La presencia de los filósofos reviste capital importancia en la arena pública. Y mucho más en tiempos de pandemia. Norberto Bobbio, conocido como el filósofo de la democracia, decía que hay dos formas de filosofar: una es pensar sobre los pensamientos. La otra, es pensar sobre lo que pasa, sobre lo que está ahí a la vista, superando el miedo de pensar los problemas comunes, los problemas públicos.

La importancia de la filosofía fue descrita por el también filósofo René Descartes: "Vivir sin filosofar es, propiamente, tener los ojos cerrados, sin tratar de abrirlos jamás". La filosofía nos hace pensar en el virus. El virus, nos recuerda, coloca en primer plano el afrontar la vida como supervivencia, pero hay que aspirar a una vida que sea digna, que valga la pena ser vivida en medio de los otros.

El coronavirus se extiende por el mundo y con él, primero, la muerte, después, el miedo, más tarde, el odio, esta rabia que parecemos sentir todos contra todos y contra todo. Finalmente, el silencio. ¡El silencio de los filósofos frente al griterío de los políticos!

La perplejidad, la incertidumbre y el derrotismo generados por la COVID-19 claman por un debate de ideas sobre qué camino debe tomar la sociedad mundial durante y después de la pandemia. En este escenario, por encima de otras comunidades profesionales, los filósofos y filósofas llevan la delantera en la reflexión sobre la pandemia y aportan una alta producción conceptual, indispensable para el análisis, la comprensión y el afrontamiento de la pandemia en todas sus dimensiones.

Esta prevalencia se debe a que, como expresa el filósofo vasco Daniel Innerarity: “en momentos de desesperación la sociedad recurre a los filósofos”. Porque son los primeros en asumir la valentía  de cuestionar ampliamente lo que está pasando y porque se convierten en auténticos voceros del dolor humano, procurando encontrar respuestas urgidas por el sentido mismo de la vida. Haciendo visible una filosofía “inexpresada” para la superación de la tragedia que destruye las esperanzas y la seguridad de todos los habitantes de la tierra.

Pareciera que esta pandemia convierte la vida en un “absurdo existencial”. Y que sólo el filósofo, ante que otros, puede ayudar a entender este absurdo evitando la trivialización del conocimiento, el impacto y las responsabilidades individuales y colectivas para asumirlo adecuadamente. La única forma de no intentar evadir este absurdo, según el decir del escritor y filósofo Albert Camus: “es asumir su contradicción, mediante la rebelión interior que consiste en la conciencia de un destino aplastante, sin la resignación que debería acompañarla”.

La actitud filosófica frente a la pandemia, impulsada y animada por los filósofos y filósofas, “siempre resultará un combate al virus de la ignorancia”. Siempre crea redenciones humanas inspiradas en la solidaridad y en la justicia. De ahí que los filósofos deban estar presentes en el análisis profundo de la pandemia y de planificar soluciones sociales, amén de las sanitarias, a tono con la misma.

Se hace indispensable la participación de los filósofos para reflexionar sobre los desafíos propios de la pandemia; sobre todo, ahora  cuando las  sociedades están confundidas, polarizadas y profundamente infantilizadas. Inoculadas, además, por el virus de la ignorancia, cuyas consecuencias se desbordan tal como lo expresa el filósofo neerlandés Baruch Spinoza: “con la ignorancia, nos vemos desnudos, pues a falta de fundamentos, nos sentimos frágiles y perdidos”.

Filosofar será siempre un acto de reflexión comunitaria. Tal como  decía Aristóteles: “lo que nos hace humanos, lo que nos dignifica, es la capacidad de reflexión”. Esto concuerda con la postura socrática: "necesito a los demás para encontrar qué es lo justo, qué es lo bueno, qué es el bien común”. Filosofar es una continua reflexión, mediante un diálogo en el que necesitamos de la participación libre de los demás. No olvidemos que sólo juntos podremos enfrentar y vencer la COVID-19. Esta pandemia hay que reflexionarla, repensarla,  filosofarla.

Nuestro país no es ajeno a este proceso mundial de “filosofización” de la pandemia. En el mes de marzo del año pasado una docena de filósofos y filósofas dominicanos, encabezados por el sacerdote jesuita y filósofo Pablo Mella, debatieron sobre los efectos de la pandemia en todos los sectores nacionales y locales y se plantearon cómo “aplatanar” la reflexión sobre la COVID-19, para entenderla y combatirla “caribeñamente”.

Ojalá que se pueda repetir esta iniciativa y hacerla vigorosa, invitando a participar a los tomadores de decisiones y elaboradores de políticas públicas relacionadas con la situación de emergencia impuesta por la pandemia. Ojalá que los filósofos que no han reflexionado públicamente sobre la pandemia rompan su silencio. Esperemos, además, que tengan algo que decir.

Sintámonos invitados a “filosofar” como país sobre la pandemia.  Desde la filosofía debemos ser capaces de aportar ideas y de fortalecer una comunidad democrática, dialógica, solidaria y resiliente para enfrentar la COVID-19. Como comunidad crítica habremos de concebir perspectivas colectivas que abran e iluminen nuevos caminos que permitan comprender hacia dónde vamos y qué estamos poniendo en juego en esta crisis pandémica. Filosofemos esta pandemia como nación. Con compasión planetaria. Asumiendo nuestra responsabilidad por el otro.

Los filósofos no tienen el poder para imponer soluciones, pero sí para evitar que las mismas sean desatinadas, confusas, insuficientes o tardías. Los filósofos deben asumir la tarea de revisar certezas, sobre todo, en momentos en que todo el planeta está en crisis y se requiere de replanteamientos bien fundamentados.

Esa es la tarea de nosotros, los filósofos.