han ido nutriendo de las múltiples emisiones de bonos soberanos que en los últimos años se han hecho en el vecino país. Y gran parte de esos fondos han ido a parar a los bolsillos de los enchufados al poder —quienes, casualmente, reclaman a gritos un tercer término de Danilo. Cualquier estallido de violencia política podría desembocar en una aguda crisis fiscal con graves consecuencias sociales.

Bien haría Danilo en emular el ejemplo de los padres fundadores de la República Dominicana, quienes consagraron el principio de la no reelección en la Constitución de 1844, en lugar de copiar a Pedro Santana, Buenaventura Báez, Ulises Heureaux y Rafael Leónidas Trujillo. Bien haría Danilo en imitar la ética de su mentor político, el inmarcesible Juan Bosch, quien en el artículo 123 de la Constitución de 1963 dejó fuera la reelección. Insistir en lo contrario es dejarse arrastrar por la vanidad hacia el lado equivocado de la historia.

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