En la sociedad dominicana las discontinuidades visibilizadas están atravesadas ostensiblemente por continuidades subterráneas. Discontinuidades que derivan de la más larga transición democrática. Una transición sin intensidad, una transición sin rupturas con los moldes de los paradigmas del pasado. La intensidad de la transición se truncó con el pretérito, incubándose un presente con toda la atadura mental y social del enanismo.
La obviedad es el intricado de una realidad líquida que expresa diversos espejos de la democracia, donde la autocomplacencia del poder genera una zozobra de desconcierto. El resultado a lo largo de estos 56 años de transición, sobre todo, más específico, de los 39 años que pautan el 1978 hasta la fecha, la generación de los Baby Boomers (1946-1964), los que actualmente tenemos entre 50 y 68 años, no asumimos los desafíos y las expectativas de la sociedad.
A pesar de ser la generación más sometida a los cambios en el proceso de la construcción de la democracia dominicana y desde la perspectiva global, ser al mismo tiempo, la que más transformaciones ha visto en el acontecer político, social, cultural y tecnológico, no incorporaron la horizontalidad del poder que se traduce en la institucionalidad.
Es a la generación X, aquellos que nacieron entre 1965 y 1978, los situados entre los 36 y 49 años, los que tendrán que asentar los moldes ciertos de la política como palanca para el desarrollo colectivo, para el fortalecimiento institucional y la calidad de la democracia. La Generación X, concomitantemente con la Generación Millennials, abrazarán con fuerza los nuevos hitos que demanda la sociedad. Los nacidos a partir de 1980 son la generación de la tecnología, de la modernidad tecnológica. La Generación Z, los que nacieron a partir de los 90, llamada la Generación de aquí y de ahora, con su creatividad sin par, miran generaciones que le han dificultado su existencia vital, los contornos que encerraba una sociedad moderna; la figuración de una sociedad fragmentada en una diversidad de necesidades que se ventilan en el poder de la ley, el espacio político y el juego de la exclusión y la desigualdad. Una generación irreverente que empujará sin el respeto a la jerarquía y a la simbología que las discontinuidades evidentes y las continuidades subterráneas afloren, refloten y se asuman con todo lo que ello trae consigo.
El salto es encontrar el momento en que el Poder Ejecutivo está subordinado al Poder Legislativo, que el Poder Judicial genere el necesario contra poder, que es la base de la legitimidad, a través del cumplimiento de las leyes. Todo poder político tiene como génesis un pacto, empero, ese poder ha de estar siempre limitado, regulado.
La sociedad política actual requiere de un gran pacto en las que las autoridades desplieguen su fortaleza en el reconocimiento de proteger los derechos fundamentales. Ya lo decía con mucha propiedad Locke al establecer “…Ahora bien, como no hay ni puede subsistir sociedad política alguna sin tener en sí misma el poder de proteger la propiedad y, a fin de lograrlo, el de castigar las ofensas de los miembros de dicha sociedad, única y exclusivamente podrá haber sociedad política allí donde cada uno de sus miembros haya renunciado a su poder natural y lo haya entregado en manos de la comunidad, en todos aquellos casos en que no esté imposibilitado para pedir protección de la ley que haya sido establecida por la comunidad misma. Y así, al haber sido excluido todo juicio privado de cada hombre en particular, la comunidad viene a ser un árbitro que decide según normas y reglas establecidas, imparciales y aplicables a todos por igual, y administradas por hombres a quienes la comunidad ha dado autoridad para ejecutarlas”.
Actualmente, tenemos en nuestra democracia síntomas profundos de involución donde la descomposición social, la anomia, más allá de la desigualdad, de la pobreza, del desempleo, de la falta de seguridad, tiene como corolario nodal la praxis política referencial de los actores políticos claves del Sistema Político que se bosqueja en la corrupción, en la impunidad, degrada cada vez más, esta democracia aparente que no logra consolidarse ni siquiera en una democracia de papel.
Debemos de apostar por nuevas formas de participación, para construir una sociedad política que exprese sus valores en el concierto de las decisiones del Estado. Repensar que la causa de la pobreza en República Dominicana no tiene que ver con la falta de creación de riqueza, sino más bien, y en gran medida, con el modelo económico, con la utilización discrecional del derecho, la política y la cultura política.
El poder por el poder mismo, en la búsqueda taxativa por los logros individuales, particulares y corporativos, ha “fortalecido” las discontinuidades que dibuja un Estado cuasi amorfo, sumido en la entropía, en un desorden institucionalizado que vierte su complejidad en la misma estructura como está configurado el “ogro filantrópico” de Octavio Paz, se dilata, se construye sobre la base de las redes más clientelares. El orden social, así cimentado, por las discontinuidades de un Estado moderno se yerguen sobre el presupuesto nacional. Sus límites y alienación desde el poder acusan ya tensión social y potencial riesgo social.
Las discontinuidades evidentes y las continuidades subterráneas llevan sobre sí, intrínsecamente, líneas paralelas. Una transición que no termina. Una transición sin pactos ni consensos proactivos, acuerdos sin cumplirse, heridas sin cerrarse, postergación de compromisos. Las dinámicas de los instrumentos de intervenciones a lo largo de los últimos 39 años han sido más de soluciones extra institucionales que de soluciones institucionales. Lo extra institucional se validaba en lo institucional.
Ahora, el déficit de confianza institucional, empuja a soluciones para institucionales que operan en los espacios públicos, en la calle, para presionar socialmente, políticamente, donde se encuentre lo institucional. La pelota está en la cancha de los que dirigen el Estado. Busquen soluciones institucionales, éstas son por su naturaleza menos dramáticas y menos perturbadoras. Soluciones híbridas con más prestezas donde se alinean para cerrar las brechas de las continuidades subterráneas.