Le pregunté a su madre, Maritza, tratando de saber desde cuándo la artista autodictada que presento, en esta ocasión, para la VII edición de Mujeres Mirando Mujeres (MMM), empieza a establecer su encuentro con sí misma y, en fin, con su relación/deseo de habitar y dejarse habitar por ese sentir semiconsciente de crear que palpita, que se alberga y acentúa para representarse. Desde cuándo ella (la progenitora) le puso atención a ese mundo de líneas y trazos que enunciaba la conexión en el mundo y con el mundo de Citlally. Si lo hacía de manera secreta, si era espontáneo. Desde cuándo desplegó su imaginación para interactuar con lo exterior introspectivamente, quizás, o confesionalmente, con lo único propio que tenemos: la libertad de ser.
Maritza Josefina Pérez Gimbernard, que fue mi maravillosa amiga-cómplice y compañera de labores en la Biblioteca Nacional (BN) durante una década, no vacila en ofrecerme la respuesta esperada y lo hace como si a través de la misma también se autoafirmara de trasmitir lo vivido, como si legara una genealogía de mujeres a destacar, que se inicia con la abuela Irma:
— Desde niña, desde pequeña. Citlally no soltaba un lápiz. Desde los tres años, desde la escuela maternal John Dewey. Ella siempre “garabateando” sobre papel. Llevaba sus útiles escolares a mi trabajo en la Dirección de Cultura y usaba sus crayones de colores. Desde entonces se inició el coleccionismo de sus dibujos en el ámbito familiar.
Una historia, o, un esbozo de la trayectoria de una artista, se construye desde el palimpsesto, acaso, luego, a partir de «juzgar» su obra con elucubraciones interpretativas; pero ese relato que hagamos significativo o no, lo domina lo subjetivo, las metáforas y, tal vez, una categorización ontológica de su ser, para a partir del yo-ella, ir detrás de la búsqueda de lo que apertura el relato.
Como no puedo, aun, meramente objetivar al ser, pero sí hacer mi discurso de manera confesional, correlativo a lo que pienso, escogeré tres tiempos-temas y, tres fragmentos de textos de la poeta Ida Gramcko (1924-1994) para dar riendas sueltas a esta presentación de una de las discípulas más aventajada del grabadista dominicano fallecido a destiempo Frank Almánzar (1949-1986) y de la pintora Nidia Serra (1928-2010), quien también fue mi maestra cuando era ya una adolescente, y crecía mi fascinación por los monumentos/ruinas de la antigua ciudad colonial de Santo Domingo, en especial por el enclave de las Atarazanas, justo al lado del puerto y del río Ozama.
PRIMER TIEMPO
MUJERES DE FICCIÓN, QUE, SEDUCIDAS POR SÍ MISMAS, CONQUISTAN SU AMOR PROPIO, EN ESTE CASO SU AMOR PROPIO AL SABER.
También, también yo, pálida artesana/hago crecer, ondear tu voz en vilo. /Sé que en ti bulle la eclosión lozana/ de un cantar sobrio, de un inmenso tilo/ que no tan sólo fortaleza emana/ sino también, en íntimo sigilo, / una ternura clara y soberana, / que yo señalo en cántico y vigilo. [1]
¿Quién quiere saber? ¿Quién quiere hacer que los sentidos no estén petrificados? ¿Quién quiere atraer para sí el conocimiento, hacer una interrogante abierta al saber; re-escribir sobre el papel los hilos del factum, la evocación de lo que fuimos desde el principio, tejedoras de palabras?
Las palabras nuestras nos las arrebataron, y Citlally lo intuye; las hicieron desaparecer de todos los diccionarios. Una, de ellas, era la concerniente al placer sexual, así como las de la dualidad, y las que nos otorgaban las deidades a través de la luna. Por milenios nuestras voces quedaron perdidas; no había forma de recuperarlas. Se las llevaron los otros sobre el papel, y ya no solo en las tablas de arcilla. Nos lanzaron de nuevo a lo telúrico; querían (los otros) que olvidáramos lo que habíamos sido, que no se reconociera la autoridad que teníamos. Era el mundo entonces, quizás, más andrógino que femenino. Era el mundo una acuarela con grandes trazos color pastel, que contenía solo los sueños nuestros. La psique no tenía códigos aun para almacenar los rituales identitarios, y Citlally lo recuerda. El espacio mágico, como la aurora y el crepúsculo, era el mysterium tremendum, y allí estaba la madre, y la hija. Es esto, desde el origen mismo, lo transgénerico y lo translinguístico que nos representa Citlally en la serie de dibujos realizada en este recién terminado 2020, cierre de una segunda década, que denomina «Estudios para macetas de tripitas», y que me permite decir, observándolos que:
La hija traía la edad de la luna nueva, y la madre la edad de la luna vieja. Un torrente sanguíneo se entremezclaba; se pretendía homologar su pre-sentir, pero la tarde impedía que ambos vientres se hicieran Luna Llena y, entonces vino la noche.
