“Lo peor de la peste no es que mata a los cuerpos, sino que desnuda las almas y ese espectáculo suele ser horroroso” (Albert Camus).
Al principio de la pandemia del coronavirus, tuvimos miedo de los extranjeros. Y empezamos hablando de casos importados. Cerramos fronteras, paramos vuelos de aviones, embarques y desembarques. Luego, el problema se torno doméstico y recurrimos a las cuarentenas, aislamiento social y toques de queda, para controlar la movilidad de la gente, como formas de reducir el transporte de la pandemia en la comunidad. Todo esto nos va dejando algunas lecciones que debemos revisar con detenimiento para aprender, rea-prender y des-aprender:
La pandemia nos está rompiendo la vida social en el barrio, nuestros campos, el trabajo, la escuela y universidad, la iglesia, el bus, el concho, el bar, el restaurante, el tren, el pley, la cancha, los eventos de masas de cualquier naturaleza. Nuestro miedo es la gente, el grupo. Es como una conspiración de la individualidad sobre el colectivo, que no sabemos sus consecuencias en el futuro
Las divisiones que hicimos de la gente no nos sirven de nada. Ni las clases, ni las categorías llevan a ninguna parte. No vale ser rico, pobre, negro blanco, no nos valen los partidos políticos, ni la religión, ni las razas, ni el grado académico ni ser analfabeta. Claro está, a la hora de la cuarentena y el aislamiento social, y después de la tormenta los de mejor posición social podrán reiniciar sus vidas con otras perspectivas, la quiebra será mayor para los más pobres.
Aún con los precios de miseria, los viajes se fueron a pique. Peor, después del cierre de los aeropuertos, que ha provocado según estiman algunos, millares de aviones varados. Crisis de las empresas de aviación civil.
Nadie se le ocurre pedir o aceptar visas a ningún país del mundo por muy desarrollado que esté. El impacto allí es mayor, sería como un suicidio.
Cunde el pánico. Y las redes sociales juegan su papel en promover la alarma, que le está ganando el juego a la sensatez. Una réplica exorbitante de informaciones y datos sin verificar fuentes, creando una sobre-información, está siendo aprovechada por mentes perversas y ociosas para promover el miedo a diestra y siniestra. Y ya sabemos, mente ociosa taller del diablo. Sin embargo, muy a pesar, vamos aprendiendo a descifrar los fake news macabros.
Los libros en cualquier formato y su lectura, están recobrando otro matiz que parecía perdido. Lo mismo pasa con el cine y las películas ofrecidas en las redes.
Los laboratorios y las farmacéuticas, se convierten en el gran capital de nuestros medios. Son la gran empresa de nuestros miedos y pánico. Disparan los precios de los medicamentos, mascarillas, alcohol, guantes, pruebas etc.
Aumenta la discriminación de la gente. Somos los nuevos leprosos de este siglo.
Todo lo que creíamos seguro, producto del crecimiento y desarrollo de nuestra sociedad humana, nuestro confort, nuestras posesiones y logros materiales se desmoronan ante nuestros ojos. No tenemos el control de nada. Nuestra prepotencia y arrogancia son burbujas de jabón. Las yipetas o carros de lujos, las mansiones, las joyas y las ropas de marcas, el dinero guardado, las reservaciones de hoteles no logran impresionar ni al mendigo ni venderle sueños quijotescos. Se ha vuelto el sueño, una pesadilla sin garantía de final feliz.
Ahora, solo es importante la salud, el tiempo con la familia y Dios, sin importar las ideas que tengamos de él. Es inevitable un encontronazo con Dios, con nosotros y con el entorno. No hay vuelta atrás.
“Ahora en casa… reinventar historias para ser creativo el tiempo, cuando antes el mercado y el capital lo quebraron. Las historias particulares y las aspiraciones se cuentan. Estamos en casa. Inventamos juegos; los almuerzos y cenas se vuelven largos y llenos de charlas entre nosotros, nos reímos y lloramos juntos de los problemas y cuidamos uno del otro. Nadie tiene a donde ir, o cosas para hacer. La falta de tiempo acabó”– así nos narra una versión italiana de las redes.
Se desploma el paradigma de la sociedad sabihonda y tecnológica. Inflada de arrogancia, cae avasallada de una partícula diminuta, que alcanza vida en nosotros, que ni siquiera nos permite verla como nuestra enemiga, sino en los microscopios de los laboratorios y detectarla en las pruebas rápidas.
