Toda la problemática fiscal y por vía de consecuencia, del endeudamiento, repercute para bien o para mal, vale decir, trae consigo eufunciones o disfunciones en el mercado laboral y en las remuneraciones en una sociedad. Ello así porque ambas categorías (Mercado de trabajo y salarios) afectan a las personas en las perspectivas económica, sociológica y psicológica.

Al efecto, una política fiscal inadecuada, sobre todo sistemática y permanente en el tiempo, posibilita el corolario del endeudamiento. Genera, por así decirlo, una centrífuga desfigurada en la calidad de los empleos en la forma de la creación de riquezas y en la cantidad de los empleos.

República Dominicana desde el año 2000 hasta el 2017 solo ha tenido un superávit primario en el 2007; en todos los demás, esto es, a lo largo de 16 años, hemos contado con déficits que sumados llegan a los RD$ 1, 378, 577,37 (un billón, trescientos setenta y siete mil millones de pesos). Esos desequilibrios se agigantan pesarosamente, cuando se auscultan, se profundizan en la composición de los gastos: Promedio 85% en gastos operativos, de salarios, de trasferencias y de compras de bienes y servicios. El CREES en una importante entrevista a su Vicepresidente Ejecutivo, Ernesto Selman, señaló que los ingresos en los últimos 27 años habían crecido 14.2 veces; en cambio, los gastos aumentaron 17.9 veces. Que los gatos corrientes habían crecido 26.4 veces y los gastos de capital, apenas 7.8 veces.

Esa pésima distribución de los ingresos perjudica la generación de las riquezas y por vía de consecuencia, drena la capacidad de generar empleo, mayor productividad, vía el aparato productivo, a través de más dinero para el sector privado para invertir en la creación de bienes y servicios, en mejores innovaciones, mayores emprendimientos. Los déficits fiscales han traído consigo su hermano gemelo: el endeudamiento. Cuando de manera continua, estos dos déficits se conjugan, podemos decir que, en esencia, la economía real no es verdaderamente sana y que su ritmo galopante, lleva en su vientre un estallamiento frente a cualquier factor negativo, tanto interno como externo.

Para el 2000, la deuda, con cifras del CREES, que anexamos sus cuadros, la deuda era de US$3,244 millones de dólares. Para el 2017 estaba ya en la friolera suma de US$30,587 millones de dólares. Si adicionamos el déficit cuasi fiscal del Banco Central, se remonta de manera exponencial a la estratosfera cantidad de US$42,378 millones de dólares. Eso trae consigo una sangría de los ingresos tributarios muy perjudicial para la sociedad dominicana.

Comprendemos lo que encierra el coeficiente de la deuda con respecto al PIB, empero, esa no es la relación más importante. Se requiere ver la relación de lo que tenemos que pagar con respecto a la recaudación de los ingresos que genera la economía. Ese es, el gran drama, el profundo dilema en que nos encontramos. El lacerante trance en que se encuentra la población de hoy y, las generaciones futuras. En el año 2000, como nos dice CREES, pagamos solo 3.4 % de intereses de la deuda; en el 2017 pagamos 22%. Ahora en el 2018 está consignado en el presupuesto el 23%. Esto es, de intereses, pagamos 23 pesos, por cada 100 pesos. Si sumamos el saldo de la deuda, esto nos lleva a cerca de RD$39 a RD$41 pesos de cada 100 generado en la economía.

Lo que estamos diciendo es que, en perspectiva, no hay economía como la nuestra que pueda soportar ese peso del saldo de la deuda. Por lo que trae consigo, el constreñimiento para el Gobierno, ser el ente que propicie un crecimiento de la economía más armónico, más sano. Estamos descansando en un crecimiento inducido vía el endeudamiento, que propicia más consumo, derivado en una doble trampa: más consumo vía más importaciones; dimana aquí la necesidad de más dólares. Dado que las exportaciones y las inversiones extranjeras no crecen significativamente, ronda la insostenibilidad, y, con ello, la crisis a mediano plazo.

Es lo que está generando, entre uno de los factores, que el empleo no crezca más allá del aumento estacionario de la población económicamente activa; y que, al mismo tiempo, no se originen empleos de calidad y donde la informalidad del empleo prevalezca. De nuevo CREES nos pone a pensar: De 121,066 empleos creados, 102,583 fueron informales en el 2017, esto es el 82%. De los 18,113 empleos formales, 60% fueron creados en la Administración Pública. En el primer trimestre del 2017 los niveles de empleo en el Estado Dominicano fueron así: Administración Pública y Defensa: 215,507 empleos; Enseñanza: 259,560; Salud y Asistencia Social: 157,524; y, Otros Servicios: 265,262. Totalizan 897,853. Para el último trimestre del mismo 2017, la diferencia de empleados fueron 43,836 ya que totalizaron 941,689.

Los empleos informales crean riquezas en la sociedad, pues demandan bienes y servicios; empero, ganan menos, son empleos menos intensivos en el capital humano y la inmensa mayoría están fuera de la Seguridad Social, con todo lo que esto implica en la protección social, en los niveles de calidad y bienestar presente y futuro de ese 58.8% que pertenecen a la informalidad.

El empleo formal gana promedio por horas: RD$110.10, en cambio, el empleo informal: RD$85.47. Estos últimos, no aportan a la Seguridad Social, quedan desprotegidos en el tiempo, cuando ya no tengan fuerza para vender su fuerza de trabajo. La mayoría no cuentan ni siquiera con un seguro decente y, por otro lado, pertenecen al Régimen Contributivo Subsidiado, un catálogo que a los 15 años de la puesta en ejecución de la Seguridad no se ha puesto en vigencia. ¡Un verdadero drama social!

Como vemos, no es solo el Modelo Económico de la economía que limita la cantidad y calidad de los empleos, sino la asunción de un hoyo cristalizado en los dos déficits gemelos: fiscal y endeudamiento, corolario de un pésimo Mercado de trabajo. Por eso comprobamos que crecimiento y empleo no guardan una relación simétrica, si no a menudo turbulenta, como es la realidad dominicana. El desempleo ampliado en el 2018 es más alto que en el 2000.