Mientras más lo explican menos lo explicitan: hay un tiempo en que “por orden superior” se debe estar felices pues ha nacido un profeta o hay razones (religiosas) suficientes para ello.

Después, mas adelante, hay que estar tristes porque ese mismo profeta murió o lo mataron, también por orden superior.

El resto del año, salvo los días jerárquicamente señalados, hay que estar, según mandan las confesiones oficiales a las que hay que obedecer.

Y por cierto, el vocablo “obediencia” es clave en estos casos.

Si se obedece, si se teme, si se arrodilla la gente, va a ser bien vista en el cielo y hay posibilidades de perdón y hasta de algún premio extra. He ahí  un contelido crucial del control social.

¿Quién dice que la Gracia se gana portándose según las recomendaciones  de unas gentes no menos pecadoras que el mas mortal de los mortales?

¿A dónde fue a parar el libre albedrio? Si alguien lo encuentra por ahí, favor de ponerlo donde esté visible.

¿Si allá arriba hay tanto amor porque hay que obedecer tanto, por qué no mejor seguir amando y seguir comprendiendo y seguir iluminando de confianza en sí los muchos, amargos y claros caminos de la existencia?

Esos gestos son tan extraordinarios, tan de poder, tan medievales, tan rígidos, tan arbitrarios, que no se entienden del todo.

¿Acaso la gente no tiene libre albedrio todavía en este siglo XXI?

¿Acaso todos somos menores, primitivos, retardados, inadaptados, que necesitamos que nos dirijan la conciencia cada minuto que pasa que nos digan por cuales puertas entrar o salir, que nos hagan arrodillar y a obedecer?

¿Quién dice que hay que estar gritando, llorando, lamentando, gimiendo para que Arriba demuestren que tienen memoria y se acuerden de nosotros los vencidos pecadores, los hijos de la tal Eva, echados del Edén, defenestrados, castigados, desarraigados? Lo más importante es el sentimiento, no la imagen.

¿Quién dice que la Gracia se gana portándose según las recomendaciones  de unas gentes no menos pecadoras que el mas mortal de los mortales?