Así llaman en Brasil al destape del escándalo más grande de corrupción en ese país y la región: las confesiones del fin del mundo.
En Brasil, el gobierno y la oposición se enfrentaron, Estados Unidos y Brasil tenían desavenencias, Odebrecht con ventaja regional por sobornos, los brasileños hartos con el declive económico, y el desgaste del cuarto período de gobierno del Partido de los Trabajadores (PT) era evidente. Así explotó el escándalo Lava Jato con Petrobrás y Odebrecht a la cabeza.
Preso un grupo (Marcelo Odebrecht incluido), el martirio de la cárcel motivó las confesiones premiadas. Y para ganarse la reducción de pena, había que decir la verdad. De ahí los nombres. Ummm, ¿aquí quiénes serán?
Son muchos países involucrados, la mayoría latinoamericanos, con pirámides de corrupción: presidentes y expresidentes, ministros y peones, bancos y lavado. Todo un entramado de realismo mágico político.
Odebrecht es la representación más nítida de la corrupción latinoamericana, de derecha e izquierda.
En la República Dominicana, donde la corrupción y la impunidad vienen de lejos, no sucediera nada si la información no fluyera de fuera.
Lo que Brasil sabe, va a compartirlo. Eso, junto a las demandas sociales, mantendrá el Gobierno Dominicano al salto de la pulga, bajo presión para hacer algo, ¿pero qué y cuánto?
Las dirigencias de los partidos políticos dominicanos son la esencia del problema. Todos los partidos que han gobernado (grandes y pequeños) son compromisarios de la corrupción. Ellos no son solución. Un segmento importante de la clase empresarial ha sido también gran beneficiaria de la corrupción. Ellos tampoco son solución, aunque a veces hagan declaraciones graciosas.
¿Y entonces? Para que las confesiones del fin del mundo brasileño produzcan castigo en suelo dominicano tiene que armarse un titingó, como ocurrió en Brasil. Una guerra de todos contra todos. Si caen unos, caen otros, y otros. Y para que eso suceda, tiene que darse una gran confrontación entre los partidos políticos y entre los grupos empresariales.
La calle ayuda pero no determina.
Cuando la corrupción está en los tuétanos del sistema político y social, como en la República Dominicana, no hay forma de hacer justicia con dos o tres presitos. Tiene que producirse un efecto dominó. Y cuando eso ocurre, se desmorona la estructura política establecida.
Dos o tres presos pueden servir de detonantes, pero tienen que ser presos con mucha información y mucho encono para contar; en disposición de que si cayeron ellos, caigan todos. Si no, la corrupción y la impunidad siguen campantes.
Con la corrupción sistémica sucede lo que con las dictaduras: caen o no caen. La caída nunca es pactada ni consensuada. Es ruptura. Y para que haya ruptura, tiene que aumentar la confrontación entre los grupos de poder político y económico. Hasta ahora, los principales están callados.
En la República Dominicana nunca ha habido ruptura, ni siquiera con el ajusticiamiento de Trujillo. No se enjuició a nadie. Los Trujillo se fueron al exilio con su riqueza robada, y todavía hay dominicanos que desean su regreso.
En el balaguerismo se robó y se mató, y Joaquín Balaguer dejó cínicamente en sus memorias una página en blanco por atrocidades que no contó. La corrupción, supuestamente, se detenía en la puerta de su despacho. Los gobiernos del PRD y del PLD ampliaron la corrupción con presupuestos más grandes.
En unos meses veremos si el caso Odebrecht, con sus confesiones del fin del mundo, pone fin a la corrupción sistémica dominicana; o si la corrupción sistémica se impone descaradamente una vez más. Cuántos y quiénes serán apresados dirá.