El título hace referencia al libro del mismo nombre escrito por el polémico pensador Gabriel Albiac, prestigioso filósofo español, Doctor en Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid, UCM, a quien tuve la dicha de conocer en uno de mis viajes a la UCM por motivo de mi doctorado. Como joya preciosa conservo el ejemplar que me obsequiara con su dedicatoria: “Para Héctor Rodríguez, en la fraternidad que da el amor a la Filosofía”.
Desde los tiempos de Sócrates y Platón hasta nuestros días los filósofos suelen escribir principalmente sobre la “culpabilidad política”. Y al hacerlo se peguntan: ¿basta simplemente con las buenas consecuencias para descargar al político de esa culpa? O, ¿debemos dejar que luche en privado con su propia conciencia? Ninguna de estas dos preguntas –atribuibles a Maquiavelo y a Max Weber– resulta satisfactoria. Más apropiada resulta una tercera proposición asociada a Albert Camus: “el político que tiene las manos sucias debería ser castigado por sus malas obras”, aunque se le honre al mismo tiempo por el bien o la fama que ha conseguido con ellas.
El libro de Albiac comienza con estas cuestiones en mente. Él mismo lo define como “un panfleto: género de combate. Un producto no huérfano de genealogía bibliotecaria”, que analiza los hechos políticos sucedidos en España y en el mundo en los últimos años, con especial atención al nuevo socialismo de José Luis Rodríguez Zapatero y a su “pensamiento Alicia”, quien de manera simplista y retorcida pretendía vender la idea de un gobierno de “maravillas”. El estudio sobre el pensamiento Alicia no es una diversión de filósofo; es una radiografía alarmante de lo que sucedía.
Superando el tiempo y el espacio, el libro puede resultar de gran utilidad para el análisis de la realidad política de nuestro país. Es cuestión de sustituir nombres para marcar los territorios políticos con el sello de lo nuestro. También aquí los que gobiernan quieren hacer creer que han construido un “país de maravillas”. Diseño falaz endosado por cientos de políticos cegados por los intereses que los convierten en muy ricos en un país con muchos pobres.
En la obra de Albiac se percibe una cierta dosis de “antipolítica”. Así dirá: “la política es nada. Sin nuestra creencia. Todo, la ciudadanía. Que nada cree y que de cada cosa hace tan solo materia de pregunta”. Allá, retrata una sociedad contra la política –la de los políticos aviesos–. Desafección total contra guías y “señores”. Vergüenza de la usual servidumbre voluntaria. “Y esta desafección hace sentir nerviosos a los partidos políticos, porque es como una bomba bajo los asientos de los caciques políticos y bajo sus cuentas bancarias”. Traído aquí, el análisis conduce a las mismas tragedias del panorama político.
Refiriéndose a las transiciones políticas de España –que guardan mucho parentesco con las nuestras– señala que “el fetiche de la identificación social con la sigla de los partidos políticos ha operado como una anímica mazmorra en cuyo interior no entra un solo átomo de aire o vida”.
Sobre los partidos políticos y los políticos, su juicio es más patético. Los llama “camisa de fuerza de una ciudadanía que ha cedido su potencia en manos de los peores; los que no valen para otra cosa: los políticos de oficio, esa casta de gente sin saber específico, sin habilidad laboral o maestría valorable en el mercado, que no sea parasitar la sociedad económica y socialmente productiva con cuyo peso los demás cargamos; que han hecho de ello fuente de vida ostentosa y de perenne privilegio”. Con esos, dirá, “la nación no será nunca una fiesta. Una tragedia sí”. Y sólo si fuera necesario, dejaríamos un espacio por si asoman aquí algunas minorías diferentes.
Acerca de la legislación que rige en España las finanzas de los partidos políticos considera que “es una incitación material al robo y al soborno. La ley de Partidos políticos vigente es España es norma que legisla la corrupción política. Nos perdemos en las risibles necedades de partidos que ya nada representan…Loco país que un ciudadano fin filiación política paga automáticamente a través de sus impuestos la cuenta de los políticos a los cuales, como mínimo desprecia”. Lo que debamos decir aquí sobre lo mismo pareciera inclinarse a similar valoración.
Considera las elecciones como un engaño que se torna insoportable. “Cada vez más bajo la inmediatez que sigue llamando a las urnas para morbosas liturgias de retorno al pasado (de un pasado considerado odioso). Como un sordo rumor, aun no codificado. Anuncia el hartazgo, ese rumor, la asfixiante vergüenza de sabernos burlados para el solo beneficio de una casta improductiva”.
Como quien grita, destaca: “Políticos. Pocos seres tan inequívocamente odiosos exhibe la tan odiosa sociedad contemporánea. ¿Son todos exactamente iguales? No necesariamente. No son intercambiables”. Intentemos aquí el “pase de lista” con los políticos del patio. ¡Tampoco los de aquí son intercambiables!
Y lo que dijo Albiac en el 2007, refiriéndose a España, hoy en el 2018 pudiéramos decirlo de los políticos de aquí: “Estoy más que cansado de este país de enfermos. De la impecable maldad de sus políticos. De su imbecilidad, que es la forma metafísicamente pura de lo malvado”.
Y seguirá diciendo: “Y esforzarme por ir rastreando claves racionales de lo que hacen, ya sólo consigue ponerme enfermo. Si alguien logra establecer una sola clave política que explique en términos lógicos esto que estamos viviendo, es que es un genio enorme o bien es que también se ha vuelto loco. O, más sopesadamente, es que no aguanta más vivir sin al menos, el consuelo de entender lo que pasa”.
Como filósofo lúcido que llama a “crear la esperanza” nos dice: “Yo me he anclado en el rechazo de consuelos. Aún de éste, respetable, fingirle coherencia a la ola ascendente de locura en que ha quedado toda actuación política en España (y sin temor a equivocarnos digamos lo mismo de aquí). La ola se estrellará, un día de éstos. Y no serán, desde luego, los políticos los que paguen la cuenta. Que será devastadora”.