Después que la voluntad del cosmos hizo de los oídos una alquimia donde la luz es la esencia de lo divino, la poesía estalló como una ola en la armonía placentera de lo absoluto. Dios, no tenía vacilaciones algunas para amar a lo viviente representado como un adagio de anhelos. Vivir era el secreto de la síntesis en los murmullos del andante tiempo, y, lo eterno, un plano infinito que no esperaba la interrupción de los siglos.

La palabra necesitó, entonces,  nacer como inefable presencia del comienzo, reunirse, latir, ser incipiente ritmo, oscilar, ser ella misma en los bordes quebrados de la imaginación para darle al destino el cortejo del contrapunto, la insatisfecha ansiar de beber ese otro-nosotros, que llamamos existencia.

Los poetas son pasajeros o transeúntes que viajan por el universo celestial; algunos llegan afligidos a la tierra, y, otros alegres. Algunos vienen para interrogar a la angustia, para llenar de cantos a los bosques o alertar a las selvas sobre el misterio del éxtasis; otros llegan con el estremecimiento del viento, siendo partículas que el polvo trae desde la eternidad, viviendo  las experiencias de lo maravilloso, la esencia de la contemplación, el quizás latente de la duda, las sospechas inútiles sobre la nada o el aliento en calma de lo divino. Tony Raful es el poeta nacional que evoca todo esto de manera imperecedera, porque él trajo consigo una identidad, un atman estético, donde la razón sólo provoca al “es” para alborotar esa voz, que no es extraña a él, que no huye de sí, porque danza sobre el karma como libre albedrío para hacer del tembloso corazón el habitad seguro que custodia las presencias.

Tony Raful es un autor de ideales que obedecen a su grandeza. A través de su  escritura nos entrega himnos que llaman a la reflexión profunda; sea a través del ensayo literario o del artículo periodístico, su inmortal pensamiento sobre el mundo se hace permanente no como acontecimiento o relato sino como drama y epopeya sobre la trascendencia de la existencia.

Tony es dueño de un hablar dialéctico, de un discurso que transmite un yo-creador en diálogo con el lenguaje onírico. Él es profeta, profeta de los símbolos, de los signos, de las primeras intuiciones como un combativo guerrero que establece el principio y el final de lo cíclico.

Él es demasiado humano, por eso,  su interior es poesía libre, penetrante, con un sentido personal que lo define todo.

Tony Raful nunca ha callado. No ha callado como intelectual sobre los desafíos que trae la lucha de los contrarios, el exceso de individualismo, y los falsos mitos  que subyugan a los pueblos, por esto su expresión cotidiana de la vida es la de un escritor que se esfuerza por entregar a su generación una interpretación-crítica auténtica de lo que somos: navegantes del tiempo, sin tratar de imponer sus juicios, sino para sembrar valores místicos y éticos que son irreversibles en el alma  cuando nacen del impulso lírico.

Tony sabe que la vivacidad del canto viene del conflicto y del impulso, que nada tiene edad, ni siquiera la forma del círculo; que lo ideológico es sólo un discurrir cuando no trae el equilibro; que el esteta, como él,  es el heredero de dar sentido a lo trascendente de la historia; que la historia es una metáfora.

De ahí, que sus escritos históricos nos lleven a descorrer los telones ocultos de la condición  humana como una bifurcación entre las obsesiones de las criaturas mortales y los polos de los temperamentos exaltados por la pasión, la crueldad, el egoísmo, la lealtad o el odio, o tal vez, quizás, el amor puro y simple.

El escritor-histórico o de historias que es Tony Raful coincide con el lírico que es, porque pone sus ojos sobre el movimiento y sus oídos sobre los hechos. Su vida, es una vida luminosa, fluyente.  Él conoce las leyes de las cosas y las leyes del orden divino, por lo cual no se excede en moldear delante de sí ningún capítulo con medianías. Su vida, vuelvo y repito,  es  como un río que se intensifica ameno y alegre, pleno… Y su obra es amplia, penetrante y triunfante.