Cierro esta hermenéutica de Crimen y castigo de Dostoievski. Al detallar algunas características de la novela en el artículo de la semana pasada resaltaba las particularidades que asume el castigo en la figura del asesino. Este no consiste tanto en la condena penal que le imponen los jueces, sino que lo manifiesta mediante una poderosa metáfora. El castigo agobia como la conmoción que produce una mosca.
En la tercera parte de la obra, en el capítulo sexto, el asesino experimenta en un duermevela, una pesadilla donde tal insecto constantemente lo intranquiliza, lo desasosiega y lo perturba. Dostoievski emplea esta imagen para mostrar la vida fastidiosa, delirante y alterada con que se manifiesta el castigo.
En un artículo anterior –debo hacer ahora algunas referencias a escritos pasados de esta serie, ello es inevitable, ya que debo articular la conclusión de mi exposición, y tengo que recordar al lector algunos temas fundamentales para edificar la síntesis de la obra que analizo–, indicaba el rasgo fundamental que diferencia al nihilista Raskolnikov de los demás especímenes de despiadados revolucionarios de su tiempo.
Señalaba entonces que el atributo que lo distingue es que Raskólnikov viene presentado inicialmente como un cabal nihilista, fiel a las ideas de su generación. Pero a diferencia de los demás, es un ser en evolución; esta abierto al cambio, no es un dogmático encerrado como los demás, o un iluso que cree que ha encontrado la solución definitiva a los problemas metafísicos o existenciales del ser en relación con su tiempo. Tiene un certero sentido de que en todo acontecimiento humano prevalece la posibilidad de cambio. Para él, el sentido de la existencia humana se manifiesta como posibilidad de transfiguración.
Este proceso de mutación y metamorfosis lo conducirá desde la afirmación de su filosofía del crimen hasta transmutarse –desde el descubrimiento de la palabra de Dios–, cuando su corazón se abre al arrepentimiento basado en la aparición en su espíritu del conocimiento y aceptación del poder renovador del Evangelio.
Este proceso se inicia cuando descubre y experimenta que Sonia, la joven prostituta –una disoluta y escoria moral a los ojos de la sociedad– asume acompañarle a Siberia y le ofrece aquello que él más necesita, la piedad de otro ser humano para cargar con su aciago destino de asesino.
El descubrimiento de esta predisposición y sentimiento, le ha servir de balsamo vivificador al romper el aislamiento que lo encierra en sí y le impide relacionarse con los demás.
La piedad y el amor que encuentra en Sonia es la primera manifestación de la luz espiritual que le permitirá reinsertarse en el todo del ser y en la sociedad.
Para Dostoievski un asesino es alguien que con su crimen se separa de su pueblo, de su familia, de sus allegados. Crea un muro infranqueable entre él y la sociedad. El suplicio que produce este trance, las terribles emociones que lo embargan hacen de sus sentimientos y consciencia moral un averno, un lugar de pena y aflicción.
Para avanzar, ahora, hacia la conclusión moral de la obra, paso a tratar y describir el personaje de Sonia.
Desde niña crece cercada por el alcoholismo de los padres, de la necesidad material, de la orfandad temprana, la mala educación y la cacería voraz que los potentados dan a su cuerpo joven. Estas características vienen consideradas, también, como las principales causas del desarrollo de la prostitución según la sociología de la época. El arte de Dostoievski capta estos factores en Sonia, que determinan su biografía.
En 1862, en un artículo publicado en la revista de Dostoievski, Vremya, La época, titulado, Nuestra moral pública, se indica al pauperismo como la principal causa de la caída de la mujer. Esto es: la miseria, la inconsciencia, la ignorancia, la venta de la hija al libertinaje por la indigencia que la transforma en puro objeto comercial.
Empero, para Dostoievski existe la posibilidad de que estas niñas, a pesar de existir en el cieno, conserven en su interior, un alto sentido moral. Aparecen aquí la característica de Sonia Marmeladova. Las manifestaciones externas de la depravación no tocan las fibras interiores y no es posible relacionarlas.
Señala el autor: uno puede encontrarse con un centenar de mujeres públicas en una noche, sin tener la menor noción del estado de su moralidad. Para descubrirla habría que adentrarse en su mundo interior y desde esa perspectiva observar su conducta. Cada caída tiene su propia triste historia, y el moralista debería tener esto presente. Mas no pensamos en ello.
