La desaparición y el cruel asesinato de la niña Carla Massiel Cabrera han traído el luto y la indignación a toda la sociedad dominicana. Desaparecida en junio del 2015, luego de asistir a un culto religioso en la comunidad de La Guáyiga, en Pedro Brand, donde residía junto a su madre y su hermana, un velo de misterio envolvió el suceso y a pesar de los esfuerzos de las autoridades, poco se supo del fatídico destino de la niña de 10 años.
La investigación del hecho dio con el apresamiento de dos hombres acusados de raptar a la niña y a quienes en enero se les dictó medida de coerción y guardan prisión en el penal de La Victoria.
A la fecha, la Policía Nacional informó el hallazgo de osamentas en la comunidad Los García y con ello se revela la probabilidad de que corresponda a la niña Carla Massiel.
Medios de comunicación se han hecho eco de la versión de que la niña habría sido asesinada con el fin de vender sus órganos. Una versión que ha sido desmontada por el director del Instituto Nacional de Coordinación de Trasplantes, Fernando Morales Billini, por las altas exigencias que requiere un procedimiento médico de esta índole y sustentado obviamente en el conocimiento y la práctica médica histórica en ese sentido.
Sin embargo, es innegable que el rumor del tráfico de órganos y la mafia de trata humana siempre ha despertado la alarma de manera especial entre los padres de familia angustiados por la seguridad de sus hijos.
Mientras se esperan los resultados de las pruebas para dar con la verdad que esclarezca lo que realmente sucedió con Carla Massiel, es prudente recordar que la angustia hace presa a la familia de la niña y que una madre se debate la lucha por aceptar con resignación una tragedia para la cual la vida no prepara a ningún padre. Nadie, humanamente hablando, está totalmente preparado para despedir un hijo.
Los hechos llaman prudencia. Respeto por el dolor, muy por encima de la necesidad de publicar primicias e informaciones que no puedan ser sustentadas.
Mesura, para evitar activar la alarma, el miedo y el pánico en una sociedad que evidentemente está hasta el tope de problemas, angustias y quebrantos. A todos los niveles.
Reflexión, para entender qué rayos hacemos como sociedad que nos encaminamos a perder la capacidad de asombro, de movilización ante hechos de esta magnitud. Sobre todo cuando se trata de una vida tan inocente como la de una niña.
De paso, recordarnos el compromiso y la obligación que tenemos como padres de velar por la seguridad de los hijos.
Y por último, el deber que como sociedad nos compete de exigir a las autoridades el esclarecimiento total de la tragedia de Carla Massiel.