El arte de la conversación ha perdido el brillo de esplendor que tuvo en el siglo pasado. Las nuevas tecnologías que inundan las primeras dos décadas del siglo XXI constituyen una amenaza para el diálogo ameno, cordial, amistoso, inteligente, reflexivo, humano. Antes, la comunicación entre personas cubría la distancia con una carta o un telegrama, lo que incluía cierto drama, misterio, emoción, anticipación de lo esperado.

En los nuevos tiempos, la conversación real y en persona continúa siendo necesaria, en particular para líderes mundiales, jefes de gobiernos y de estados, administradores, responsables de empresas y entidades, miembros de familias, tanto públicas como privadas. Y cuando se trata de grandes potencias, como China o los Estados Unidos, los tweets no pueden sustituir el diálogo significativo.

La mayoría de los ciudadanos, profesionales o no, utilizan teléfonos inteligentes y dependen con frecuencia de micro mensajes de no más de 140 caracteres para hacer llegar sus ideas o mensajes. Asumen, con equivocación, que ello puede sustituir la  dinámica del arte de hablar para entenderse: escuchar, persuadir, incluso enfatizar.

Para un funcionario que utilice el twitter de una vía, ello representa más un dardo que un diálogo, transparencia o manipulación.

Un comentario disperso, sin el beneficio de la conversación plena entre dos partes, receptor y comunicador, lo más seguro es que en algún momento pueda desatar conflictos, tanto a nivel público como en lo personal. En la década de los años 90 del siglo pasado, China y los Estados Unidos comprendieron que debían sostener diálogos de alto nivel con cierta frecuencia para evitar malos entendidos respecto a sus intereses, lo que contribuiría a evitar conflictos que después tendrían que lamentar.

Dichas conversaciones estratégicas continuaron durante tres administraciones en Washington, lo que mantuvo una paz relativa en Asia. Los diálogos, a profundidad y en secreto, permitieron a ambas partes asumir compromisos y evitar que uno de ellos tuviera que ocultar la cara por la vergüenza. Los asuntos políticos mundiales, al igual que los de relaciones personales y privadas, no pueden ser tratados en simples tweets, mensajes de textos o posteados en Facebook.

El ejemplo más palpable de la amenaza tecnológica al arte de conversar lo constituyen las campañas electorales. La mayoría de los candidatos de cualquier partido político se inclinan bastante al uso del micro mensaje apto para el YouTube, más que a involucrarse de manera directa entre ellos a una conversación frontal y en vivo sobre sus ideas.

“La realidad es que estamos siendo  silenciados por las nuevas tecnologías, de tal manera que anula y elimina la conversación”, asegura Sherry Turkle, académica del Instituto Tecnológico de Massachusetts, y autora de una reciente obra intitulada Reclaiming The Power of Talk in a Digital Age (Reclamando el poder de la conversación en la era digital).

La profesora Turkle sugiere que la constante distracción del teléfono inteligente es realmente “un abandono total de la conversación, lo que su vez constituye alejarse de la auto reflexión, de la empatía y de aquellos de quienes se puede aprender lo suficiente para la vida.” La académica cita una frase de Henry David Thoreau, (1817-1862) filósofo anti esclavista, anarquista y padre de la desobediencia civil, quien afirmó que tenía tres sillas en su casa: “una para la soledad, otra para la amistad y la tercera para la sociedad.”
Los medios sociales son efectivos para amplificar la sensación de conectividad. Pero no son aptos para validar una conversación. Y como han sido testigos muchos, quienes atienden el teléfono inteligente durante una cena familiar, de negocios o privada, éste puede anular las conversaciones en su entorno, y hacer sentir ignorado a los que están a su alrededor. Igual ocurre entre quienes gobiernan. Por lo tanto, es imperativo para los líderes que twitteen menos y conversen más.