Hay muchas maneras de destruir un país para beneficio de un grupo de privilegiados. La violencia en todas sus formas y a través de la historia ha sido una de las preferidas por los politiqueros de oficio. Ya sea por medios del poder político, económico o social.
La que más interés desata al presente es la de fase económica, porque constituye la base que sustenta todo el entramado que conforma un estado-nación y de la que depende la riqueza o la pobreza de uno y de otro. Aclaro, que por lo general, no siempre el interés del estado coincide con el de la nación, y viceversa.
Además, de ello dependen otros factores de estabilidad o de disolución nacional, en particular cuando la pirámide de bienes se invierte y se traduce en lo ideal para la clase política dominante: lo mucho para la poca élite de los colmillú; y lo poco para la gran mayoría de los que Mariano Azuela definió como los de abajo, los descamisados.
Una de las tácticas más invocadas en lo que va del siglo XXI se relaciona con las prácticas de los especuladores que apuestan de forma deliberada a la bancarrota de los Estados, la mayoría de las veces en contubernio con aquellos que detentan el poder político del estado y los grandes consorcios financieros que gobiernan el planeta.
¿Cómo lo hacen? Muy simple. Como arma financiera. Un tutumpote de los que abundan en el círculo de hierro morado del Palacio Nacional, ahíto de dinero y de apellido ilustre, decide comprar un simple seguro de riesgo de crédito, digamos de un estado-nación al filo de la bancarrota, llámese España, Italia, Grecia, Irlanda o República Dominicana.
El inversionista que posee esa deuda desea cubrirse contra el riesgo de la insolvencia o bancarrota de ese país y contrata otro producto a través de un asegurador para protegerse del riesgo de quiebra, llamado CDS, o Credit Default Swaps, lo que le da derecho sobre la deuda del país en aprietos financieros, sin poseer títulos del país afectado.
En los pasillos bursátiles de Londres, Nueva York, Tokio, París o Hong Kong, es una ley fija que cuanto mayor es la demanda de CDS de un país, mayor es la percepción de los mercados de que ese país en particular está al borde de la quiebra y mayor será el interés del dinero prestado a su gobierno, lo que pone a dicho estado en una delicada situación financiera.
La última fase para el especulador es vender esos CDS mucho más caros de lo que los compró, porque el riesgo es mucho más elevado. Es igual a si usted compra un seguro contra incendio sobre una vivienda de la que no es propietario ni arrendatario. Su interés máximo será que esa vivienda se incendie cuanto antes para cobrar el seguro.
Ese tipo de arma de destrucción financiera en masa fue inventada en 1994 por una mujer, Blythe Masters, del banco de negocios estadounidenses J.P. Morgan, exclusivo para gente que trabaja o invierte en fondos especulativos o grandes bancos. No para un simple ser humano de un país tercermundista, donde el poder perfecto es saber conjugar lo político con lo económico de manera simultánea.
En el caso de la República Dominicana, el interés del estado detentado por el PLD va en dirección contraria al interés de la nación. Fuerte endeudamiento público, hasta la cuarta o quinta generación, inseguridad ciudadana, desestabilización social al esfumarse poco a poco la clase media, poca inversión social, en salud y educación, salarios de miseria y el auge incontenible de la criminalidad en todas sus modalidades.
Además, crear bolsones de progreso–en áreas turísticas—rodeados de villas miserias al granel, y a la vez vender al exterior la idea de un país estable, un paraíso fiscal tropical para los inversionistas, mientras se socava la independencia de las instituciones públicas nacionales en aras de mantener el poder absoluto.
Y a los pobres, en su gran mayoría se les margina, se les coloca en un callejón sin salida: altos niveles de desempleo, falta de agua potable, de luz eléctrica, carestía de alimentos, la mal llamada deuda social acumulada, sin carreteras, escuelas o caminos vecinales y otras necesidades básicas insatisfechas en un estado de derecho.
En fin, un cóctel ideal para un anillo palaciego que pretende llevar una nación a la bancarrota para el beneficio de unos pocos. Por ello, no ha de extrañar que los lamentables hechos de sangre y violencia ocurridos hace poco en Salcedo tengan una estrecha relación con los especuladores morados en el Palacio Nacional, en contubernio con sus "amigos" en los pasillos de los grandes consorcios financieros y bancarios de las principales capitales del mundo.