Las tecnologías de la información y comunicación (TIC) han logrado una expansión de alcance global, regional y local. Las hemos adoptado  como un recurso del que no podemos prescindir. Es una identificación o dependencia tan significativa de estas herramientas, que perdemos el equilibrio y las perspectivas cuando nos faltan. Estamos ante una nueva ciencia que está reordenando el pensamiento y la cultura de los actores y de la sociedad. El avance de las TIC es imparable. Nos gusten o no, están desafiando a las personas y a las instituciones. Pero a pesar de su presencia e impacto global, son muchos los que no tienen acceso a las TIC. Todavía estos medios de comunicación e innovación forman parte de un bien exclusivo para los que tienen mejor posición socioeconómica y política en el mundo. Aun así,  hemos de reconocer los múltiples beneficios que aportan y la diversidad de innovaciones que posibilitan.

En este contexto, hemos de preguntarnos ¿qué uso estamos dando a las TIC para que respondan a las necesidades de las mujeres y de los hombres de hoy sin exclusiones? Es oportuno preguntarnos también: ¿Vamos a continuar considerando las tecnologías de la información y comunicación como un bien particular? ¿Vamos a trabajarlas más a fondo para reinventar la organización social y los sistemas sociopolíticos que tenemos? Soy de las que piensan que las tecnologías han de ayudar a la formación de una ciudadanía global y crítica. Podemos plantearnos la urgencia de avanzar en la formación de una ciudadanía digital. Esta formación es necesaria para revertir la cultura individualista y la exclusión progresiva que adquiriere fuerza en el ámbito de las tecnologías. Sin embargo, como en sí mismas ellas no tienen virtualidad para producir transformaciones, decidamos un uso comprometido y sostenible.

Tendría que ser un uso que forme y propicie un ejercicio ciudadano que no se deje instrumentalizar por los avances tecnológicos. Aspiramos a un ciudadano que aproveche la visión global que adquiere usando las TIC para actuar con más responsabilidad y transparencia. De igual modo, hemos de forjar una ciudadanía digital que desarrolle la capacidad de discriminación de la información para la adopción de posturas éticas ante los paquetes tecnológicos elaborados para robar identidades y destruir los valores sustantivos del ser humano y de una sociedad que busca la integralidad.

La ciudadanía digital ha de promoverse desde los distintos campos del conocimiento y desde los diferentes sistemas educacionales. La Educación Superior ha de destacarse por el impulso a la formación de una ciudadanía digital inclusiva. Desde esta modalidad de educación, se ha de construir y aportar una nueva visión y experiencia de las TIC. La ciudadanía digital ha de orientarse a una búsqueda sostenida del bienestar y de la inclusión de la colectividad. Ha de distinguirse por un uso educativo y democrático de las TIC.  De este modo, las personas dejan de ser un objeto de las redes sociales, y de los círculos en los que las tecnologías ocupan un lugar primordial para convertirse en sujetos que optan por la transformación socioeducativa, económica y política.