Se requiere hoy en día, redibujar o reescribir el contorno y el entorno de toda la problemática de la institucionalidad en la sociedad dominicana. La fuerte debilidad institucional, sobre todo, la caída libre de manera sostenida de la anomia institucional nos retrata en cuerpo entero, porque vagamos todavía en la lucha por los derechos de Primera Generación (Derechos civiles y políticos) cuando la humanidad atraviesa por el curso de la Cuarta ola o Generación de derechos.
Nuestra democracia, ostensiblemente famélica, se encuentra en un estado de postración donde más allá de su contenido real, de la expresión y evolución histórica de la humanidad, en la lucha por el bienestar, por el nivel y calidad de vida de la gente, se encuentra en la encrucijada de no respetar las normas que las mismas elites se dan para el desenvolvimiento de la vida social y política. El contrato social, el armazón jurídico político en el que ellos advienen, sin verdadero compromiso.
La confianza institucional se derrumba. Todas las instituciones dominicanas están como en una especie de quiebre, de cuasi estado de coma, que son los signos inobjetables de cómo se da una mutación en la democracia, cómo lentamente expira la democracia. Como muy bien nos dicen Steven Levitsky y Daniel Ziblatt “… existe otra manera de hacer quebrar una democracia, un modo menos dramático pero igual de destructivo. Las democracias pueden fracasar a manos no ya de generales, sino de líderes electos, de presidentes o primeros ministros que subvierten el proceso mismo que los condujo al poder…”.
Estamos asistiendo de manera trepidante a una “democracia” que se erosiona constantemente ya que los ejes articuladores que la sostienen no funcionan. Las instituciones del peso y el contrapeso no se dibujan a sí mismas en el cuerpo de normativas que las contienen. Verbigracia: Todo el mundo habla del Poder Judicial, de su mora, de su lentitud, de su costo, de su accesibilidad. Empero, muy esporádicamente, se va a la raíz. El Poder Ejecutivo apenas asigna la mitad del presupuesto de lo que por Ley le corresponde. Decenas y decenas de tribunales deberían estar abiertos y cientos de nuevos jueces incorporados a la Carrera Judicial. El Poder Judicial, dicho de otra manera, no tiene autonomía financiera estricto sensu, no tiene independencia presupuestaria.
Es la subcultura del tigueraje, que de tanto asirla se ha convertido en una norma. Leyes que no se cumplen y el Poder Ejecutivo “obsequioso”, “generoso”, “bondadoso”, se inscribe en la dádiva institucional para erigirse y empinarse en el “Dios” salvador. Así, ha devenido en una fácil paradoja en detrimento del fortalecimiento institucional. Mientras por un lado crece el hiperpresidencialismo se devanean y perecen las instituciones.
Es por ello que no les devuelven la confianza a las instituciones pues supone el verdadero peso y contrapeso, poner los hechos y fenómenos en su verdadera dimensión, perspectivas, alcances y soluciones, independientemente de las jerarquías y del poder. Martha Lagos, Directora Ejecutiva de Latinobarómetro y de Mori Chile, citada en el Informe del PNUD de la calidad democrática, dijo en el 2018 “declaró el fin de la tercera ola democrática en América Latina. Para ese veredicto, se basó en los bajos niveles de confianza que expresó la ciudadanía latinoamericana en las instituciones, la economía y el progreso, en las acusaciones de corrupción a funcionarios y empresas; en la existencia de Presidentes sirviendo penas de prisión… “en América Latina lo que hemos visto es a gobernantes que se perpetúan en el poder, un lento y sostenido debilitamiento de las instituciones, los sistemas de partidos, un incremento de los personalismos, dificultando la consolidación de la democracia”.
El sistema de control y equilibrio que han de ejercer las instituciones, como soporte medular de la democracia, acusan una falencia letal. Hay una sostenida erosión de las normas democráticas y con ello, de la alternabilidad de las elites políticas, donde la abyección y abominación se entrecruzan en no reconocer ni siquiera a los “adversarios” internos en la lucha por el “poder ejecutivo”.
Cuando las instituciones son instrumentalizadas por determinado poder del Estado, la democracia se aflige y se configuran las asimetrías desde las instancias llamadas a contener los desbordamientos fuera de los límites consagrados en las leyes. Nuevamente, Levitsky y Ziblatt nos dan luz al respecto “Una vez una persona potencialmente autoritaria llega al poder, las democracias afrontan una segunda prueba decisiva ¿subvertirá el dirigente autocrático las instituciones democráticas o servirán éstas para contenerlo? Las instituciones por sí solas no bastan para poner freno a los autócratas electos…”. Más adelante expresan “La paradoja trágica de la senda electoral hacia el autoritarismo es que los asesinos de la democracia utilizan las propias instituciones de la democracia de manera gradual, sutil e incluso legal para liquidarla”.
La subversión de las instituciones a menudo se concretiza de manera imperceptible: un miembro del Comité Central como Presidente de la Junta Central Electoral o Juez de un Tribunal Superior Electoral. Las pruebas, en realidad tenían licencias. Tan pronto terminaron en esos importantes órganos del Estado volvieron a su Partido. ¡Si me eligen yo renuncio! ¡Cuanta vulnerabilidad visible en la asunción de los valores de la democracia, como engranaje de una cultura política democrática!
Es la silla giratoria del partido a una institución del Estado que requiere confianza, imparcialidad, objetividad, transparencia, oportunidad, horizontalidad, independencia, más allá de la decencia, de la calidad, de las competencias de los actores involucrados. Desde el poder político y de la elite empresarial, realmente no anidan una justicia independiente, porque no creen en un Estado social democrático de derecho. ¡Las mutaciones, metamorfosis, nos corren en un gatopardismo sin piernas ni patas!