Desde el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, el candidato disidente Liberal a las elecciones en 1948, Colombia ha estado sometida a un proceso de violencia política  que ha costado decenas de miles de muertos y que ha creado en esa sociedad una cultura estructural de la violencia.

Las guerrillas, ya que hay de diferentes grupos o tendencias, aunque todas se reclamen del marxismo, han sido la consecuencia “izquierdista” de esas viejas rencillas entre los partidos tradicionales, Liberales y Conservadores, partidos que institucionalizaron la violencia política, matándose entre ellos en cada elección

Los grupos guerrilleros han creado zonas realmente “liberadas”, en el sentido de que esa parte del territorio controlada por ellas, está fuera de la jurisdicción real del Estado colombiano. Eso ha creado una situación anómala y única en AL. Un Estado que no tiene un control sobre su territorio y no puede ejercer su soberanía sobre parte del mismo. Y donde, por ende, tampoco tiene el monopolio  de la violencia.

Durante esos casi setenta años de violencia política estructural y específicamente durante los tiempos de prevalencia de las guerrillas, ha habido intentos de pacificación, de negociar acuerdos entre grupos guerrillero y el Estado. Pero todos hasta ahora han fracasado.

El gran mérito de Juan Manuel Santos es haberse dado cuenta, durante su tiempo de Ministro de Defensa, que la “solución militar” no era tal

Uno de ellos, el más notorio, cuando la Unión Patriótica acepto integrarse a la lucha democrática no violenta y, sin embargo, las fuerzas de seguridad, los servicios paralelos y los paramilitares, exterminaron a miles de sus militantes. De manera que la guerrilla si ha buscado la paz pero el establecimiento político institucional fue incapaz de parar los pies a los supuestos incontrolables, que se beneficiaban de la permanencia de la guerrilla, de la violencia.

Hay que suponer que se trataba de dos grupos diferentes pero con un mismo objetivo: beneficiarse de la situación de violencia. Por una parte, grupos económicos-financieros, políticos, militares y paramilitares, y, por otro lado, las fuerzas del narcotráfico que es un grupo económico-político, informal, pero que actúa como una sociedad secreta, con vínculos transversales en la sociedad colombiana.

El presidente Uribe fue un halcón que utilizó de manera radical a las fuerzas paramilitares para tratar de cerrar las vías al reclutamiento de la guerrilla ejerciendo el terror sobre la población campesina circundante a los territorios controlados por la guerrilla. A la vez que, con la gran ayuda de la DEA y de las FAS de EE.UU., utilizaba a las Fuerzas Armadas y los Cuerpos de Seguridad en una guerra sin tregua contra la guerrilla,  principalmente con la más poderosa, las FARC.

Uribe tuvo éxitos en poner a la guerrilla en una situación militar difícil, pero el hecho cierto es que la guerrilla colombiana no es un problema de solución militar o policial, sino que se tenía que resolver en todos los frentes, incluido el político. Esta última opción no estaba en el escenario político  de Uribe.

El gran mérito de Juan Manuel Santos es haberse dado cuenta, durante su tiempo de Ministro de Defensa, que la “solución militar” no era tal. Que la guerrilla era una anomalía que tiene una cierta base social de apoyo, debido a las desigualdades sociales de la sociedad colombiana, especialmente lacerantes en la población agrícola, y que se debía ir no por las ramas sino a la raíz del problema: la negociación política con las FARC. Apostó por eso y se ha enfrentado a todos esos intereses creados que se benefician de la situación anómala de Colombia.

De manera, que la reelección de Santos debe ser celebrada, porque es la principal oportunidad que tiene la sociedad colombiana de lograr un acuerdo que elimine la lucha armada, que integre a los guerrilleros en la vida civil, con respeto a sus derechos humanos, y con condenas a quienes se demuestre que deben ser condenados (sean guerrilleros, soldados o paramilitares).

Colombia, un gran país, con una economía en expansión  se merece la paz, la concordia entre sus gente, y encaminarse por la lucha democrática de clases por vías civilizadas, tanto por parte de la “izquierda como de la derecha”, tanto por los miembros de los aparatos represivos, como de los aparatos militares informales.

El presidente Juan Manuel Santos es la gran esperanza de que Colombia logre esa paz. Y hay que resaltar –ya que esto no es baladí-, que Santos pertenece a una de las grandes familias de las élites colombianas. Un hombre que se ha preparado a fondo para ser presidente, egresado de los mejores centros académicos occidentales, y alguien que, por nacimiento,  tenía en su supuesto ADN oligárquico, ser un elemento ciego a las preocupaciones de su pueblo. Sin embargo, al moverse por todo el país en sus funciones de Ministro de Defensa logro ver la realidad, y tener la inteligencia, a la vez que el sentimiento humanitario y patriótico, de  hacer del logro de la paz su razón de ser política.

Juan Manuel Santos, el presidente de Colombia, reelecto ayer, merece todo mi respeto, al igual que  los dirigentes de la FARC que negocian la paz, y les deseo mucho éxito en sus objetivos de traer la paz  y la concordia a ese gran país latinoamericano que es Colombia, llamado a ser una de las potencias económicas de nuestro subcontinente.

Torrelodones, 16 de junio de 2014