Ser cómplices, en la amistad, es ir anclando las sílabas del lado de la infinitud y la eternidad, olvidando las cosas y cobijándose, plenamente, en los significados, en la diversidad, en esa afirmativa sensibilidad que le da grandeza al instante de la vida; es entonces cuando se advierte que todo alrededor de una queda excluido de su tiempo, puesto que una, como amiga-cómplice, no advierte la conciencia de sí misma, y sólo ve, en la aptitud de reposo del alma femenina, un silencio total en torno a una historia que contar.

Al parecer, es formidable celebrar el correr del tiempo y llegar a sumar en la vida más de cuatro décadas. Ayer recorrí la ciudad, y hoy hice ejercicio de la Espera. Anduve la ciudad como el lugar para escribir "soliloquios", para "pasear a solas"  y preguntarme ¿Tiene posibilidad de existir la poesía, de continuar narrando los detalles interiores de la palabra extendida por el lenguaje para lanzar, misteriosamente, desde el vértigo del pensamiento lo que somos, lo que fuimos  y lo que deseamos ser desde el placer, desde la angustia, o bien, desde la reflexiva soledad?