Hemos visto el afán desmedido de políticos que aspiran sacar provecho de la crisis sanitaria y dejaron al descubierto sus pantaloncillos y refajos. Le cargan toda la cuaba al Estado protector. Sin embargo, ningunos de los partidos políticos han hecho gestos visibles de solidaridad. Por ejemplo, entregar sus fondos de campañas de las elecciones fechadas para mayo, para ayudar con un fondo de emergencia a los empleados despedidos del sector privado, los indigentes, las prostitutas, los trabajadores informales, jornaleros, desempleados y desahuciados etc. No hemos visto nada departe de los legisladores, que bien podrían donar un salario para el mismo objetivo. No saco de este paquete a los Ministros de Estado, Jueces de las altas cortes, los ingenieros de las grandes obras del Estado, los empresarios que como los de zona franca fueron ayudados a salir de la quiebra del 2007, con 32 millones de dólares, cuya deuda todavía estaba pendiente hasta el año 2017.
En muchas ciudades del mundo, los animales se pasean por las calles con una libertad asombrosas, y las aguas cercanas se pueblan de especies marinas. Se redujo el ruido, la contaminación por el paro de las fábricas que eran omnipotentes y que era una utopía su descanso, porque mandaría al carajo la producción capitalista y el bienestar. Se cayó la mentira. Ha parado todo, y la humanidad ha seguido su curso. Paró el corte de los árboles y la captura de los animales y su muerte posterior. Somos el gran contaminante de la naturaleza.
Por el momento, los abrazos, los besos, y la ternura, están prohibidos como gestos del amor y del cariño. Parecería que el coronavirus, hace papel de sicario del individualismo contra la solidaridad y lo colectivo.
La higiene, como cuidado particular y de los demás, ha subido de rango en el quehacer delo cotidiano. Ama al prójimo como a ti mismo.
Cuba, destapa de nuevo su perfume de solidaridad en medio del peligro y de la pandemia, esparciendo sus médicos por todas partes para detener el virus que también expande. Su sello de país solidario, queda marcado en la tragedia.
Se derrama la maldad de los empresarios, que mandan a los trabajadores a sus casas con las manos vacías y sin compromiso de salarios. Demostrando que su empeño de producir y generar riquezas no tienen nada que ver con el desarrollo de la sociedad, sino con amasar fortunas. Todos se olvidan que: “sobre toda propiedad privada existe una hipoteca (deuda) social” (papa Juan Pablo II).
Los más vulnerables en la sociedad, los ancianos, que ya no trabajan y que para muchos estados y empresas representan una gran inversión mirándolo como carga social y sanitaria, son las víctimas más sensibles de la pandemia. La misma nos empuja hacernos muchas preguntas.
Aparece la muerte en la soledad y el aislamiento de un porcentaje de los contagiados. Cuerpos en las morgues, sin funeral ni participación de familiares y amigos en las cremaciones y entierros de cementerios cerrados al público, nos reza la crónica periodística.
Los imprudentes reaparecen. Y la estupidez crece de manera exponencial, y se necesita aplicar medidas de fuerza para contenerles los instintos bestiales de muchos habitantes. Ya son 10,438 personas irresponsables apresadas en las seis jornadas de los “toques de queda” en el País, sin que se le aplique un régimen de consecuencias. Se evidencia que por la fuerza se logra más que por la razón, y que los países ricos y desarrollados no son los más razonables ni los mejores informados.
Se desnuda toda la perversidad humana: egoísmo, individualismo, oportunismo, insensibilidad. Pero también, los detalles de la solidaridad, por pequeña que parezca, en múltiples circunstancias y respuestas diversas. Como si lo dicho por la Madre Teresa de Calcuta, deambulara por doquier, para hacerse realidad: A veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara una gota. (Madre Teresa de Calcuta)
El coronavirus muestra la desnudez completa de nuestra sociedad. No hay espacio que no haya sido tocado por la pandemia. Ningún país está preparado para una epidemia. Ni siquiera USA, que tiene el índice de seguridad global de salud más alto de mundo, de unos 83.5 puntos.
Sé que a partir de ahora nada será igual. Si aprendemos la lección, la humanidad será distinta y con otra escala de valores. “Lo importante no es mantenerse vivo, sino mantenerse humano” (George Orwell).