“No es la especie más fuerte la que sobrevive, ni la más
inteligente, sino la que responde mejor al cambio”.
(Charles Darwin).
Entre la Sociedad de los simulacros de Mario Perniola y la Sociedad del espectáculo de Mario Vargas Llosa, la reflexividad sociológica nos dice que entre la reconstrucción y la comprensión de ese laberinto social, tenemos que asumir que no salimos. Más que un espanto permanente por no cruzar el río eterno del gatopardismo, nos aúlla el grito de dolor de la recurrente autocomplacencia de la elite política, que en cada peldaño de la historia asume que todo lo que hace es la alegría sempiterna de verano.
La sociedad de hoy, está claro, no es la misma del 1961-1963, 1966-1978, 1978-1986, 1986-1994, 1996-2000, 2000-2004, 2004-2012, 2012-2018. Hemos avanzado, hemos crecido. Tenemos indicadores que nos favorecen, empero, no como una consecuencia de la proactividad y prioridades vitales, consecuente, para rupturar el peso gravitante de la ignominia económica y social. Nos preguntamos, ¿qué país, nación o sociedad tiene indicadores económicos-sociales regresivos con respecto a hace 50, 30, 20 años o 12 años?
Solo una sociedad en guerra, en crisis social y de alta inseguridad, así como la irrupción de un Estado fallido puede exhibir informaciones y datos menos significativos hoy que ayer. La verdad y con ella la realidad, solo se encuentra en su verdadera dimensión cuando damos el salto de lo absoluto y lo cualitativo. Cuando no se busca la relación dialéctica, los números solo sirven para manipular, distorsionar, desinformar. Toda sociedad, como todo individuo (desde que nace), en condiciones normales, constituye un axioma, una simple obviedad que con el tiempo deberá de crecer. Pero, ¿acaso crece tomando en cuenta los elementos nodales, cruciales, estructurales de esa sociedad, haciendo los cambios en la infraestructura y superestructura de la sociedad, focalizando los puntos neurálgicos que nos impiden el desarrollo y la inclusión?
Está claro, la arritmia histórica y con ella, el atraso social y político, se empina sobre el cuerpo social dominicano a partir del 1966, sobre la base de un Estado bonapartista erigido en un gobernante autócrata que impulsó cambios en el modelo económico a un costo político-social e institucional muy caro para nuestra formación social. Balaguer era, en gran medida, el Estado. Teníamos los juguetes titiriteros de una cuasi dictadura o cuasi democracia. Los aparatos coercitivos del Estado gravitaban más en la dinámica política, que los aparatos ideológicos del Estado, cimentado en la hegemonía de la persuasión.
1978-1986, al arribo de nuevos gobiernos de un partido diferente, la dominación del Estado, esto es, la sociedad política, disminuyó su peso en el conjunto de la sociedad. 1982-1986, se introdujeron nuevos elementos en el Modelo económico (el peso de la Zona Franca); no obstante, el Estado siguió siendo totalmente igual. Solo cambiaron modalidades y liderazgos. El precio de la democracia seguía siendo costoso el camino de la transición democrática verdadera, no encontraba ni trocha ni tractores. El machete continuaba con su peso 20 años después. ¡El optimismo y el desaliento se agitaban continuamente para recrearse en el juego del péndulo del ciclo circular!
Esta transición democrática de la sociedad inagotable y acogotable, requiere dimensiones disruptivas que alteren en gran medida, el curso de la sociedad política, que agote el angosto valle del vacío, en el perplejo sentido de comparar el simple ayer con el hoy y la perspectiva de futuro con visión de la asunción del mismo, porque inexorablemente vendrá. Requerimos el aliento de una nueva transición donde el liderazgo plausible se conecte con la quintaesencia de la responsabilidad, de la institucionalidad y de la alternabilidad.
El peso hoy, con miradas colectivas, acusa un compromiso que resalta la construcción de cementos y varillas fuertes, que expresen la horizontalidad entre la economía y el conjunto de aparatos jurídicos políticos. Dicho de otra manera, debemos de conjugarnos como sociedad con los valores de la democracia. La estructura socioeconómica y la realidad, demandan una nueva forma de hacer política, exigen un nuevo modelo económico y un cumplimiento fiel al Estado de derecho.
No podemos seguir trillando el camino de una democracia construida sobre la base de una asimetría sin par: El 20% más pobre recibe el 3.3% de los ingresos totales del país; en cambio, el 10% más rico recibe el 57% de las riquezas de la Nación. Tenemos que repensar esta sociedad política que nos marchita y nos hiere, al saberse que todavía el Estado dominicano es presa de una acumulación de capital grotesca, en pleno Siglo XXI, en su segunda década. ¡Es como si la historia de hoy se confundiera con el
Siglo XVIII y XIX en la expansión del capitalismo, sin reglas y sin límites! Lo de la Fundación de la Diputada y los fondos que ha recibido de distintas instituciones del Estado, es una prueba fehaciente del manejo del Estado. Solo de FONPER, en los últimos 5 años, ha recibido el equivalente a 31 millones de pesos.
¡Tenemos un Estado de rapiña! ¡Un Estado confabulado en la complicidad del hiperprensidencialismo, donde un simple allegado al Presidente de turno puede hacer y deshacer en las instituciones del Estado y todo el mundo vialibiliza la carroña que significa la lisura y el fingimiento en este lisonjeemos de poder! La simulación y la hipocresía han cambiado de actores y de discurso, empero, el contenido es el mismo: Ausencia y crecimiento de la anomia institucional.
Un Estado, que se niega a sí mismo en la falencia de su génesis esencial: la Constitución, a través de las acciones y decisiones de sus actores más conspicuos. Un liderazgo desde el 1996 que no ha estado a la altura de la circunstancia institucional y del desafío que trae consigo para un país, la problemática de la corrupción y la impunidad. La degradación impera, es la pauta de conducta ante la ausencia y desconocimiento de las normas, de la decencia. Por eso se hace necesario repensar el tipo de sociedad que anhelamos, que propicie o reencamine una nueva transición, que regenere este cuerpo social famélico, macrocefálico en la retórica de los apologistas ganadores de la corrupción sin límites y de la impunidad abierta enteramente en el llano.
Es una transición de la regeneración donde el rentismo, el patrimonialismo, el nepotismo, la captura del Estado, el clientelismo pérfido, la falta de respeto al cumplimiento de las leyes no tengan cabida desde la más alta instancia del Estado ¡Una nueva gobernanza es posible, que contenga como momentos clave estas dimensiones!