Cierro este detallado análisis literario-filosófico de una obra paradigmática de ese genio de la humanidad que es Dostoievski, obra que está universalmente reconocida como uno de los grandes monumentos de la historia. La divido en dos secciones, una primera, sobre cómo va descubriendo Raskólnikov en su conciencia, la zozobra, la inquietud y el extravío que constituyen las espantosas vivencias que experimenta después del crimen.
La perniciosa expiación del castigo no derivará de la sentencia penal, ni de tener que descontar la condena que dictaminen sus jueces, sino que este se revela en el proceso de crispación y hundimiento existencial que padece como un estado total de conmoción emocional, indefensión, desequilibrio, permanente ansiedad, depresión, desasosiego, inquietud que poco a poco arropa su espíritu y toma posesión en su conciencia e inconsciente.
En todo momento el remordimiento de saber que ha derramado sangre, de ser un homicida, un asesino, le impide relacionarse con los otros y transforma su existencia en una circunstancia amarga, miserable, terrorífica, anhelante, afanosa y perturbada; lo que lo conduce a descubrir y a experimentar el sentido profundo del daño causado.
Esto hará nacer en él un sentido de re-mordimiento, de arrepentimiento adolorido, de contrición por el dolor y la destrucción irreparable provocada; lo induce a descubrir con discernimiento sensible el mal ejecutado y abrirse a percibir desde lo más sombrío de las entrañas de su ser un sentido de solidaridad por el destino infligido a las víctimas, asumir un cambio radical de su existencia fundamentado en la compasión y sobre todo, des-cubrir el papel sanador, vivificador del amor tanto por el Ser Supremo como por lo humano.
Comienzo, ahora, a tratar sobre el castigo, sus manifestaciones y las consecuencias destructivas para la personalidad del asesino. Retomo la expresión con que inicia su idea del crimen, que cité en el artículo anterior: El culpable es un enfermo. Allí describe con maestría y brevedad ejemplar las vivencias que experimenta: su existencia se transforma en un padecimiento de la conciencia.
Gary Rosenshield, escritor ruso señala que la novela constituye un estudio psicológico de un criminal solo, después del asesinato. [Crime and punishment, Lisse, 1978, p. 15, Amsterdam.]
La relación entre el crimen y la sanción la establece claramente el autor: el asesinato permanece omnipresente en la cabeza del personaje y en eso consiste el abismo del castigo. Este cristaliza en un estado de desasosiego total: físico, psicológico, social, legal y moral: fiebre, locura, angustia, paranoia. Su castigo es su lucha interior.
Después de la condena apunta: si existe algo en la tierra especialmente difícil para mí, es hablar y tener relaciones … con los demás; no sé cómo expresar exactamente lo que sentí entonces, pero fue el instante de mi angustia más opresiva, durante todo el mes en el que pasé por tantas torturas interminables.
Sólo en el epílogo, el castigo se torna en penitencia formal, cuando decide confesar y acabar con su alienación. Su nombre, Raskólnikov, significa en ruso, hereje, alguien separado, escindido, y trae origen del término con que se designaba los cismáticos religiosos: Raskolnik.
Un asesino es alguien que con su crimen se separa de su pueblo, de familiares y allegados. Instaura un muro infranqueable entre él y la sociedad, que se impone él mismo. El suplicio que produce este trance, las terribles emociones que lo embargan hacen de sus sentimientos y conciencia moral un averno, un lugar de pena y aflicción.
Precisamente la tesis de George Steiner sobre la obra del novelista ruso es que es un autor trágico. Este crítico señala que: Quizás hay en los mismos orígenes del drama, como han supuesto los antropólogos, oscuros pero indelebles recuerdos de los sacrificios rituales. Tal vez el movimiento pendular del asesinato al castigo es peculiarmente emblemático de aquel progreso desde el acto irregular hasta el estado de reconciliación y equilibrio que asociamos con nuestras mismas nociones de lo trágico. El asesinato, además, pone fin a la intimidad: por definición, en la casa de un asesino las puertas pueden ser forzadas en cualquier momento; sólo le quedan tres paredes, y esto es otra manera de decir que vive «escénicamente». [George Steiner, Tolstoi o Dostoievski, Cap. III, p. 150, Ed. Siruela, 2002, Madrid, España].
Lo que Steiner manifiesta sobre el asesino, me parecen capital. Las puertas de la casa del asesino las desquician los periódicos y las revistas, las noticias que registran estos hechos de crónicas con grandes detalles y la reconstrucción gráfica de la escena del crimen.
