Los poetas son “testigos insobornables” de la sociedad donde habitan, ya que viven en los límites de la transparencia y la traición, y con frecuencia se hallan desubicados de la confianza, en una posición en particular, merced a su disposición para ser proclive a todas las posiciones, más negativas que positivamente aptas. La poeta y novelista Claribel Alegría (Estelí, Nicaragua, 1924-2018) es un vivo ejemplo de lo que acabo de decir.
Este profundo sentido de humanidad, que va desde la comprensión de su dignidad personal como ser humano a la dignidad humana de los demás y a un entendimiento compasivo y humanitario del mundo entero, es decisivo al momento de analizar esta obra.
Muchos e intrincados son los senderos que Alegría ha recorrido a lo largo de su vida, internándose en la vida, en los mitos, en la magia, o en el misterio insondable de la condición humana. Sus poemas, imbuidos de vida, palpitan al ritmo del corazón, al golpe oscuro y denso de la sangre, y a la vez, fluyen ligeros y frescos como un hilo de agua cristalina, sustentados por la levedad casi aérea de sus versos.
Quien traspase este umbral, como ha dicho Daisy Zamora, y se adentre en el universo poético de Claribel Alegría, “sepa, desde la entrada, que ascenderá al reino de la claridad absoluta, habitado de palabras incandescentes, despojados de todo lastre retórico y de toda pretensión o artificio; palabras que brillan por ellas mismas, íngrimas, desnudas y espléndidas, en perfecto equilibrio y lucidez”.
“Debo abrir mis compuertas/aligerar el peso del amor /que escapen mis recuerdos/mis lágrimas/mis sueños/mis paisajes/mis muertos/que se los lleve el mar/más allá de mi barca/que floten ellos solos/y que me dejen sola”.
No es el amor ciego el que termina decepcionado y mal querido, sino aquel, aún más profundo y apasionado, que conserva la lucidez del juicio y de la distancia, y que con esa distancia nutre y enriquece su intensidad. El amor en Alegría es nostalgia, tensión y lejanía, más se aviva mientras más se sabe en camino y que nunca alcanzará la meta, aprovechando la savia de ese distanciamiento nunca plenamente colmable y lleno de esperanza de colmarlo. El destino de este amor y de su deseo de celebrar es, a menudo, el malentendido. Nadie es más malentendido y mal pagado que quien siente la necesidad interior de celebrar—un evento, un acontecimiento, una figura– con pasión aunque sin retórica. Entre los gestos destinados a la decepción y al malentendido está también el testimonio del que manifiesta su respeto y su intensa participación en un destino ajeno, que él siente como propio y en el cual reconoce un símbolo ejemplar de su vida, aunque sin abandonarse a una enfática y sentimental exaltación.
“Tejo y destejo/la pregunta/que desde siempre me persigue:/el cuerpo muere/¿pero el alma?/o bien seré cenizas/o encontraré tu huella”.
Cantamos al propio misterio. Queda por decidir desde dónde cantar, y esa es la búsqueda que cada poeta realiza a su manera. En esto consiste el estilo, la voz propia, esa voz que hay que encontrar si se quiere ser leído. Es el instante durante el cual se conecta el mundo con el sentimiento. El instante del fogonazo, cuando se ilumina lo que es opaco y oscuro.
Pasión de la ausencia y la nostalgia. No la ausencia de esto o aquello, sino ausencia cuanto tal. Ciertamente esta ausencia asume muchas formas y figuras, según los grados de una progresiva indeterminación: el amado, la patria, lo divino, lo sencillo, lo ideal, lo absoluto… Precisamente lo absoluto, en Alegría, está desligado de cualquier determinación y particularidad, es el vórtice en el que la entera realidad se deja absorber. Pero no para ser aniquilada. Al contrario, para ser restituida a sí misma. En esta obra, la realidad no reposa en sí misma, sino que remite a otro mundo, (¿amargo o gozoso?), a lo absolutamente otro, donde el misterio de la vida asume el universo de todos los significados posibles.
“Mi soledad poblada/se me volvió trivial/ahora/en este ahora/sé que al fin/me encamino/hacia una soledad/deshabitada”.
“Debo arrancar de cuajo/esta tristeza/esa nostalgia-cuervo/que me invade/picotea mi mente/y me reduce”.
Es como si para reapropiarse de la propia vida no quedara más que perderla, y perderla deliberadamente, así como, para sustraer la verdad de las cosas al tiempo que todo lo devora, fuera necesario exponerlas y consignarlas a la nada. Por ello la nostalgia, en Alegría en cuanto deseo sin objeto, es pasión de la ausencia, es necesidad que no quiere ser satisfecha. Nostalgia: ella se nutre de sí misma y no encuentra paz, pero ya no debido a que es incapaz de alcanzar el objeto de su deseo o porque ese objeto le resulte oscuro, sino debido a que se trata simplemente de un objeto colmado de dolor.
Nuestra autora, que a los 93 años de edad, en 2017, obtuviera el Premio Reina Sofía de Poesía, en España, tiende a definir, dentro de lo ilimitado, esto: la imposibilidad no es nada más que la característica de lo que denominamos exitosamente “poesía exteriorista”, resumidas en breves ideas de versos objetivos y concretos, de efectos inmediatos. Dicho experimento fue “fácilmente” ejercido por importantes poetas nicaragüenses de Vanguardia, durante los años de 1940, principalmente por José Coronel Urtecho, a quien se atribuye, según Ernesto Cardenal, la creación de dicho movimiento, cuyos lineamientos ideológicos consisten en escribir como se habla, aludiendo a las cosas que entran por los sentidos, tratando de abreviarlas en el uso del lenguaje, sin frases hechas ni expresiones gastadas, pues no hay experiencia vital, estrictamente hablando, sino a partir del juego como identidad del “otro” y su diferencia.
Y he aquí la respuesta inesperada: la experiencia radical no-empírica no es de ningún modo la de un Ser trascendente, sino la presencia “inmediata” o la presencia como “exterioridad objetiva”. Y la otra respuesta consiste en que la imposibilidad, lo que se escapa a todo lo negativo, no cesa de exceder, arruinándolo, todo positivo, siendo esto con lo que uno está siempre vinculado por una experiencia más inicial que toda iniciativa, previniendo cualquier comienzo y excluyendo cualquier movimiento de acción para desvincularse de ello. Pero a semejante relación (que es la empresa en la que ya no hay presa) tal vez sabemos nombrarla, puesto que siempre se intentó designarla confusamente como pasión. De manera que, provisionalmente, estamos tentados a afirmar que la imposibilidad de Alegría constituye un riesgo o aventura vital, pues a través de lo “otro”, diluye lo “imposible creíble”, en cada uno de sus versos.
Desde la publicación de su primer libro, “Anillo del silencio”, del año 1948, bajo la impronta y orientación de la “poesía tersa y pura” de su amigo y maestro Juan Ramón Jiménez, pasando por “Suite de amor, angustia y soledad”, del año 1951, “Huésped de mi tiempo”, del año 1960, “Aprendizaje”, del año 1970, “Soltando amarras”, del año 2002, “Sobrevivo”, del año 1978, con el que obtuvo el premio Casa de las Américas en Cuba, hasta “Mitos y delitos”, del año 2008, y “Voces”, del año 2014, entre otros, Claribel Alegría, ha intentado ejercer una “inteligencia sentimental” a través de la poesía, a la cual no pienso que le quede más características para identificarse respecto de su prosa que la concisión y la exactitud.