“El pasado es un prólogo”
William Shakespeare
Hace unos años, en un artículo que titulé “Una coyuntura cargada de estructura” (https://acento.com.do/2015/opinion/8270708-una-coyuntura-cargada-de-estructura/ 29/07/2015) planteaba algunas preocupaciones empezando por lo enigmático que me resulta esa especie de negativa recurrente a entender cómo es que los mismos fenómenos, los mismos problemas y hasta los mismos protagonistas se mantienen esperando cíclicamente a ser develados. Como muestra de lo que decimos, basta recordar que ya en 1961 Manolo Tavárez Justo, el único líder político que ha encabezado un proyecto alternativo a la continuidad trujillista, pronunció estas palabras que podrían haber sido escritas hoy: “En vez de ser respetada como la carta sagrada de las libertades del pueblo, la Constitución dominicana ha sido considerada como fuente legítima de ventajas para el partido o para el hombre en el poder; de ahí que haya sido modificada a intervalos tan frecuentes y sin la debida reflexión y consideración, sino solamente para satisfacer los deseos de la conveniencia de aquellos que la propusieron o impusieron.” (14 de septiembre de 1961).
Entonces hoy se asiste, sin sorpresa, a que el líder de la anti reelección pretende un cuarto período presidencial y la impunidad política -tal vez principal obstáculo para la construcción democrática- ignora que el problema no debería ser reformar la constitución, sino que se haga como lo denunciaba Manolo Tavárez: para favorecer al que desde el poder lo propone.
Cada cuatro años se vuelve a los mismos temas, se discute acerca de cómo se repiten mejor los mismos errores para no avanzar en la construcción democrática, ya lo analizamos también el 6 de abril de 2016 en un artículo que titulamos “La crisis que viene” (https://acento.com.do/2016/opinion/8337795-la-crisis-que-viene/ ). Cada cuatro años se insiste en un esquema “bi-polar”, ahora institucionalizado por las leyes electorales, que no conduce a más democracia sino a la administración de un sistema político decadente. A ese esquema cíclico se unen algunos que se han dado cuenta de que en una democracia plena serían sacados de circulación pues no sería posible una Junta como la Junta, una Corte como la Corte, y muchos etcéteras más.
A estas alturas resulta incomprensible que se insista en ignorar la evidencia de que la democracia sin partidos políticos no es posible (https://acento.com.do/2018/opinion/8630696-democracia-sin-partidos/, 5 de diciembre de 2018). Me viene a la cabeza el recuerdo de aquel pro hombre de la institucionalidad cuando declaró que hacía “política sin partidos” para luego ser parte del espectáculo lamentable de la Comisión de Notables para Punta Catalina. Lo que sí es incontestable es que la democracia es sin notables y quienes hoy argumenten que no sabían, deberían pedir perdón por no saber de democracia, de institucionalidad y de decoro.
Cuando observamos casi sin sorpresa que todo se repite como farsa, ponemos la vista en los grandes y peligrosos silencios que como casi todos los silencios en política traen la impunidad bajo el brazo. Ejemplos hay hoy de sobra, incluso en algunos de los partidos llamados alternativos que han cambiado sus héroes, sus mártires y también las causas de los homenajes. Hoy tienen tránsfugas levantados a categoría de super estrellas. Héroes que no han sido víctimas de Balaguer o de Trujillo, sino del PLD o del PRD y que parecen respirar ese aire que impregnó la política dominicana desde el mismo 30 de mayo.
Una de las funciones más importantes de los partidos es la de proponer a la ciudadanía los candidatos a los cargos electivos, pero el desvarío ha llegado a tanto que hoy desde los espacios más extraños –Marcha Verde o el 4%- aparecen los anunciados “bucaneros electorales” que nos demuestran lo lejos que está la democracia y sus instituciones, cuando a nuestros ojos sin ningún tipo de pudor aparecen los candidatos buscando partidos y no partidos buscando candidatos. No hay que ser experto para saber adónde conduce este extraño “collage” de activistas sociales, candidatos buscando partido, partidos que dicen favorecer la participación social, pero se cierran a las primarias abiertas.
¿Entonces…? Las respuestas deben buscarse en una perspectiva más allá de la coyuntura e indagar en otras experiencias y en intelectuales y académicos libres de culpas locales y con visiones teóricas universales, pues la democracia dominicana va a ser realidad en un mundo global, sin saltarnos el hecho que la democracia es un régimen ideado para Estados nacionales por lo que resulta incomprensible que demócratas, izquierdistas y progresistas aparezcan celebrando o que ignoren la “llamada de Pompeo” olvidando que Pompeo no llamó en 1916, invadió. Llamó en 1924 para recomendar a Trujillo. Llamó en 1963 y asesinaron a Manolo y volvió a preferir visitar la media isla en 1965.
La ciencia política dominicana, que ha sido prolífica en descripciones en formato de artículo semanal y ha evitado una perspectiva crítica de las instituciones y de las prácticas políticas, está obligada a desarrollar el carácter predictivo que tiene toda ciencia el cual supone trascender la suma de hechos que acumula la experiencia para imaginar el futuro. Es hora de saber mejor no sólo lo que ocurrió, es imprescindible asomarse al por qué. Hoy estamos ante una “intelectualidad agónica” que trató de explicar un proceso histórico en el que no creía, pero que creyó que le convenía analizarlo de una acomodada manera.
