“Necesitamos líderes que no estén enamorados del dinero, sino de la justicia,  que no estén enamorados de la publicidad sino de la humanidad”.

(Martin Luther King).

No se trata de ser un prestidigitador de un paradigma falso. Si alcanzamos a ver el reconocimiento de patrones, más allá del pánico y la perplejidad, de lo convulso y terrible que puede ser para la gobernabilidad democrática el continuismo; del costo institucional y el profundo decaimiento de la legitimidad.

El relato del continuismo a lo largo de la historia es desgarrador. De 39 reformas constitucionales, 34 han tenido que ver con el tiempo de los mandatarios de turnos. La ventana de la reelección siempre es un fantasma que ahuyenta el desarrollo institucional y coadyuva a diseñar el cuello de botella que nos trae esta vida política social, circular, tautológica, que nos niega la vida en pleno.

El reconocimiento de patrones nos sepulta como sociedad porque se basa en el sempiterno personaje del momento, en el mesianismo, providencialismo, con visión patrimonialista del Estado, aunque el sujeto de la prehistoria no concite en el presente, admiración alguna, que no sea la posibilidad del decreto y la gaveta de los sobrecitos. El costo institucional del prolonguismo en la sociedad dominicana ha sido trepidante, desolador, para no encontrar el encuentro con la historia. El signo ominoso de la reelección ha sido la paz de los cementerios, la visibilidad del miedo y el llanto de la autocracia como baluarte de la dominación.

Ayer, Pedro Santana, Buenaventura Báez, Ulises Heureaux, Rafael Leónidas Trujillo, Joaquín Balaguer. En cada uno, la expresión sintética era que la sociedad desaparecería sin ellos. Balaguer: “Sin ti se hunde el país”. Ellos eran la encarnación de “lo mejor para la sociedad”. Expresaban la constelación del universo aquí en la tierra. Nada podía ser mejor para el pueblo que ellos empinados en la silla de alfiler. En Trujillo, la patria era él y él era la patria. No se concebía todo lo mejor si no era a través suyo. El resumía toda la historia del pueblo dominicano. Báez se cimentaba en la gloria de decir: “El Ozama piensa y el Cibao trabaja”. Ahí glorifica su figura y la grandeza de su espíritu para dominar el contexto de tu tiempo, de su época.

Hoy, el rito y ritual de los esfuerzos del continuismo no tienen parangón. No hay perfiles creíbles porque hay ausencia de “argumentos”, de ideas, de creatividad e innovación con el pasado. La historia de hoy, es como si la sociedad dominicana no tuviera futuro, como si no existiésemos en el tiempo y en el espacio. La defensa es realmente deprimente. Una pobreza argumental, conceptual penosa, triste, sin la más mínima imaginación encantada. Solo la obsesión y el resentimiento que no se imbrican con el corazón y el cerebro, genera esa porfía en que nos encontramos. La ambición desmedida es síntoma de la miseria humana.

Verbigracia: Que con Danilo la estabilidad macroeconómica es buena y la economía ha crecido a una tasa promedio de 6.3%. Un empresario como Campos de Moya, de naturaleza meramente primaria, dijo “El empresariado está muy contento con las medidas para implementar nuevos negocios en el país”. Creíamos que el Estado es único y que existe independientemente de una persona. La economía dominicana creció entre el 2005 y 2007 a una tasa promedio de 7.3% y en el periodo de la crisis financiera internacional crecimos. Es más, en los últimos 55 años, hemos crecido a una tasa de 5.5%.

El gran problema es que en los últimos 7 años el Presidente actual ha tomado el 39% de toda la deuda pública del Estado dominicano. Que con cifras oficiales el monto de la deuda está en la montaña de 44,000 mil millones de dólares y la composición de la deuda varía como una circunferencia de 360 grados. Antes el 73% de la deuda era con organismos multilaterales y bilaterales; hoy, el 74% de la deuda es con bonos soberanos, más costosa y con menos controles. En 7 años, Danilo Medina nos ha endeudado con 18,000 mil millones de dólares más. ¡Comprometiendo el futuro para solazarse en el presente. Una verdadera falta, ausencia de moral política! El pago solo de intereses de la deuda representa 3% del PIB y el saldo de la misma es más alto que las inversiones en Educación y Salud, respectivamente. Los ingresos han crecido en la economía un 9%, empero, los gastos ha aumentando en un 13%.

Ningún Presidente había tomado tanto DINERO PRESTADO EN TAN POCO TIEMPO. Ningún mandatario había gastado tanto dinero en publicidad (Marketing político). Como también, ningún Ejecutivo de la nación, en los últimos 23 años, había flagelado, desmadrado, descuartizado tanto las instituciones, como el actual incumbente. Solo del 2017 al 2018, la democracia dominicana disminuyó 10 puntos en su valoración. No hay una sola institución que esté mejor valorada hoy que hace 7 años.

La seguridad ciudadana está peor. La gente tiene miedo, temor a salir, cuasi no hay un ciudadano que no haya sido asaltado, atracado, robado, él, un vecino o un familiar cercano. El narcotráfico y el microtráfico crecen como la verdolaga en el campo. La Mortalidad materna e infantil hoy, a 7 años, es más grave. Los empleos generados por la economía informal es más alto que hace 7 años: 2012 (52%), 2019 (56%). Hoy, más jóvenes se quieren ir del país (60%, entre 18 y 25 años) ¡La corrupción y la impunidad siguen su agitado curso. Nada ha cambiado a favor!

Nuestro país no puede ser el hazme reír del mundo con 4 reformas constitucionales en los primeros 18 años del Siglo XXI. Una reforma constitucional es algo muy serio para dejarlo solo en el espacio del Congreso. Toda la sociedad debe erigirse hoy en defensora de la Constitución, porque un cambio en ella traería consigo mayor degradación institucional y menor legitimidad en los alcances de la democracia.

Pensamos, todavía, que todo el escarceo, los alaridos en la construcción de la percepción hacia la reelección, no es ella en sí misma, aunque la contiene. Es el grito desesperado en la fuerza para negociar en mejores y mayores niveles de oportunidades y de blindajes. Nos queda la tarea de actualizar un relato institucional que no es otro que respetar los límites de las normativas creadas y de construir un valladar al poder autocrático de estos actores caracterizados por los simulacros.