Se habla cada cierto tiempo del problema de la delincuencia, del delito, de los cambios dramáticos que éstos han asumido en su operatividad, agresividad, creatividad e innovación. Pero no auscultamos, no buscamos el elemento esencial: la verdadera respuesta social a la problemática del comportamiento delictivo y cuáles son las fuerzas sociales, políticas y culturales que la han ido anidando, incubando a lo largo de los últimos 16 años; ora por complicidad, ausencia de compromiso, falta de visión; u ora porque los que nos han dirigido en ese lapso de tiempo ven la política meramente como un simple espectáculo, donde desde el Estado, como “ogro filantrópico”, lo ven como fuente inagotable de acumulación y nada más.

La vida social en Dominicana no puede verse hoy en día al margen de la delincuencia y con ello, de la enorme tensión social que produce en el entramado institucional de la vida cotidiana de los dominicanos. Hay que trascender lo formal para irnos al contenido real de los múltiples factores que la generan. Con ello, se asume una actitud más consecuente, más seria, más allá de la visibilidad mediática.

Cuando valoramos los niveles de satisfacción con la democracia, encontraremos que más allá del desempleo, de la inflación, de los apagones, de la falta de agua, del pésimo sistema de salud, el componente que lo agrava es la delincuencia. Podría argumentarse que los primeros han sido seculares en el tejido social dominicano, no así la delincuencia. El aumento de la criminalidad, de la delincuencia en general, no es por la ausencia de un diseño institucional, por carencias institucionales, ello lo aborda; empero, lo desborda al mismo tiempo. Es el compromiso, es la voluntad de las elites políticas y sociales con la necesidad de construir un modelo de desarrollo más inclusivo, donde la desigualdad social no siga pavoneándose en el cuerpo social como distinción, sino como vergüenza, como lacra social.

La delincuencia genera mayor desconfianza institucional y es esa degradación, descomposición, la que va permeando una mayor aceptación de los comportamientos de transgresión de normas. Si adicionamos la deficiente cultura cívica del dominicano y en los últimos años el tremendo desánimo cívico, el corolario constituye la expresión de todo lo que estamos viendo: miedo, pavor en la calle, inseguridad y desconfianza a todo el que se le acerca. Ya no podemos ni pararnos en una esquina a preguntar por una dirección. Ya no le damos una bola a alguien desconocido

La conducta desviada y los delitos hay que verlos, al mismo tiempo, desde el escenario del poder y de cómo operan las clases sociales en el marco de la estructura social. Como se visualizan la inobservancia de las leyes que constituyen mecanismos, vías de alcance de los que tienen poder para mantenerlo, asegurarlo y fortalecer sus privilegios. Los apologistas del statu quo en su construcción de hegemonía partidaria, lo que apelan de manera sistemática es a la desmoralización de la sociedad, es a la construcción de “igualización” como individuo frente a las acciones. Han diseñado en el imaginario del dominicano que la honestidad es igual a soberbia, que la honradez es arrogancia, que la decencia es vestir bien, que la integridad es hablar bonito y administrar el silencio, que el desarrollo humano es infraestructura solamente, que en política no hay ética y se hace lo que conviene, que cuando se le acusa de robar es por resentimiento y envidia.

Esa visión política para “igualarnos” a todos se dibuja y desliza en la sociedad, encontrándonos entonces, que los sectores más excluidos, más vulnerables, toman la pendiente de la ratería y la clase media, el crimen organizado (narcotráfico, lavado, corrupción y sicariato). Esas fuerzas sociales y políticas van gravitando y creando al mismo tiempo la cultura del individualismo, del sálvese quien pueda no importa como, obteniendo con que cada estrato social, expresa la conducta desviada y los delitos en dimensiones diferentes.

Por ello, el comportamiento delictivo resurge y reflota cada cierto tiempo. Están ahí, como un blasón y un baldón que nos desarticula y diezma la dinámica de la convivencia y de la armonía social. Unos actores políticos que en su ideología tautológica no entienden el cambio social, cultural, tecnológico que hay. El nuevo Jefe de la Policía en el libreto de antaño expresó “vamos a tener mano dura contra los delincuentes y estaremos en el escenario que ellos escojan”. Calificó el Mayor General Nelson Peguero Paredes, de exitoso el patrullaje mixto y resaltó que en el primer día no se registraron hechos. Hace dos años en este mismo Gobierno hicieron lo mismo. Realmente no existe ningún plan sistémico, holístico que envuelva la problemática con cierta seriedad. Sencillamente, “VIVIR TRANQUILO” nunca existió. Fue un instrumento de campaña en el juego del poder como espectáculo.

La naturaleza del delito tiene que ser vista desde la Sociología de la desviación “porque la definición del delito depende de las instituciones sociales”. Es entender el contexto social y cultural en que la delincuencia, conducta desviada y/o el delito, tienen lugar. No tenemos evidencia empírica, pero pudiera ser una hipótesis para trabajar, que dado que una buena parte de la familia es monoparental (45%) y donde no existe fuerte mecanismo de control social y donde alrededor del 45% de los jóvenes y adolescentes que deberían estar cursando el bachillerato (14–18 años) no están formalmente en las escuelas, crezca la delincuencia. Esto significa una inadecuada socialización que penetra de manera negativa, dificultando el apego, el compromiso, la implicación y la creencia que hacen más difícil la conducta desviada y el delito.

La tarea es pues, escrutar los patrones estructurales que hay en la sociedad, así como verificar los cambios políticos y sociales y cómo el campo del control del comportamiento delictivo fue afectando los mecanismos del control social y la política criminal se alineó con la cultura y las relaciones sociales. El pánico moral y social que ha producido el tipo de orden y de desorden social que desde la instancia del poder se crean y recrean y que van cimentando su dominación, generan esta desviación desbocada en esta sociedad con una modernidad truncada, pesarosamente tardía, con rasgos de déficits abrumadores de oportunidades vitales.