En países como el nuestro, subdesarrollado y dependiente, la corrupción y la impunidad le da vida y salud a un sistema que descansa en la explotación del trabajo asalariado, en la propiedad privada de los medios de producción y en la apropiación de los bienes estatales. La energía que circula por ese cuerpo corresponde a los contribuyentes, trabajadores y población en general.

La puerta de entrada del capitalismo se produce cuando arrebata bienes y servicios correspondientes al Estado. Generalmente lo hace utilizando la violencia para apoderarse de los recursos que producen riqueza y capital. Despojar de la tierra a los campesinos, apropiarse de empresas estatales y el robo descarados del erario, ha sido constantes en toda la vida republicana.

El origen de las grandes empresas dominicanas se encuentran relacionadas con sus negocios con el Estado, y su gobierno de turno. El capitalismo anómalo prevaleciente no permitía un flujo considerable de bienes y servicios producidos en el país. Una estructura productiva pobre, muy pobre, limitaba el movimiento de capitales, restringiendo el mercado interno.

La corrupción siempre fue el plato fuerte para consolidar un capitalismo atrasado y dependiente. La impunidad fue su gran estímulo, ya que no existía reglas del juego claramente establecidas que permitiera el establecimiento de una sociedad propiamente burguesa. Navegamos en un mar picado por la avaricia y las ansias insaciables de conseguir cuartos por doquier.

La democracia representativa, forma de gobierno capitalista, sirve, entre otras cosas, para imponer reglas del juego de clase. Su imposición y funcionamiento, depende del papel a jugar de la clase social dominante o gobernante. Su efectividad es factor de gran importancia, si se quiere consolidar el sistema.

Aunque la corrupción es sistémica, las reglas del juego pueden controlar y castigar las actividades corruptas, sin olvidar que todo tiene un sello de clase. Las denuncias públicas y movilizaciones de la población es la presión, cívica, popular y ciudadana, adecuada para doblar la voluntad del gobierno ante cualquier titubeo en sancionar a los corruptos.

Aunque hay asomo de una justicia independiente, solo el tiempo, será testigo, es inexorable y desnuda a cualquiera. La presión de la población organizada es la clave. Esperemos a ver las verdaderas intenciones.

Son saludables los planes del presidente Luis Abinader para introducir proyectos de reformas constitucionales, adecentar el ejercicio de la función pública y las actividades políticas. Los derechos humanos, parte del marco jurídico del Estado, se garantizan dependiendo del respeto a una Constitución de la República que sea reflejo de una realidad que nos da en la cara.

No basta con las reformas si mantenemos el mismo modelo económico atrasado y dependiente y, servir al poder extranjero. El país requiere dinamizar su estructura económica que garantice la producción de bienes y servicios para el mercado nacional e internacional.

La lucha contra la corrupción y la impunidad no debe cesar, ni un instante. Permite transitar un camino despejado de complicidades y robo descarado de los recursos públicos. Para el capitalismo caminar fortaleciendo su estructura necesita tener reglas del juego claras y precisas: respeto a los derechos humanos y libre competencia.

El desarrollo y consolidación del capitalismo genera en su seno la clase social, el proletariado, que producirá el sistema político y económico que lo sustituirá. Tal como ocurrió en el reemplazo del feudalismo que, en su interior germinó la semilla de su sepultura.