Crimen y castigo –además de ser una novela perfecta en cuanto obra de arte, ya que refleja el horizonte ideológico y cotidiano de su tiempo, encarna, así mismo, el inicio de una época de crisis económica sin precedentes y de relajamiento de los valores tradicionales, que rinde las consecuencias de la gran guerra de Crimea, en la que Rusia viene derrotada y económicamente arruinada por las grandes potencias occidentales.
Como señala el acucioso estudioso de ese grave conflicto, el historiador inglés Orlando Figes: La guerra de Crimea 1853-1856 es un eslabón fundamental en la historia europea, pues de ella se puede decir que constituye la última cruzada y, a su vez, la primera guerra moderna, ya que, además, en cierto modo, es un antecedente de la Primera guerra mundial.
La primera excusa para comenzar la guerra fue de carácter religioso. Rusia se presenta como la protectora de los cristianos ortodoxos que habitaban en el Imperio otomano y Francia asume la protección de los católicos. Sin embargo, por detrás de esas supuestas motivaciones religiosas se encubren evidentes ambiciones de carácter crematístico y concretos objetivos geoestratégicos
La guerra concluye con la derrota del Imperio ruso al perder el bastión de Sebastopol. El gran León Tolstoi, describe en un libro titulado, Relatos de Sebastopol, publicado en 1855, sus experiencias durante el asedio de esa ciudad-fortaleza de Crimea.
El 30 de marzo de 1856 se firma en París el armisticio. En el acuerdo se acogió la autonomía de las provincias rumanas de Rusia. Además, el Imperio tuvo que retirar su flota del mar Negro y perdió su derecho sobre los cristianos ortodoxos de Turquía.
La guerra fue en extremo violenta, provocó cincuenta mil bajas en el ejército ruso, setenta y cinco mil entre franceses y británicos y más de ochenta mil entre los turcos.
Sin embargo, el gran desastre lo experimentó Rusia. La guerra se financió con empréstitos contratados con los grandes bancos occidentales y el país se tomó varios decenios para poder honrar el pago de los mismos. Esto ocasionó un progresivo declive de la nación frente a las demás potencias europeas durante los siglos XIX e inicios del XX, lo que se manifiesta en sus derrotas militares. Primero, en la guerra Ruso-japonesa en 1905, y con la hecatambe sufrida en la Primera guerra mundial.
Otra consecuencia –que circuló como un rumor al que muchos creyeron, sin poder comprobarse documentalmente–, fue el suicidio del Zar Nicolas I.
Este fallece el 02 de marzo de 1855, antes de la caída de Sebastopol. Pero ya en ese momento era perceptible el fracaso y la probable derrota rusa en la conflagración. Se le notaba deprimido en los últimos meses antes de su muerte y tenia conciencia de la humillación que le impondrían, en los tratados de paz, los vencedores.
Tras esta terrible derrota y la muerte de Nicolás I, Rusia, con a la cabeza un emperador joven, Alexandr II, hombre sensible y conocedor de la cultura de su tiempo, pero abrumada por calamidades de todo género, debe asumir indefectiblemente un proceso de transformación y modernización; debe realizar profundas reformas en las estructuras de gobierno, la economía, la organización administrativa del país, el estatus de la gran masa campesina, la modificación de la administración de justicia, las fuerzas armadas e iniciar un intenso y laborioso proceso de industrialización para mantener su estatus como potencia europea.
Durante su reinado, Alejandro II se concentra –en diversas ocasiones, incluso en el momento previo a su asesinato, acontecido en 1881, a elaborar un proyecto para dotar al Imperio de una constitución política que permitiera una mayor participación ciudadana en la definición de las políticas de Estado. Por ello –hasta los bolcheviques lo reconocerán con el título de Zar libertador–.
El monumento erigido en su memoria en el siglo XIX fue el único, dedicado a un Zar, que no fue tocado durante ese reinado de terror y de negación histórica, que fue la Unión soviética
Dostoievski representa en la novela el momento inicial en que se efectúan tales cambios y el proceso de implantación de las reformas, tal como lo percibe la gente de San Petersburgo en sus modos de vida cotidianos.
Crimen y castigo es una novela cuya circunstancia la constituye el dinero y todas sus diversas formas de manifestarse. Exhibe el momento –debido a la situación histórica que he descrito– en que empieza a instaurarse el capitalismo en Rusia y comienzan a regir formas de interpretar las relaciones existenciales fundamentales de la vida humana bajo el criterio de lo monetario y lo útil.
