Pocas veces estos nombres comparten el mismo espacio; uno es la negación total del otro. Su antagonismo político es más estructural que circunstancial y nace de personalidades excluyentes. Se rebaten hasta en los gestos. Son hechuras de distintos pasados. Sus visiones no tienen colindancias, ni siquiera accidentales. Hipólito es la antítesis por antonomasia de Leonel: es pragmático, temperamental y espontáneo; Leonel es teórico, sereno y rígido. Hipólito tiene una vieja visión desarrollista rural y un discurso llano; Leonel, una visión progresista urbana y un discurso conceptuoso. Cada uno despierta devociones encontradas: Hipólito afecto y burla; Leonel, admiración y odio. Pero como en los campos magnéticos los polos opuestos se atraen, uno le da vigencia al otro en esa dinámica simbiótica del yin yang.

El mejor rol que pudiera jugar Hipólito Mejía es transferir su carisma a la juventud y construir consensos políticos en una oposición atomizada, arrimada y sin articulación.

Si alguna razón los ha equiparado ha sido el carácter y el destino político: ambos son ambiciosos y tienen una estima desbordada de sí mismos. Hipólito se cree el más carismático y Leonel el más inteligente. Ninguno ha disimulado esa convicción: Hipólito dijo recientemente que vuelve al poder porque no hay relevo y Leonel siempre ha tenido una concepción desdeñosa de la inteligencia del dominicano (su frase sobre los déficits de conceptualización es ya un emblema histórico). Ambos se asumen como ineludibles y augurados por una suerte de fuerza mística. Perdieron la racionalidad objetiva de la autocrítica para entender que el país puede ser, vivir y progresar sin ellos.

A Hipólito y a Leonel hay que martillarles el yo hasta quebrar esa obsesión que les hace presumir por encima de la realidad, para que entiendan que en el país sobra gente con tanto o más carisma e inteligencia de las que se creen y que lo único que le falta es la oportunidad que ellos no sueltan. Para eso hace falta la entereza del liderazgo que no tienen y salir de ese mundo cuya frontera nace y se agota en su yo.

Dos consejos sanos para cada uno: para Leonel, después de tres periodos al frente del gobierno y un partido sin coordenadas éticas e ideológicas y en franca inoperancia, el mensaje es claro: retire sus ambiciones, mi hermano, y acepte su fín. Ayude a su organización a encontrar la identidad perdida y deje como legado un liderazgo joven inspirado por nuevas visiones. Pacte un acuerdo histórico con Danilo Medina para convenir las bases del relevo generacional en un partido raptado por un rancio vejestorio aferrado al poder como razón de vida. Si su extravío nace de una patología delirante como sugieren algunos, siga entonces el instinto de su obsesión o las voces de sus alucinaciones para que el rumbo díscolo de “sus vientos” lo arrojen al desagüe de la historia, y, créame, que muchos están rogando para que así sea. La memoria de nuestro comienzo se evapora; la historia nos juzga por nuestras últimas obras; seguir insistiendo, Leonel Fernández, es suicida, claro si se tiene la lucidez para comprenderlo. Pase la antorcha…

A Hipólito le pido que se vea en el espejo y entienda que el momento no es para obstruir sino para tender puentes políticos que faciliten una alternancia que se ha demorado por la torpeza de una oposición miope y narcisista. Que con el sentimiento antipolítico que impera en la sociedad de hoy cualquier emprendimiento tradicional, como el que él encarna, es una opción agotada. En vez de salir a hacer proselitismo personal a tumbos, Hipólito debe fortalecer, con su mística y carisma, la consolidación orgánica de ese agrupamiento de gente llamado PRM para que sea una organización estructurada que honre verdaderamente su nombre con gente nueva y visiones modernas. El mejor rol que pudiera jugar Hipólito Mejía es transferir su carisma a la juventud y construir consensos políticos en una oposición atomizada, arrimada y sin articulación. Nadie por su propia cuenta y su presumido liderazgo tendrá solo la capacidad competitiva para salir políticamente ileso cuando su rival son los recursos que le sobra al gobierno.