El tema no resuelto por la ciencia política dominicana es el tema de la transición y por supuesto los límites y alcances de ésta. La falta de justicia “transicional”, la ausencia de un pacto político social por la democracia, es el único pacto necesario y debiera materializarse en una nueva constitución.
Si recurrimos a los análisis de Manuel Antonio Garretón sobre la transición (“paso de un régimen político a otro”), podríamos sostener que la transición política en República Dominicana comenzó el 30 de mayo de 1961 y concluyó el 1 de julio de 1966 cuando asumió su primer período Joaquín Balaguer. Se pasó entonces de una dictadura con todos los adjetivos posibles a un nuevo régimen político “acordado” por todos. El consenso fue tan grande que hasta padre de la democracia hubo, sin haber democracia. Y quienes propusieron la declaratoria se olvidaron de las 366 personas muertas o desaparecidas por causas políticas entre los años 1966-1969(mal contadas).
Señala Garretón que “Suele decirse que las transiciones democráticas latinoamericanas corresponden a una nueva ola de democratizaciones en el mundo. Bajo esta apelación de impacto periodístico se ocultan confusiones y diferencias entre diversas situaciones históricas.” Esta opinión resulta de utilidad para observar desde una nueva perspectiva el 1978. En ese momento no hubo transición a la democracia (el régimen se mantuvo), hubo un cambio de partido en el gobierno que no pasó de algunas medidas democratizadoras. Para entender lo que sobrevino o qué pasó a ser el sistema político dominicano pueden servir las definiciones de “democracia incompleta” (Garretón), de “democracia mínima” (Bobbio) que se vincula con el alejamiento ciudadano de las arenas políticas, la de “democracias delegativas” (O´ Donnell), que resalta como se acentúan los elementos caudillistas y plebiscitarios y como se construyen ciudadanías de baja intensidad o, por último, de “democracias restringidas” (Lechner) que alude a una formación democrática que queda restringida principalmente a la elección de autoridades.”
La incorrecta interpretación de 1978, en mi opinión remite al espejismo de que cambiar de partido en el gobierno conduce a la democracia pero a quienes se aferran a esta interpretación debemos recordarles que el presidente de Estados Unidos es Donald Trump y no Jimmy Carter y que la institucionalidad de una “democracia incompleta” solo ha potenciado su sustitución por los poderes fácticos. Un buen ejemplo de esta afirmación es lo que ha ocurrido recurrentemente con las convocatorias al Consejo Nacional de la Magistratura. Lo primera andanada llega del empresariado y de sus voceros aludiendo a la incapacidad de los integrantes del Consejo para nominar jueces. La última vez, en apoyo a la estrategia que siempre conduce a presiones y negociaciones que culminaron en un cambio total de la Suprema Corte, se llegó a decir que el presidente de la República no era abogado. Revisen los periódicos y apliquen este mismo criterio a la Junta Central Electoral cuando para la designación de su actual presidente impunemente el CNM se saltó incluso los procedimientos.
Creer que el desafío de la democracia es posible resolverlo a “la primera elección” o a “la primera candidatura” sólo puede ser producto del extravío de quienes hace unos meses querían quemar gomas y ahora creen que ganaran elecciones como candidatos “sociales”. Creo que se equivocan también los que gastan tinta y papel en los famosos programas sobre los que deberán rendir examen ante veteranos entrevistadores. Para hacer un programa se necesita alguna información y una secretaria eficiente. Tengo la impresión que lo que se necesita es un proyecto y para eso hacen falta ideas, tiempo (más de un cuatrienio) y compromiso. Naturalmente debe haber una nueva lectura de la historia reciente pues provoca una tristeza infinita observar que pasa absolutamente desapercibido el hecho que, por ejemplo, la potencial reforma a la constitución sea definida como antidemocrática y esté pasando “piola” la ley de partidos y la ley de régimen electoral que no cumplen mínimos democráticos y que fue el resultado del acuerdo de los partidos del sistema para asegurarse su carácter de hegemónicos y de repartirse amigablemente el dinero del Estado para financiarse. Aquí cabe recordar la historia pues los aliados en la aprobación de esas leyes profundamente antidemocráticas vienen con CV. Cargan con reformas constitucionales en su propio beneficio y con ideas tan brillantes como la ley de lemas para resolver el mismo problema que hoy tiene el PLD ¿se acuerdan?
Celebrar la ausencia de democracia diciendo que existe o poner como alternativa una dictadura son, en el mejor de los casos, argumentos de “intelectuales agónicos”.
Quedan demasiadas hipótesis y muchas más dudas pero a lo mejor el futuro no es tan terrible ni tan color de rosa. Con todo, pareciera que mientras no se establezca el punto de partida de la carrera y la meta hasta a la que se quiere llegar no existen posibilidades de avances democráticos. Tampoco admite discusión que la carrera será más larga y por tanto aquellos que saben que no pueden descansar cada cuatro años son imprescindibles.