Así son la madre y la hija, desde entonces —a partir de las tripitas de Citlally—: hilanderas de torrentes sanguíneos, tejedoras de las dos instancias del ser: la vida y la muerte. Dualidad o no, tejeduría para el alumbramiento del ser; es la madre la que fecunda el logos, quien da desde sí misma la diferencia.
Citlally quizás, sin proponérselo, penetró de día en día, sobre ese palimpsesto del saber, que es (desde sus tripitas) la acuarela de la identidad, el logos complejizando su devenir, y su propia sustancia espiritual.
Ahora que he vuelto a indagar sobre los motivos/motivación de su obra gráfica, tengo —como nunca antes—que, construir descripciones sobre lo que veo en ella. Saber que hay allí un estallido de lo insólito, y que ese extraño estallido produce un efecto, más aún porque entiendo que, toda obra creativa es eso: un efecto, miradas expuestas, miradas que se exponen, miradas que se encuentran ¡nada más!, no obstante la mirada crítica sea la lectora visual/testigo ocular de una obra. La artista —en este caso Citlally— es una creadora omnisciente, que hace una intromisión en lo imaginario, en la realidad empírica, en un mundo que cree identificable, pero que no lo es, porque la existencia misma siempre está en vilo, transformándose, reencontrándose con lo irracional, con lo que irrevocablemente se hace metamorfosis. Es por esto que Citlally nos presenta la «Otra cara» (2011).
Por eso considero que, una —cuando opina de otra/de la otra— escribe en cursivas, para solo decir lo que piensa y siente. Y, ¿qué se siente, qué se piensa cuando tenemos la «invitación» de hablar sobre la obra de una artista que dibuja, que se anima a plasmar lo que percibe?
Tal vez, al hacerlo, una se estaciona, se detiene en temas específicos a tratar y, pretende sustentar todas las posibilidades de decir «algo». El ojo se seduce y es seducido, y empieza el discurso de familiarización con lo visto, con lo externo.
Tejedora de artificios. Ensambladora de encajes «según parece» es, el ritual de lo que hace Citlally en las figuraciones que se metamorfosean de los rostros en los que se focaliza lo que «percibo»: mujeres de ficción, que, seducidas por sí mismas conquistan su amor propio, en este caso su amor propio al saber.
Siempre la mujer estará presente —antes, durante y después del tiempo circular—, aún cuando la transmutación se produzca en un tiempo copretérito. Así, nos encontramos con la obsesión quimérica de rescatar nuestro pasado; ese pasado en perspectiva con el tiempo presente. Creo que poblarnos de palabras/imágenes es nuestra metafísica en vértigo, no solo reconocernos en la naturaleza; es que las mujeres somos —desde el palimpsesto— tela-texto, textura-tejido, y Citlally nos invita a verlo de nuevo desde el «orden simbólico», en es la joven mujer («Ex libris», 2006) que tiene su libro/diccionario a leer entre sus brazos, y desde la abuela («La Coquetona», 2012) surcada por las arrugas que ya leyó los designios del tiempo circular y cerrado.
Tela-texto: físicos degastados, sin belleza alguna, sin deseo de míticos idilios; sin engañosas estampas, sin vitalidad transmitida, sin la arbitrariedad del signo es, «La Coquetona».
Textura-tejido: extravagancia y exageración de la efigie, ficción autobiográfica, mitificación sexual, rebelión como si fuera un sintagma de resonancia es, «Ex libris».
Es lo que siento, lo que justifico, lo que «juzgo» desde el marco artístico en que me encuentro o he construido para comprender el objeto/símbolo de estos dibujos/pinturas intervenidos algunos y otros no, su valor estético, su ficcionalidad, y esos artilugios que sacuden mi neurosis.
Presentar a una creadora es eso, padecer con ella de una neurosis; hacer una poética, un interdiscurso que “oprime”, que tiene tirantez, complicidades, cosmovisiones, y entramados que van cohesionándose. Una pretende indagar, ¿pero qué se indaga? Si todo es percepción, y nada más; retorno sobre el principio, tratar de conciliar al absoluto con los opuestos; entrar al texto, salir del texto; volver la mirada de manera inquietante a la obra, buscar ejes articuladores entre una y otra. Clasificar, a veces, lo inclasificable. ¿Es eso crítica? Tal vez, posiblemente.
SEGUNDO TIEMPO
LA MADRE /OMNISCIENTE DEL AMOR ESTABA AHÍ, ESTUVO AHÍ, Y CONTINÚA AHÍ.
Yo quiero que tú seas siempre en vida/ o en muerte viva lo que siempre fuiste/ para mí, la lumbre compartida, / la profunda pureza que persiste. [2]
¿Qué es? ¿Qué se oculta detrás del simbolismo que se aprecia en este universo creativo de Citlally Miranda (Santo Domingo, 1970) en sus distintas etapas desde el 2006 al 2020, donde se reunen retrospectivamente desmembramientos, reintegración de los símbolos femeninos, obsesiones, antagonismos, multiplicidades, mitos, sexismos, historias censurables (quizás) de mujeres, cuestionamientos, tal vez, al misoginismo hebraico.
