Después de más de un año de haberse convertido en una comunidad trastocada, dispersa y desmembrada por causa de la pandemia de la COVID-19,  las escuelas públicas y  privadas, vuelven a abrir sus puertas. Este regreso deberá ser asumido como un “momento educativo especial”, portador de grandes demandas y necesidades  resilientes que determinarán el éxito o el fracaso de la jornada escolar 2021-2022.

El regreso a la escuela de forma presencial no sólo requiere de la reparación, higienización y adecuación de las instalaciones físicas y  de la dotación de los recursos de aprendizaje necesarios, sino principalmente  de  “la creación de un ambiente que permita un equilibrio entre el bienestar emocional y el rendimiento académico”.

La “escuela que viene” después de la pandemia deberá ser altamente  alegre, cálida, acogedora, protectora, segura, apasionante y reflexiva.  Debe garantizar la seguridad, la salud  y la felicidad mediante la educación emocional, la educación para la salud y la felicidad, así como actividades y experiencias deportivas, lúdicas, artísticas, literarias, ecológicas y espirituales,  además  de hábitos y técnicas de estudio y  manejo del estrés.

Los primeros días de clases deben ser altamente resilientes, lúdicos, de reencuentro afectivo, de catarsis, de rehabilitación de sueños, de análisis de videos con mensajes esperanzadores, de escritura y lectura de cuentos, poemas y textos resilientes tales como el poema “No te rindas” de Mario Benedetti,  el poema “Invictus”  de William Ernest Henley,  que inspiró a Mandela durante su cautiverio de 27 años, y otros textos.

Se trata en primer lugar de crear un ambiente libre de miedo, incertidumbres y estrés. Capaz de garantizar seguridad física, sanitaria y emocional. Un ambiente distendido donde prime el diálogo y la libre expresión de emociones y de ideas.

Considerando importantes todas las preguntas que surjan, sin guión, con libertad. Se trata de reconstruir una comunidad libre de presiones y de los fantasmas  del castigo, las tareas,  la disciplina y el control autoritarios que bloquean y matan la alegría, la creatividad y la libertad del estudiante.

Sólo después de lograr la debida construcción de la resiliencia se podrá iniciar el aprendizaje académico de nivelación, actualización o de repaso. Para estos fines resulta indispensable el que todos los profesores  estén capacitados en Disciplina Positiva, Resiliencia, Educación Emocional, Educación para la Felicidad, Aulas Felices y dominio de conocimientos científicos actualizados sobre la COVID-19.

Conviene reflexionar  sobre la definición de resiliencia para dirigir los esfuerzos en el logro de la misma en el regreso a la escuela.  Higgins (1994) la considera como “el proceso de autoencauzarse y crecer”.  Wolin y Wolin (1993) la describen como “la capacidad de sobreponerse, de soportar las penas y de enmendarse a uno mismo”.

En tanto Rirkin y Hoopman (1991) presentan una definición que contiene elementos de la construcción de resiliencia que debe darse en las escuelas. Definen la resiliencia como “la capacidad de recuperarse, de sobreponerse y adaptarse con éxito frente a la adversidad, y desarrollar competencia social, académica y vocacional pese a estar expuesto a un estrés grave o a tensiones ligadas a su medio ambiente”.

Las escuelas pueden aportar condiciones ambientales que generen reacciones resilientes ante circunstancias inmediatas, así como también enfoques educativos, programas de prevención e intervención y currículos adecuados para desarrollar  factores protectores individuales y colectivos. Además se deben conjugar espacios reales, virtuales y naturales, donde todos aprendan de todos.

Entre los elementos protectores individuales se cuentan: las estrategias de convivencia, asertividad, control de impulsos y solución de problemas, sociabilidad, capacidad de ser amigo y establecer relaciones positivas, sentido del humor,  automotivación, sentimiento de autoestima y confianza en sí mismo, visión positiva del futuro personal y capacidad para el aprendizaje.

Entre los factores ambientales que  deben desarrollarse en las escuelas, las familias,  y las comunidades para fomentar la resiliencia figuran: promover vínculos estrechos, valorar y alentar la educación, emplear un estilo de interacción cálida y tolerante, fomentar las relaciones de apoyo con otras personas afines, apreciar los talentos de cada estudiante, promocionar actividades colaborativas, alentar la actitud de compartir responsabilidades, fomentar el desarrollo de competencias prosociales como la cooperación y el altruismo.

A fin de preparar para la construcción de la resiliencia en el aula presentamos una estrategia de seis pasos: 1. Mitigar el riesgo. 2. Enriquecer los vínculos. 3. Enseñar habilidades para la vida. 4. Brindar apoyo y afecto. 5. Establecer y transmitir expectativas elevadas. 6. Brindar oportunidades de participación significativa.

El profesor debe mostrar nuevas competencias y actitudes resilientes en el aula y en otros espacios educativos. Debe ser capaz capaces de establecer  una comunicación positiva y esperanzadora; fomentar el diálogo y el análisis colaborativo de la realidad, incluyendo la COVID-19,  analizándola sin patetismos, sin generar miedo y  estrés, evitando narraciones con términos tóxicos y estresantes.

Es necesario conectar la construcción de la resiliencia con el rendimiento académico. Los alumnos resilientes necesitan profesores,  directores, escuelas y familias resilientes.

¡Comenzar el año escolar sin una preparación adecuada para la construcción de la resiliencia en las escuelas puede constituir un lamentable desatino!