Desde comienzos de año las estimaciones tanto de la CEPAL como del Banco Central apuntaron hacia un crecimiento significativo de la economía dominicana para el presente año, destacando que sería el más alto de toda la región, esta vez por encima de Panamá que ha sido nuestro principal rival en la competencia por el mejor desempeño.
Son pronósticos tanto más resaltantes al contrastarlos con el pobre rendimiento de otras economías de países del continente de mucho más elevado desarrollo, que se encuentran en franco proceso de retroceso. Tales: Brasil, Ecuador, Chile y sobre todo Venezuela, donde se prevé una tasa negativa del 10 por ciento, acompañada del nivel de inflación más elevado el mundo.
Ahora, a los estimados señalados, se suma el de un grupo de calificados especialistas integrantes del panel FocusEconomic, donde se establece que nuestra economía se habrá incrementado en un 5.8 por ciento al finalizar el presente año, destacando que es la de más acelerado crecimiento regional.
Si se concretan estos pronósticos tan favorables, como ha venido ocurriendo hasta ahora en lo que va del presente año, cuando el Banco Central divulgue tales resultados resurgirá de nuevo la discusión sobre el dilema entre el crecimiento de la economía y su distribución. No es de extrañar que ese 35 por ciento o más de dominicanos que se encuentran atrapados en el estrecho marco de la pobreza, acoja con gran escepticismo las altas cifras del crecimiento económico por más reales que resulten, argumentando con sobrada razón que ellos no se enteran en lo absoluto de una bonanza que jamás toca a sus puertas.
Hay que advertir que ese contraste no se registra solo aquí. Es una situación generalizada y una tendencia cada vez más acusada. Recientemente se publicaron los resultados de un estudio a nivel mundial encargado por una prestigiosa cadena bancaria internacional. Estos evidenciaron que en tanto durante los últimos años la economía mundial ha registrado un crecimiento sin precedentes, es cada vez mayor la concentración de esa riqueza en una cantidad más reducida de manos mientras en preocupante contraste se incrementa la de quienes reciben menores ingresos, que conforman el grueso de la población. Como consecuencia, la propia firma bancaria advierte sobre el riesgo representado por el creciente y persistente desequilibrio social que comporta esta distribución inequitativa de la riqueza. Se trata de una situación insostenible, que se irá tornando más peligrosa en la medida en que se agudice esa tendencia y se amplíe y profundice a favor de una minoría privilegiada que acumula cada vez mayor fortuna frente a la angustiosas necesidades de una mayoría que, por el contrario, se empobrece más a medida que pasa el tiempo.
Mal de muchos, consuelo de tontos. El no tratarse de un fenómeno que solo nos afecta a nosotros, no es excusa para no procurar los remedios. Es uno de los mayores y más apremiantes retos que confrontamos. Con frecuencia se habla de la necesidad de cambiar nuestro actual modelo económico por otro más eficiente y equitativo. Pero hasta ahora no se ha identificado de manera clara el contenido, mecanismos de cambio y alcance del que vendría a sustituirlo, capaz de corregir el grave problema de la distribución tan desigual de la bonanza que debiera fluir con mucha mayor amplitud de ese sostenido y significativo crecimiento de la economía.
Es tarea de extrema urgencia para el gobierno y la sociedad, donde en particular economistas y hombres de empresa, la estabilidad de cuyos negocios depende en mayor medida de poder garantizar la paz social, están impuestos a aportar los primeros sus propuestas y los segundos, sus experiencias prácticas para llevarlas a vías de hecho con el endoso de una sostenida voluntad política que promueva el cambio.
Por lo pronto, hay que insistir en que la solución al problema de la pobreza y la marginalidad no radica en políticas asistencialistas, que si se justifican como de alivio necesario pero momentáneo, en modo alguno aportan la necesaria cura de fondo. Esta básicamente depende de crear oportunidades que permitan a los ciudadanos disponer de un ingreso suficiente y estable para un subsistir digno, para lo cual se requiere dinamizar la creación de más puestos de trabajo y elevar los niveles de la calidad laboral, técnica y profesional de la fuerza de trabajo. De esa forma pudiéramos acercarnos al ideal, cada vez más urgente, de armonizar el crecimiento de la economía y un reparto mucho más equitativo de sus bienes.