Entre los ocho y nueve años renuncié a las clases de catecismo en casa de Doña Olga, una señora blanca, robusta, de trato paciente y exquisito, que dedicaba cada sábado a impartir esa clase a los niños del barrio. Yo insistía en ir a pesar de nunca haber logrado aprenderme la señal de la santa cruz, porque debo reconocer que fui un caso perdido y de haber continuado allí me habría convertido en parte del fracaso del sistema de Doña Olga, que efectivamente avaló los bautizos y primera comunión de todos los muchachos del barrio.
Años más tarde, probé suerte con otro grupo religioso de jóvenes y tampoco tuve éxito. Quizás por asuntos de la edad, cuestionaba muchas cosas, buscaba respuesta a todo, en mi cabeza no encajaban muchas piezas del complicado rompecabezas y no le encontré sentido a la exaltación y a la idolatría.
En lo adelante, la religión se convirtió para mí en un ejercicio de respeto y tolerancia, más no así la fe y las creencias populares, en las que creo y despiertan admiración y fascinación en mí.
Tantos años después la misma iglesia a la que yo tan joven cuestionaba se encarga de darme la razón y confirmar mis sospechas de que no me equivocaba. Que a pesar de mi corta edad y mis vivencias que apenas se limitaban a escuela, amigos y vida en familia, mis cuestionamientos eran más que validos. Otro escándalo sexual ensucia la sotana de un cura en el país, esta vez, un religioso de nacionalidad polaca que por muchos años fue el sacerdote de la comunidad de Juncalito en Santiago.
Para no haber hecho poco en nombre de la fe, al cura se le acusa de haber agredido sexualmente a por lo menos ocho niños, a uno de ellos por espacio de nueve años, todos ellos habían servido de monaguillos o colaborado de manera cercana en la iglesia. Un voto de confianza sagrada de sus padres, la ternura y vocación de niños con ánimo de servir a su Dios fue retribuido con agresión de esta magnitud por un aceptado de la iglesia que sólo los guió como corderos al matadero o como caña pal ingenio.
Agresión, sexo, sacerdote e iglesia son conceptos que francamente no me cuadran en la razón y me mueven a seguir cuestionando el hecho de que aún en pleno siglo XXI se sigue alabando la imagen de una persona común y corriente que lo único que le diferencia de los campesinos del lugar son los estudios de teología y el pacto oscuro de aposento acordado en algún monasterio.
Que se sepa que no cuestiono la fe. Cuestiono la iglesia, su oscurantismo, su atraso, el trato machista y excluyente que en nada aporta a la lucha contra la violencia y por supuesto, la traición y la maldad en los miles de enfermos y retorcidos mentales que se esconden bajo el hábito para dañar porque, como los hechos lo confirman, el clan sagrado de la iglesia se encarga de protegerlos.
Falta un ejemplo, falta un castigo, falta avanzar y urge despertar del letargo en el que está sumido la iglesia que cada día se divorcia más y más de la fe y lo que predican. Este es sólo uno de muchos, los niños son sólo algunos de tantos que tienen miedo de hablar. Esa no puede ser la causa de Dios. No existe forma humana ni divina de devolver a esos niños su inocencia ni de reparar por completo el daño causado por un representante de Dios en la tierra. Por suerte existe la justicia divina y el despertar de los tiempos que se encarga de poner cada cosa en su lugar. Amén!