El movimiento de indignados contra un sector de la clase política que administra la cosa pública, con un altos niveles de ineficiencia y con escandalosas formas de corrupción, con la complicidad de un significativo segmento del gran capital financiero e industrial, tiene diversas expresiones y una característica común: no logra trascender su esencia testimonial, ni encausarse por los senderos de la política.
A pesar de su potencialidad, la heterogeneidad y la poca claridad de sus objetivos, las actitudes individualistas de algunos de sus integrantes y el particularismo de algunas de sus demandas de determinados sectores organizados que del mismo participan dificultan la eficacia de sus acciones.
Si bien esa indignación se manifiesta en la apropiación colectiva de los espacios públicos para hacer actos de protestas, y si es indiscutible que muchos de los participantes tienen matrices culturales e ideológicas con experiencias y clara vocación política, el movimiento en sí parece estar lejos de constituirse en factor político de cambio y de incidir de manera eficaz en la articulación de las diferentes expresiones políticas organizadas que lo apoyan.
Tampoco logra profundizar desde una perspectiva política, algunas conquistas y demandas de género, laborales y salariales, étnicas, de reconocimiento de derechos migratorios etc., así como evitar que sectores de derecha sigan insuflando y expandiendo en los espacios locales esas actitudes xenofóbica/racistas que Bauman caracteriza como "nacionalismo de masas" y que en términos electorales sean esos sectores los principales beneficiarios del descontento.
Es pertinente que se manifieste un rechazo en la forma en cómo la clase política hace un uso rentista y patrimonialista de los recursos públicos, que se condene el boato en que vive un reducido grupo de tecnócratas del sector financiero, la especulación, la depredación de la naturaleza para producir beneficios particulares que lleva a cabo un sector del gran capital, pero preocupa que los escenarios de lucha de los indignados siga siendo topográficamente extraño para los sectores populares.
Llama la atención que, por ejemplo, en España se ignoren importantes leyes sobre el impuesto al gran patrimonio, sobre la violencia contra la mujer, los plazos del aborto, el 0,7% para la ayuda al exterior, sobre la regulación de los inmigrantes, la paridad entre hombres y mujeres en la administración pública, etc., que en EEUU se ignoren las leyes sobre la seguridad social en el área de la salud, las inicuas leyes anti-inmigrantes de Alabama y Arizona, impulsadas por la caverna política de ese país.
Aquí, la indignación se expresa de diversa manera: por el 4%, contra la Barrick Gold, por los Haitises, entre otros. Pero también debe indignar la negación de los derechos a la libre sindicalización de los trabajadores, no importa el sector al que pertenezcan, la negación de los documentos de identidad personal a muchos nacionales dominicanos de ascendencia haitiana, la falta de vivienda y el incremento de la pobreza en las áreas urbanas degradadas; indigna la falta de generosidad y el sectarismo desmovilizador presentes en algunas franjas del movimiento y de pequeños grupos de izquierda organizados, la banalización, la elitización y la ausencia de la política en importantes acciones en plazas.
El encandilamiento y el sobredimensionamiento del movimiento de allá y de aquí puede ser de nuevas frustraciones y frustraciones no caben más, se requiere, por lo tanto, una reflexión seria sobre estos temas para lograr que la indignación trascienda positivamente sus expresiones y se convierta en una acción política permanente y eficaz, que no se confunda con una feria (lugar de venta y origen de las ciudades), sino que las acciones del movimiento discurran en una perspectiva realmente política.