Una puede sobrevivir, reflejarse en la espera, enunciar lo ajeno o tener tristezas. Aún no conozco un diario colectivo donde los presagios no estén idealizados, narrados con una máscara resquebrajada por las invariables leyes del destino. Identidad, lugares o memoria crean un texto múltiple, de búsqueda, sin nombre.
Es ya una continuidad descubrir en cada historia “femenina” una velada incertidumbre, un espacio donde el sujeto queda a la sombra de un bosque infatigable, para re-escribir su subordinación sin bosquejos, y sólo presa de un exilio foráneo.
Allí, donde la mujer despierta a los caminos imperantes de la desventura, se convocan los cuerpos, los sueños y las cintas celestes del amor en la palabra, como un signo conversacional que da apertura a un desciframiento de sus conjuntos confesionales para interrogar y ordenar las confluencias en contrapunto del decir como interdicto de lo deseado.
Consciente o inconsciente, todas necesitamos de la subversión y del deseo como un sintagma divagativo para el ritual que iniciamos desde la metáfora, ancladas en un espejo de soledad, para volver sobre la huída no como refugio, sino para imaginar un mundo figurativo, de temporal coincidencia.
El deseo es nostalgia, afectiva simulación al conocer las huellas dejadas por el reverso de las olas o la agonizante presencia como retorno a la línea, al punto de inicio donde el mito fue una subversiva acumulación de deseos.
… cuentan que toda mujer ingenua ha tenido una larga espera por un arquero que recoja las manzanas caídas en el césped del campo, y que fue esta la causa por la cual la eterna Eva estuvo de caza, detrás de un jinete que gobernara a la memoria y sus claves de identidad con una fuerza que nos precipita a la sórdida obsesión, sin acceder a girar en el reloj de arena.
… es por esto que, desde entonces, el sujeto femenino se refugia en el amor, para recuperar la seducción, la curiosa sensualidad del deseo-saber, y habitar un cuerpo fragmentándose en el reconocimiento cómplice de un paisaje añorado que aflige su voluntad, volviéndose un vértice del recuerdo, un código de linealidad en el tiempo.