Hemos tenido 41 vicepresidentes, incluyendo a las mujeres Milagros Ortiz Bosch y Margarita Cedeño de Fernández, y a dos vices que abandonaron el Palacio Nacional, uno Rafael Estrella Ureña, vice de Trujillo, quien en 1932 salió del país y se declaró exiliado, y el otro Francisco Augusto Lora, vice de Joaquín Balaguer, quien en 1969 se hospedó en un hotel de la capital y se declaró opositor. Y hubo uno, el general Felipe Alfau Bustamante, que en 1854 fue elegido vice del general Pedro Santana y antes de juramentarse renunció.

El historiador y periodista Juan Ventura publicó años atrás el libro Los Vicepresidentes de la República, cuyas palabras preliminares son de mi autoría, en el que nos brinda las biografías de estos sufridos y vapuleados funcionarios ejecutivos electivos, colocados a la defensiva debido a las groseras ofensivas de los celosos presidentes espoleados por su sequito palaciego.

Diversas disquisiciones se apoderaron de mí en los días previos y en los posteriores a las escogencias como candidatos a vices de Carolina Mejía, la hija del amigo ex presidente Hipólito Mejía, y de Margarita Cedeño de Fernández, esposa del también amigo y ex presidente Leonel Fernández.

De todas maneras ni Abinader ni Medina reaccionarían ni como Balaguer ni como Mejía, porque se trata de otros tiempos y otros personajes.

Es más que evidente que los candidatos Luis Abinader y Danilo Medina le dieron muchas vueltas al trompo antes de decidir su jugada bajo las diversas presiones. Sus decisiones fueron realistas si las asumimos como factores de compactación interna, aunque en el caso de Medina primó también la acogida pública de esta.

Los vices son per sé problemáticos para los presidentes con miras continuistas, pero no en la etapa de sus candidaturas, por cuanto un paso en falso, una decisión desafortunada, podría dar al traste con sus aspiraciones presidenciales.

Nadie sabe cuáles son las opiniones medulares de Abinader y de Medina sobre sus compañeras de boletas, pero es posible que no se alejen mucho de los prejuicios que han delatado los presidentes en ejercicio acerca de sus vices, como cuando Balaguer dijo dizque en privado que su vice Carlos Morales Troncoso solo servía "para ponérselo de zapato" o como cuando el presidente Mejía dijo dizque en privado que se lamentaba de no poder enviar más lejos de la Máximo Gómez a la vice Ortiz Bosch, encargada de la cartera de Educación, con su sede en esa avenida.

De todas maneras ni Abinader ni Medina reaccionarían ni como Balaguer ni como Mejía, porque se trata de otros tiempos y otros personajes. Ellos son de trato sedoso y horizontal en el ejercicio de sus poderes y de seguro Medina continuará con un estilo de perfil respetuoso en su trato con su candidata y de su parte hará lo mismo Abinader, quien, al decir de su esposa, estaba tan buen mozo como el día de sus bodas cuando anunció a Carolina.

Palabras han habido.