Los clientes circulan por los mercados y se informan de precios. Se observan masas de mujeres caídas, atormentadas; pura mercancía y racimos de compradores codiciosos, y se exclama: ¡Qué horror! La depravación se ha apoderado de la sociedad. Solo digo que no sabemos nada definitivo sobre la depravación, a pesar de que hemos estado en el mercado de la depravación. [Joseph Frank, Dostoievski, Los años milagrosos, 1865-1871, p. 151 y p. 181, FCE, México, 2010]
Contemplamos las víctimas de la perversión, las consecuencias de un vergonzoso comercio, el mercado, la masa de bienes y compradores, pero de la depravación misma no tenemos la menor noción… En nuestro mercado no hay más que escombros, existencias rotas, hambre, desnutrición, lamentos, pintalabios y maquillaje, pobreza y miseria: en fin, las manifestaciones públicas de todo lo que ha echado la espuma de una sociedad en crisis; pero la fermentación en sí pasa desapercibida. Solo salen a la luz los residuos humanos destruidos. [Joseph Frank, ibídem.].
El novelista critica la afirmación común de que entre los pobres hay mayor desenfreno –y afirma– que esto acaece porque su vida es más visible, más abierta, más cínica, pero no olvidemos que en este entorno la degeneración tiene sobretodo el carácter del horror, de la desesperación, un carácter oscuro, desgarrador, que lo coloca al borde extremo del abismo.
En la corrupción refinada hay, a diferencia, un cálculo frío. Sus escalones están rodeados de hielo y, si es necesario, de purpurina y oro. A menudo, la multitud no lo ve y más a menudo no lo entiende. Pero es de allí que comienza a fermentar el veneno que infecta la pobreza y la ignorancia.
Dostoievski polemiza con la imagen que proyecta la obra: ¿Qué hacer?, de Chernishevski, que presenta como un gran resultado la regeneración de una prostituta. En la literatura de los años cuarentas a los sesentas, el tema de la salvación de la mujer caída es un tópico.
La literatura de vanguardia indica esta solución para la prostitución. Pero en su disputa con Chernishevski y la literatura radical, Dostoievski propone una antítesis, plantea una inversión del asunto como solución del problema.
Sonia, que se gana la vida con la tarjeta amarilla, es llamada a salvar y regenerar a quien, en opinión de Dostoievski, es un pensador notable que se ha manchado las manos de sangre en nombre del triunfo de un principio abstracto.
Empero, Sonia –que se vende por treinta rublos de plata, ¡los treinta denarios de Judas!–, es la portadora que predica y ejerce los valores de la resignación, del altruismo y el amor que salvarán al nihilista Raskólnikov de sí mismo, poseído por el orgullo de su intelecto y su pasión fría.
El epílogo de la novela es su incipiente conversión al Evangelio. El escritor contrapone la piedad y el amor que predica y práctica el cristianismo versus la doctrina del socialismo ingenieril de Chernishevski.
Esta perspectiva nos encierra y gobierna en una forma de considerar la existencia que valora los aspectos ordinarios, utilitarios, pragmáticos del universo. Identifica únicamente como valioso aquello que es pasible de ser manipulado o de ser insertado en estructuras sistemáticas, objetivables, cuantificables, de eficacia inmediata, que concebimos como la única forma posible de ser del universo.
El legado de Dostoievski se expresa al contraponer a la visión ingenieril propia de especialistas –que domina en nuestra época–, y que tiene como objetivo principal aplicar tecnologías, manejar instrumentos, maniobrar personas, objetos o territorios, y reproducir entes sin identidad, cada vez más perfeccionados, sin llegar en ningún momento a problematizar los aspectos esenciales del ser, que se manifiestan en las cuestiones fundamentales sobre el de dónde, el qué es y el hacía dónde del sentido del mundo.
El epílogo de la novela, con la pesadilla de Raskólnikov y su incipiente conversión al Evangelio, plantea por primera vez en términos abiertos el tema básico del posterior Dostoievski: Cristianismo versus socialismo.
De la descripción de los detalles del arrepentimiento y del amor que nace como conclusión de la novela no hablo de ello, los dejo pendientes como un estímulo para que el lector se motive a leer esta obra grandiosa de la literatura universal.
Finalizo con el verso con que Dante concluye su poema, que condensa el poder reunificador del amor, que expresa Dostoievski al cerrar su obra: L’amor che move il sole e l’altre stelle. [El amor que mueve el sol y las demás estrellas, Paradiso, XXXIII, v. 145].