Es cuando comienza a prevalecer, en las nuevas generaciones, ideas e interpretaciones que pretenden poner en marcha procesos de cambios revolucionarios basados en inéditas concepciones sociales e la afirmación de ideas sobre la ciencia que postula el positivismo.
He descrito, en otro artículo, la grave crisis económica que tuvo que encarar el novelista para intentar solventar las deudas que heredó de la administración de la revista que publicaba con su hermano. Debe responsabilizarse de las deudas que hereda, pues entonces su proyecto de vida se centra en continuar la publicación y pagar sus débitos a costa de contraer otros nuevos a su nombre, para pagar los vencidos.
Sin embargo, la realidad se le impone. Al final renuncia a continuar con la publicación de la revista. Asume su destino que le impone, si quiere sobrevivir, escribir una nueva novela.
El argumento de la misma lo impone la época, este consiste en relatar metafóricamente su propio drama y comienza a redactar tan pronto como termina de liquidar su infeliz empresa.
¿Cuál podría ser el tema de su nueva obra? Se le imponen los problemas del dinero con todo lo negativo que su falta trae consigo: Como dice el personaje Marmeladov: la pobreza no es un vicio… […]. Pero la indigencia, señor mío, la indigencia es un vicio. En la pobreza aún se puede conservar la nobleza de los sentimientos innatos. En la indigencia nadie lo hace nunca. […]… uno es el primero que está dispuesto a ultrajarse. [Primera parte, cap. II]
El contenido de la obra no puede ser otro que la concreta circunstancia que vive la gran mayoría del pueblo ruso que habita de las grandes ciudades. Es el problema del dinero, el litigio con los usureros, los informantes y policías, el maltrato de los pobres peones, la crisis existencial de Raskolnikov, los billetes de pequeño corte de Alëna Ivanovna, la ususrera asesinada, las carpetas de mil rublos al cinco por ciento de Lužin y Svidrigajlov…
El relato de la crisis del dinero manifiesto en el cuadro de la novela con la intensidad de la experiencia vivida, se revela al mismo tiempo en todo su drama ideal y se profundiza en la épica de la miseria, asumida como el problema esencial de la ruina que se cierne sobre innumerables jóvenes talentos, mientras encontramos inmensos medios en manos de parásitos ominosos, perniciosos, especuladores.
Por primera vez en la literatura rusa los abismos que producen la ausencia del capital, colocado acremente en el centro de la novela, adquiere en su desarrollo el carácter y la profundidad de una tragedia social perturbadora. El novelista recrea su ambiente característico: un universo de profetas que actúan en medio de cajas fuertes e intereses mezquinos.
Dostoievski, quince años después cuando regresa de su exilio de diez años, se encuentra ante una ciudad completamente cambiada, con nuevos hábitos y nuevas relaciones sociales por la animación política que reinaba. El novelista recuerda los años finales de la década de los cuarenta, que tanto lo habían agitado y maltratado, afligido por la tiranía y afligido por la infeliz situación de una Francia ideal dividida en dos por la revolución de 1848.
A Lenin, igualmente –según describe en el libro fundacional del partido bolchevique: ¿Qué hacer?, escrito en homenaje a Černyševskij, considerado ya como el padre espiritual de la revolución–, parece que en los años sesenta renace en Rusia el 48: La animación del movimiento democrático en Europa, la agitación en Polonia, el descontento en Finlandia, la necesidad de reformas políticas adelantadas por toda la prensa y por toda la nobleza, la difusión por toda Rusia del Kolokol ( La Campana, la revista de Herzen, editada en Londres), la poderosa propaganda de Černyševskij que sabía incluso con los artículos sujetos a censura educar a auténticos revolucionarios, la aparición de proclamas, la emoción y esperanza de los campesinos, que muy a menudo tuvieron que ser forzados por la fuerzas militares con derramamiento de sangre para aplicar ese Manifiesto de la liberación de los siervos, el malestar estudiantil: en tales circunstancias, el más prudente y lúcido de los políticos hubo de considerar un brote revolucionario como bastante posible y una revuelta campesina como un peligro cercano, posible y grave.
En una era tan agitada y catastrófica como eran los esos años sesentas, y desde la perspectiva de la inauguración del capitalismo en Rusia, Dostoievski reanudó –después de diez años de silencio–, su actividad literaria.