En 1869, en una carta, el novelista señala: Cualquiera que sea el periódico que lea, se encontrará con hechos absolutamente auténticos que, sin embargo, le parecen extraordinarios. Nuestros escritores los consideran fantásticos y no los toman en consideración; y sin embargo son la verdad, porque son hechos. Pero, ¿a quién le importa observarlos, registrarlos, describirlos? [Steiner, ibídem.]
Sobre el castigo en Raskólnikov, como arquetipo del criminal, se debe agregar, según su percepción original, el terror que produce en su espíritu la posibilidad de una condena judicial, el desprecio y la desconsideración de la gente y el abandono y negación de los lazos de amistad que los unía a sus compañeros y el desdeño de familiares y vecinos.
A esto se agrega, en su cabeza, la previsión del enorme peso y la devastación que produciría en su físico la ejecución de la condena a los trabajos forzados en la Katorga, en Siberia.
Dostoievski que en 1849 fue deportado como preso político hacía Siberia y vivió en esas tinieblas durante cinco años relata esa terrible experiencia en una obra de gran dramatismo que publica a su regreso de esa selva oscura [Dante] en los comienzos de los años sesentas: Memoria de una casa muerta.
Raskolnikov vive tras el asesinato, en un continuo temor, un temor como un hielo helado que se apodera de él cuando se menciona la palabra sangre, como dice el autor.
En esta experiencia, el personaje aparece como un penado en un estado destructivo producido por la más oscura melancolía, bajo el sol negro, como reza el título del libro de Julia Kristeva sobre el tema, alternando en una irresoluble contradicción la desesperación, una furia fría y el tenebroso infierno de su tormento.
Concluyo con una poderosa metáfora, una imagen mediante la cual el autor intenta mostrar físicamente, de manera palpable, el sentido aberrante de la presencia estremecedora del castigo.
Raskolnikov duerme en una pesadilla. Esa es la forma común de reposar su desasosiego. El castigo es como una mosca que jamás descansa de importunar.
Añado sobre el valor simbólico de la mosca, que evoca la corrupción y la fragilidad de la existencia. Representa también al demonio, a Beelzebú. Su nombre, en efecto, significa: El señor de las moscas.
He aquí la pesadilla: Escucha, con temor, el ruido de sus propios pasos. ¡Señor, qué oscuridad! El vestíbulo estaba oscuro y vacío como una habitación desvalijada. Por la ventana se veía la luna, redonda y enorme, de un rojo cobrizo. Es la luna la que crea el silencio –pensó Raskólnikov–, la luna, que se ocupa en descifrar enigmas. ¡Qué calma tan profunda…! De pronto se oyó un seco crujido, semejante al que produce una astilla de madera al quebrarse. Después todo volvió a quedar en silencio. Una mosca se despertó y se precipitó contra los cristales, dejando oír su bordoneo quejumbroso.
Lo que vio le llenó de espanto: la vieja reventaba de risa, de una risa silenciosa que trataba de ahogar, haciendo todos los esfuerzos imaginables. De súbito le pareció que la puerta del dormitorio estaba entreabierta y que alguien se reía allí también. Creyó oír un cuchicheo y se enfureció.
Raskólnikov intentó huir, pero el vestíbulo estaba lleno de gente. La puerta que daba a la escalera estaba abierta de par en par, y por ella pudo ver que también el rellano y los escalones estaban llenos de curiosos. Con las cabezas juntas, todos miraban, tratando de disimular. Todos esperaban en silencio. Se le oprimió el corazón. Las piernas se negaban a obedecerle; le parecía tener los pies clavados en el suelo… Intentó gritar y se despertó.
Tenía que hacer grandes esfuerzos para respirar, y aunque estaba bien despierto le parecía que su sueño continuaba. La causa de ello era que, en pie en el umbral de la habitación, cuya puerta estaba abierta de par en par, un hombre al que no había visto jamás le contemplaba atentamente.
Raskólnikov, que no había abierto los ojos del todo, se apresuró a volver a cerrarlos. Estaba echado boca arriba y no hizo el menor movimiento. ¿Sigo soñando o ya estoy despierto?, se preguntó.
Sólo se oía un moscardón que se había lanzado contra los cristales y que volaba junto a ellos, zumbando y golpeándolos obstinadamente. Al fin, este silencio se hizo insoportable.
[Dostoievski, Crimen y castigo, Ed. Akal, pp. 685, 2007, Ed. digital].
Desde el castigo nacerá para él una salida. Alguien va a colmar, para él, su necesidad de piedad. Ese será el momento de su redención.