Por el título del escrito muchos pensarán que se trata de una exposición irreverente plagada del lenguaje impertinente que muchos plebes escritores suelen utilizar para llamar la atención y crear controversias; lo que evidentemente rechazo y me repugna…sin embargo, esto que rechazo es lo que ciertamente deleita a muchos lectores perspicaces y socarrones que gustan del chisme literario y que hoy quedaran frustrados.
Pues no, si así pensáis estáis muy equivocados, jamás llegaremos a tal bajeza. En lo adelante estaremos tocando asuntos serios, muy propios del espíritu cristiano, trataremos el tema del Perdón y no del Condón como habéis pensado maliciosamente.
Aunque sé que muchos quisiesen que se tratara de “condonar” a algún cardenal, criollo o italiano, en el sentido lato de la palabra, es decir, que nos refiriésemos al hecho íntimo de cubrir su miembro viril sacralizado con este despreciable artefacto criminal que promueve Profamilia para impedir el nacimiento de nuevos cristianos en las grandes cantidades que se requieren para poder llenar las iglesias vacías y a bajo coste: el condón.
Pues no; les digo que estáis muy equivocados, yo no me presto a semejantes bromillas y mucho menos contra cardenales, italianos o criollos, pues, lejos de ser así, lo que proponemos es un acto de perdón cristiano propio del espíritu que nuestra santa y amada Iglesia Católica Apostólica y Romana nos viene enseñando desde que nos salieron los primeros dientecillos en la Catedral de Santiago donde fuimos reclutados y dogmatizados , donde el arzobispo Carpio quiere construir su Plaza de San Pedro con los dineros del pueblo.
Escribo, pues, compungido, como cristiano que tiene plena conciencia y convicción de que se debe condonar a nuestro eminentísimo cardenal para el bien de su alma: perdonarlo, dispensarlo, es decir, condonarlo; pero jamás en el sentido lato del vocablo porque entonces seríamos sacrílegos impenitentes ante un hombre santo al que jamás se le ha escuchado proferir insultos.
En esto no admitimos confusiones, por esto les reiteramos que al hablar de “condonar” de ninguna manera nos referimos a que si debemos o no ponerle un condón profiláctico a un pulido campanario prelaticio cualquiera, una de esas “capuchas asesinas” que vende Profamilia; no, jamás nos prestaríamos a semejantes sacrilegios.
Pues bien, pero si este fuera el caso- que no lo es- debiera ser el mismo usuario o quizás una fémina- pero jamás un varón- quien debiera condonarlo con delicadeza suprema, pues, ¿cómo pretender alguna posible reacción de un macho hecho y derecho frente a otro macho que condonarlo quisiera? No señor, ésta sería tarea imposible, y más aun, cuando quizás estaríamos hablando de una vara de Aaron de considerable tamaño, de un leño santo, como le llamarían algunas féminas lenguas viperinas que quizás hayan podido tener la dicha de confesarle sus blancos pecados.
Entiendo que sería misión imposible colocar alguna sotana de hule transparente en la cúpula catedralicia de los escasos prelados machos que nos quedan. Sin embargo, entiendo que sería diferente si de una varona-sobrina se tratara, la que quisiera colocar la mitra en alguna cardenalicia y calva cabeza después de oficiarle su misa o consagrarle la hostia en el altar mayor, alabándolo con jugosas oraciones.
Aunque aquí entre nosotros, les digo al oído: Existen cultas y diestras damas asiduas a estos ritos sacros que suelen colocar la mencionada mitra “a capella”, es decir, con solo la boca… en un santiamén, gustosa y deliciosamente, bajo la apacible voz de un canto gregoriano o de una sacra bachata sacra o pagana.
A mi mujer le aclaro-la que pocas veces me lee porque no gusto de la escritura irreverente- que esto no lo sé, que solo me lo han contado, porque a mí, y por desgracia, jamás me han cubierto mi tonsura con semejante destreza sacra.
Y a propósito de cuentos ¿Acaso han escuchado ustedes la historia del Padre Pin, el Pin Pollo, el cura aquel que unas monjas dieron por muerto al ver caer la verga de un asno que alguien les lanzó por la ventana de su convento santiaguero mientras oraban al cielo?…Pesada broma aquella, la que develó el misterio de milagrosas preñeces colectivas acaecidas en el claustro, atribuidas al Espíritu Santo… Y todo sucedió porque el cura se negaba a “condonar” a su indomable bestia preñadora…vivía como un pachá, dedicado a deliciosas incursiones depredadoras y nocturnas como confesor del convento o en la calle como pegador de cuernos. Pasaban de doce las monjas ¡Qué vidota!
Pero no, no nos dejemos desviar por las hazañas de este cura vanidoso y casanova que todos tenían por serio, el que con la misma lengua que cantaba la misa les bendecía el sagrario a las mujeres. Quienes sabían de sus andanzas mundanas jamás tomaron una hostia de sus manos.
Así que ahora retomemos el tema y abandonemos estas cosas mundanas que nos quitan la fe, hablemos de asuntos espirituales trascendentes: Del perdón y no del condón, como quieren mis lectores socarrones.
Aunque ciertamente les digo que “condonar”, si es que la RAE nos permite convertirlo en verbo, significaría además: El acto de colocar la preventiva casulla en la cúspide del campanario de algún oficiante lujurioso para evitar que el acuoso rebaño se escape del corral y preñe la pradera… esto, para tratar de santificar a este demonio de hule utilizando términos clericales.
Es decir que, en el término lato, el vocablo pudiese aludir al acto de colocar aquella plástica jaula en hombres comunes que no han jurado castidad ante al altar de Dios y ante los hombres; pero, dejando muy claro que en este escrito no pretendemos resaltar estos actos mundanos sacrílegos que dañan la mente y condenan nuestra alma a los infiernos ¡Dios me libre! ¡Reprendamos todos al demonio!
Aclaremos pues que, al hablar de “condonar”, nos referimos a que debemos “condonar” al cardenal, pero eso sí, en el estricto sentido del perdón que otorga a este verbo la Real Academia Española, es decir, perdonarle la pena, es decir:
Perdonarle el exceso, la pena, el agravio cometido contra Profamilia cuando proclamó que “este mundo estaba lleno de farsantes, comediantes, ignorantes y perversos”… a sus directivos y a la prensa.
Y esto, a menos que existan condones linguales fabricados para impedir que todo esperma verbal brotado de alguna prelaticia boca pueda fecundar o derramar insultos sobre la chusma que lo enfrenta.
Por lo tanto, “Condonar”, según la RAE, significa “Perdonar o remitir una pena de muerte o una deuda”, y jamás aquello que prenden nuestros pícaros lectores que gustarían de verme involucrado en tan despreciables faenas infernales.
De manera que, llenos del espíritu cristiano: “Condonemos al cardenal” y evitémosle que derrame sus insultos.
Oremus:
O Deus, dimitte nobis concedas hostibus insultans qui iustificat saepius discordes sunt cogitationes eorum linguis dogmata.
>> OH Dios, Tu que nos permites condonar a nuestros enemigos, condona estas lenguas que suelen insultar a quienes disienten de su pensar y de sus dogmas.
Chorus:
Domine condona, condona aeternum.
>> Condónalos señor, condónalos por siempre.
Amén.