Un cataclismo político recorre América Latina. Una pandemia de corrupción pública visible en estos inicios del siglo XXI, crea las mejores condiciones posibles para avanzar democráticamente en gestión pública y transparencia. Ocurre en la coyuntura de mayor democracia y participación social de la historia americana. Momento donde los asesinatos y los homicidios políticos se extinguen. Período que la sangrienta represión policial se esfuma de las calles. La fase donde en muchos países, los presos políticos, detenidos y exiliados por ideologías sólo existen en libros y revistas de historiografía. El tiempo donde la seguridad de Estado y el espionaje sobre la vida cotidiana y privada de la ciudadanía se atenúan y varios organismos de coerción pública copulan “romántica” e impunemente con el crimen callejero.

Desde el origen del Estado latinoamericano, los estigmas de corrupción de pensamiento, palabra, obra y omisión, caracterizan una lógica histórica puesta a prueba en esta coyuntura. La situación de actos de corrupción que llegan a los tribunales crea una coyuntura donde las fuerzas sociales y los poderes fácticos tienen contra las cuerdas a los políticos. Es una sublime oportunidad para analizar el pensar, el hablar, el actuar y el omitir de los diferentes estilos de corrupción estatal y corrupción privada en América.

En la lógica de la corrupción lo primero que secuencialmente sucede es el PENSAMIENTO de ganancia apresurada. En el lenguaje, los prospectos de corrupción piensan “el cómo se buscarán lo suyo”, obviando el fin último de la entidad pública donde se labora. El pecado del pensamiento corrupto traduce una situación donde el funcionario público corruptible y el empresario privado corruptor, tienen sensaciones, percepciones e ideas que son vitales para lograr beneficio individual. Piensan en gestiones para crear facilidades y tratativas para su decisión de beneficio ilícito. Realmente, el funcionario que “piensa corrupto” tiende a privilegiar “el Tener sobre el Ser”. Favorece una sociedad cimentada en el poder del dinero y en el privilegio del “yo tengo, sobre el yo soy”.

Hay que imponer la vida sencilla y el gozar con lo exiguo, y crear sistemas de méritos espirituales, morales y científicos. Educar en el modo sobrio y honesto del funcionario público y ejecutivo privado. Asimismo, prevenir tentaciones reduciendo el número de veces que los empleados públicos se contactan en directo con los proveedores del Estado, tal como impone la Ley de Contrataciones Públicas (340-06) y la Cuenta Única del Estado.

Sabemos que es en ese relacionamiento que surge el pensamiento que conduce a pronunciar la PALABRA malévola con intenciones de corrupción pública. Mientras en los ministerios y diversos órganos del Estado, los contratistas y proveedores del Estado anden en los pasillos “sueltos en banda” con el “cuchillo en la boca” como Chanok, más fórmulas corruptas van a florecer.

El pecado de PALABRA proclive a la corrupción hace que esta criatura mental transite del simple pensamiento a la idea compuesta y de ésta a la línea discursiva de la corrupción. Quien articula una oración o frase con una propuesta corrupta hace la mitad del trabajo. Son frases socorridas: “si tu no lo haces, lo hará otro”, búscate lo tuyo¨,  “apenas una comisión de 10 por ciento” o “un regalito que no es para mí, sino para el Partido”. Palabras que son parte de frases socorridas en los mentideros del Estado, desde la estructura política de la Colonia Española hasta nuestros días. Se pronuncian vocablos para conseguir mordidas o pequeñas partidas en las diferentes contrataciones públicas.

Desde el mismo origen del Estado, aparece una fuerza pública de coerción militar y asignación de impuestos que aplica contribuciones obligatorias a la ciudadanía. Con los progresos de la civilización y la superación de la barbarie, los impuestos llegan a ser muy pocos y la carga impositiva de las sociedades no permite la armónica conducción del  gobierno y la oferta de servicios de calidad. Por eso el Estado demanda letras (bonos) a futuro, contrata empréstitos y aumenta la "deudas públicas". Diversos estudios de antropología política afirman que “los funcionarios y aparatos públicos son órganos de la sociedad pero siempre que aparecen por encima de ésta”.

El pecado de OBRA corrupta, es la acción putrefacta en lo público o privado. Es el obrar corrupto que en la última mitad del XX y a inicios del siglo XXI, genera casi el 5% del total de la deuda externa del país, el 3% del PIB; el 38% de la deuda con el FMI; el 27% del presupuesto de salud y el 31% del presupuesto de educación. Todo este monto está involucrado en acciones dolosas. Desde hace 50 años existen 20 pequeños procedimientos que recolectan más de 6 mil millones de pesos anuales.

Finalmente, el estigma o pecado de la OMISIÓN  es lo que se calla, silencia, oculta y se encuentra debajo del Iceberg.  Toda pequeña y gran corrupción pública y privada que se genera es como una enfermedad crónica que se controla, pero no se cura. Se gesta como producto asociado a la creación de la riqueza y al fetiche de la mercancía. Se produce muchas veces por apatía u omisión de muchos funcionarios bien intencionados y de buena fe. La corrupción actúa si la transparencia y la ética lo permiten. De ahí que todos los mecanismos que permitan levantar la voz o testimoniar la aversión a tantas aberraciones corruptas cometidas en dictadura o democracia, ayer, hoy, mañana y siempre, son fundamentales para democratizar de forma permanente la naciente democracia dominicana.