Nueva York.-Sospecho que las familias Clinton y Bush acordaron transformar nuestra democracia liberal en una “monarquía democrática”, y sus errores parecen alternabilidad en el poder.  En 1988 ganó Bush padre, en 1992 Bill Clinton, en el 2000 “ganó” Bush hijo.

Quizá Clinton abandonó a Al Gore en el  2000, devolviéndole la presidencia a los Bush, quienes se la devolverían a Hillary en el 2008.

Pero el Diablo nunca duerme en su cama, sus demonios de terquedad y arrogancia derrotaron a Hillary.

En el 2008 Barack Obama cubrió el

resbalón de Hillary, presidiendo un gobierno insípido durante seis años, quejándose de que no lo dejaban gobernar.

Obama debía ser un “hipo”, una irritación en el diafragma de la historia, un accidente intrascedente de inhalación o exhalación, una interrupción de la frecuencia respiratoria normal: “Bush-Clinton-Bush-Clinton”.

Para salvarse de la irrelevancia total, Obama  le inyectó esteroides a sus testosteronas políticas, las reforzó.  Firmó un acuerdo climático con China, detuvo la deportación de millones de indocumentados y normalizará las relaciones con Cuba.

Después de Obama, retornará la “normalidad”, los Clinton-Bush traerán “sangre nueva”, ni Hillary ni Jeb han sido presidentes.

En el 2016, ¿otra vez?, “elegiremos libre, democrámente”, entre la Casa Bush y la Casa Clinton, porque somos unos 325 millones de borregos.

Estas monarquías lucen convencidas de que seguiremos eligiéndolas para siempre, para siempre, para siempre.

Porque son renovables y multiculturales. El hijo de Jeb, George Prescot Bush, es articulado, inteligente, atractivo y habla perfecto español, su madre es mexicana. Bill asegura que su hija Chelsea es “mucho más inteligente que Hillary y yo juntos”.

Aseguraré mi familia.

Le recomendaré a mis nietos, Leilani y Damien, 9-8 años, que formen “comités de apoyo”, uno para Chelsea, otro para George Prescot así siempre habrá uno arriba.

La oposición es muy, muy dura.