Hace trescientos años Giovanbattista Vico formuló su teoría de que la historia da idas y vueltas, “Corsi e ricorsi”.
La actualidad de esa teoría fue puesta en evidencia hace tres años por un artículo publicado en el Clarín por un famoso escritor e historiador argentino, Rodolfo Terragno, quien, en ese entonces, desempeñaba el cargo de embajador de Argentina ante UNESCO.
Más recientemente, un libro muy interesante, Racconti contagiosi, escrito el año pasado por un periodista y amigo italiano Siegmund Ginzberg, y que lamentablemente no ha sido traducido al castellano, ha mostrado cómo la pandemia que nos ha acompañado durante los últimos dos años, con sus medidas de mitigación, el confinamiento, las mascarillas, e inclusive sus escépticos, no es una novedad. Todavía se ven en algunos palacios de Florencia, las ventanillas a través de las cuales se vendía comida durante la peste descrita por Boccaccio en el Decamerón.
Volviendo al artículo de Terragno, llama la atención el número y variedad de los ejemplos moderno en la política, economía y relaciones internacionales, que dan la impresión de un déjà vu. Entre ellos se destaca un tema que él analiza en términos de guerras de religión, recordando y parafraseando lo que Vico escribió, “una ciudad (o país) dividido por religiones está en ruinas o cerca de estarlo”, mencionando como casos de esta naturaleza las migraciones de los rohingyás, de Birmania a Bangladesh y la salida de Siria de una cantidad diez veces más numerosa de migrantes que han huido de ese país hacia Europa en consecuencia de una guerra civil en parte reconducible a la milenaria diferencia entre sunitas y chiitas.
Esta última migración, acompañada de las de migrantes de otros países del Medio Oriente, afganos, kurdos, iraquíes, en estos días está dando lugar a la situación surreal de algunos millares de migrantes que se encuentran en una tierra de nadie, entre Bielorrusia y Polonia, cerca de la ciudad de Hajnówka. Las autoridades polacas no los admiten y si logran pasar los devuelven y, por otra parte, tampoco pueden volver a Bielorrusia.
Esta situación tiene sus raíces en problemas específicos ligados a la realidad política polaca, a sus difíciles relaciones con Europa, por un conjunto de leyes controvertidas, recientemente blindadas por una decisión de la Corte Constitucional polaca que ha negado el rango superior de las leyes de la Unión Europea respecto a las nacionales, y a la Constitución del país, recibiendo por supuesto el apoyo de los países soberanistas de Europa. Decisión ésta que puede llevar a otra salida de la Unión Europea después del BREXIT, pero que en el Día de la Independencia (1918, después de 250 años de la primera división del país) encuentra un soporte nacional y nacionalista, que se nutre de la defensa de las fronteras para defender una legislación antiaborto, anti LGBT y el control del poder judicial que contrastan con las normas comunitarias.
Por otro lado, hay los aspectos específicos ligados a la situación bielorrusa, con las sanciones que la Unión Europea decidió después de la reelección de Lukashenko y que está reforzando en relación al tema de los migrantes, que es considerado que es usado instrumentalmente como reacción a esas sanciones. Entre las sancionadas está la compañía aérea Belavia, acusada de transportar a Bielorrusia los migrantes que luego tratan de entrar a Europa por Polonia y es la misma compañía un vuelo de la cual, entre Atenas y Vilnius, hizo el aterrizaje “de emergencia” que permitió al gobierno bielorruso detener a un periodista de oposición.
Yeso ocurre en el año 2021 en los días 9-10 de noviembre.
Esos días no son dos días cualquiera del calendario. En esa fecha ocurrió algo que presenta algunos elementos en común con lo que está ocurriendo en la tierra de nadie entre Bielorrusia y Polonia. Me refiero al caso de los 17000 judíos polacos expulsados por la Alemania Nazi y no aceptados por el gobierno polaco di Felicjan Sławoj Składkowski, que inclusive les quitó la ciudadanía, mientras como represalia expulsó a alemanes viviendo en Polonia, quienes, en los primeros días de noviembre de 1938, se encontraron en otra tierra de nadie en la frontera polaca, cerca de Zbaszyn.
Las consecuencias son conocidas. En París, un joven judío polaco, Grynszpan, cuyos padres, originarios de Hannover, se encontraban en ese grupo se dirigió a la embajada alemana y disparó contra el primer funcionario que encontró, Ernst vom Rath, quien moriría por el atentado. Esto dio pretexto a Goebbels para el discurso que fue el detonador de la Kristallnacht, la Noche de los Cristales, en la cual se incendiaron sinagogas, destruyeron negocios, violaron cementerios y asesinaron docenas de judíos.
Se me permita una divagación. Justamente el 10 de noviembre pude ver un excelente webinar de Yad Vashem sobre este tema, a cargo de la directora del proyecto Ecos y Reflexiones, Sheryl Silver Ochayon.
Por supuesto, entre los dos casos hay una diferencia profunda, dado que la reacción Nazi, que culminó con las primeras 30000 deportaciones a campos de concentración, se enmarca en el antisemitismo que ya había producido las Leyes de Norimberga, y luego tendría la Conferencia de Wansee y la Shoah. Y esto se conyugó con el antisemitismo del gobierno polaco de la época.
El caso de hoy no se fundamenta en pseudoteorías racistas, aunque racistas son los argumentos de rechazo de la inmigración de Medio Oriente hacia Europa. Pero la coincidencia temporal y espacial (aparte la diferencia entre frontera oriental y occidental) llama la atención.
Cuando hubo la Kristallnacht hubo una que otra voz y acción de disenso. En el webinar mencionado se recordó cómo esa experiencia fue vivida por la familia de Margaret Thatcher, pero en la mayoría de los casos ese disenso no fue más allá del silencio.
Ojalá la experiencia de los migrantes entre Bielorrusia y Polonia no caiga en un silencio parecido que implícitamente acepte una supuesta naturalidad de lo que está ocurriendo. La Europa civilizada, cuyos mejores ciudadanos contrastaron el programa de exterminio de los nazis, debe encontrar una solución para los migrantes de Hajnówka, sin descargar sobre ellos problemas que no les pertenecen y que las últimas declaraciones de Lukashenko amenazan pueden agigantarse.
Pero hay otra experiencia que debemos recordar, de unos meses antes de la Kristallnacht, la inútil conferencia de Evian donde el único país que tomó algún compromiso fue la República Dominicana. Ojalá el “one is too much” del delegado de un país por otra parte muy abierto a la migración no se repita en este caso.