En tiempo de pandemia todos los gobiernos se han visto frente a ecuaciones casi insolubles, a vaivenes imprevisibles, producto de un virus que, aparentemente, no da su brazo a torcer fácilmente.

Cada país ha tomado medidas en función de sus propias ecuaciones, convicciones, idiosincrasias y siguiendo las opiniones científicas. En el transcurso del año, en todo el mundo han variado los horarios de libre convivencia y de toque de queda, de los espacios abiertos o cerrados al público, en función de las estadísticas y a veces de la opinión pública.

En nuestro país, sin pensarlo dos veces, en materia de educación el gobierno escogió mantener las escuelas cerradas y encarrilarse en la virtualidad total. No obstante, antes de que lleguen los millones de tabletas necesarias y anunciadas, estamos compelidos a retornar a la presencialidad en las escuelas.

El punto es cómo hacerlo después de un paro tan largo, de manera   ordenada y segura, sin agrandar las brechas educativas y tecnológicas que se han agudizado en este año.

La mayoría absoluta de los padres, madres y tutores, según la encuesta realizada por Educa en febrero de este año, apoya el regreso parcial de sus hijos e hijas a las escuelas bajo estrictos protocolos de seguridad y el presidente de la República anunció en el discurso presidencial del 27 de febrero, el regreso a la presencialidad de manera gradual, voluntaria y bajo consentimiento familiar.

Del dicho al hecho falta un buen trecho por recorrer. Para algunos centros educativos privados, y hasta para algunos públicos, será relativamente más fácil que para otros. Algunas escuelas privadas han tenido desde mediados del año pasado un sistema de enseñanza virtual bien establecido, tan exigente como el presencial, necesitando un acompañamiento sostenido de un miembro de la familia o de un tutor.

No obstante, aún en los sectores más favorecidos donde los 88.6 % de los estudiantes han podido trabajar en buenas condiciones, con material electrónico de calidad y acceso a la virtualidad con video conferencia con sus maestros, el retorno a clases se ha hecho una necesidad.

Todos los niños no estudian al mismo ritmo, no se concentran igual frente a una computadora, no tienen la misma relación con los maestros virtuales que con los encarnados y unos más que otros sufren de algún tipo de ansiedad por la escasa socialización.

Las familias de mayores ingresos, a pesar de ser minoritarias, tienen mucha incidencia y hoy en día exigen un sano retorno a clases. Sin embargo, la encuesta realizada por Entrena demuestra también que hay una opinión aún más decidida en este sentido en los hogares de los sectores vulnerables y, en particular, en las familias con madres de bajo nivel educativo que no pueden acompañar a sus hijos e hijas con los cuadernillos y donde no funciona la educación a distancia.

A esto hay que agregar que más de 130 mil hogares de todos los estratos económicos han tenido que hacer un esfuerzo económico a veces insostenible, en medio de la crisis, para garantizar el cuidado de sus hijos en casa.

“La presencia es insustituible”, según un sociólogo uruguayo, y para los niños, niñas y adolescentes de los sectores más desfavorecidos, un año sin escolaridad repartido sobre dos años escolares, equivale a dos años de escolaridad perdida.

Este es un lujo que ningún niño se puede permitir en ningún país del mundo y menos los estudiantes de nuestras escuelas públicas, que de por sí tienen un hándicap garrafal en lecto escritura y matemática.

Se ha calculado que al menos 20,000 alumnos han desertado de las aulas durante la pandemia y se sabe por experiencias previas que pocos de los estudiantes que salen del sistema escolar vuelven a las salas de clase.

Muchos de ellos van a engrosar las estadísticas de niños abusados, victimas de trata, menores trabajadores y adolescentes embarazadas.

Nuestro sistema educativo tan frágil es uno de los sectores que ha sido más afectado con las medidas de distanciamiento social. Entonces, sí, ha llegado la hora de volver a clase de manera gradual, pero con estrategias muy claras para que este retorno se haga con todas las medidas de bio seguridad necesarias y de manera ordenada.

El apoyo de los maestros a esta inmensa tarea es fundamental y son los primeros que deberían exigir el inicio de las clases después de un año tan particular. Si la mayoría de los trabajadores ha retomado el rumbo de sus labores, los maestros no pueden ser una excepción.

Si la educación es una prioridad es inconcevible que se hayan abierto los bares, los restaurantes y los centros comerciales y que las escuelas permanezcan cerradas.

A breve plazo las escuelas públicas deberán volver a una velocidad única para todos y todas. Trabajar con varios sistemas: presencial, la virtualidad, la televisión, los cuadernillos no permite ninguna homogeneidad en la formación.

Es imprescindible dar la prioridad a las clases de recuperación con el fin de garantizar que los niños que no hayan podido estudiar a distancia no se queden rezagados y a planes que favorezcan la comunicación y la elaboración de las emociones que provoca el regreso a las escuelas.

¿Seguirá la enseñanza con cuadernillos fabricados al vapor frente a la emergencia y muchas veces desfasados, o habrá una vuelta a libros y programas anteriores que muchos consideran obsoletos?

La pandemia ha comprometido seriamente las promesas de una escuela pública más inclusiva, con educación de calidad para todos los estudiantes del país en igualdad de condiciones.

Con cada día perdido se merman las habilidades que necesitará la generación Covid 19 para salir adelante en la economía del siglo XXI.