¿Es Citlally una mujer auténtica, liberada en su libertad sexual, que se convierte en personaje, nacida de mujer, o, de sí misma, que aparece no desde el orden divino, que no se siente una perfecta extraña en la naturaleza? Tal vez, sí, y si se requiere tener una evidencia veamos qué tan afirmativa es su identidad en su pintura «Todo tipo de monte y mi monte» (2010).
Ser mujer, he aquí la diferencia.
Por tanto, volver a gravitar de nuevo, en mis opiniones sobre la obra creativa de Citlally, me hace sentir un poco extraña. Debo andar sobre ella o, quizá, darme cuenta que su preocupación estética —por ese movimiento de líneas y trazos que irrumpen en la composición visual de sus obras, por momento—, es, como si fuera una configuración de enunciados performativos, y se expresa, por ejemplo, en su collage/dibujo «Payasa atrapa sueño» (2009).
Citlally se confiesa como una “payasa atrapa sueño”, es decir, fabrica sueños para gravitar sobre los mundos colectivos de las mujeres donde ella no puede dejar de volcar sus emociones. Es que siento que su obra la muestra (a ella) en crisis, confusiones, llantos y agónicos estados. Los duendes van y vienen a ella, irrumpen como amigos en sus pesadillas, en los dolorosos procesos de cuáles son los anhelos que pretende.
Su obra «Yo negriRoja» (2008) es una evidencia de esto que afirmamos; dibujo a tinta que tropieza con lo que ella no pretende ocultar: el misterio; esa alucinación que tenemos todas las creadoras —a veces—por solo referir y, no transparentar nunca. El misterio de lo que queda inhibido por la realidad, que nos usurpa la identidad.
Citlally se apoya en múltiples imaginarios de mujeres. No tiene una única realidad para el engaño y autoengaño de su ser. No puede ocultar que la angustia existencial es su criatura que está al fondo del predominio de sus líneas, de la fragmentación heredada de las tormentas de su subconsciente. No ha podido darle edades a su vida. No quiere el sacrificio de asumirse una mujer de edades. Especula. Tropieza con los hechos, con la idealidad de las identidades que recrea.
Son inquietantes sus trazos. A mí, particularmente, me inquietan, ya que aniquilan la pervivencia.
¿Por qué darle cobijo a esa memoria/ ritual que discurre como si se sintiera todo el tiempo perseguida? ¿Qué se busca, qué se pretende que sea convergente en las acciones que se transmutan a través de los colores? ¿Qué es la mísera cotidianidad donde apoyamos a la realidad, la realidad que no está al alcance de los sujetos cuando la oposición binaria se impone? ¿Qué narrativa iconográfica es ésta donde se cumplen y descumplen convergencias y anticonvergencias de rostros? No, no, no es ir detrás de una aventajada mujer que se apoya en su «alter ego», es que Citlally se siente —a sí misma— ser una testigo ocular para hacer perceptible al mundo eso, eso que insinúa en los parecidos físicos de las mujeres, que son distintas entre sí, que intelectualmente pueden hacer causa común con otras y entrar a la cárcel de la razón, y está trabajado como tal en su serie «Pimpeada» (2012), de la cual presentamos una pieza, puesto que, nosotras no estamos echadas en el mundo para ser parte de los convencionalismos de la cárcel de la razón. Nuestra subjetividad no se conjuga sólo cronológicamente. Se conjuga desde el saber.
¿Por qué intervine Citlally — como una transición constataba entre el antes y el después— su comprensión de los valores y antivalores del mundo en torno a la mujer?
Tal vez, sea ella su ser/sujeto metafísico, su hallazgo espiritual, el embrión que tiene entre sus manos, o el vientre, para engendrar y desengendrar una identidad asexuada/sexual de la identidad. Posiblemente, sus obras son para desanudar nuestros conflictos sobre lo femenino, sobre el sistema falo-logocentrista. Quizás su práctica creativa sea de protesta, en principio, de enunciación, de posterior análisis de esa búsqueda contra corriente a la conciencia/impuesta del orden simbólico masculino.
Dejar atrás los parámetros de lo masculino, fue una constante en la primera juventud de la artista. El afecto de la madre, sí el afecto de la madre, la autoridad de la madre — su respeto a su subversión, a su rebeldía, a su individualidad, a sus búsquedas constantes desde el ser— le proporcionó, sin ella asumirlo aún de manera reflexiva, las herramientas para desmantelar el orden, el poder patriarcal, no obstante cuando en sus inicios Citlally se cortejó y se dejó cotejear por la androginia. No sé si fue necesario — para ella— que se involucrara en esa inmensa metáfora, si tuvo un pulso con la misma.
La madre/omnisciente del amor estaba ahí, estuvo ahí y continúa ahí. No la oprimió, pero cuestionó su ser. No fue indiferente a sus hechos y sus gestos de desenfadada adolescente.
TERCER TIEMPO
TODAS SE AUTOREFLEJAN EN ELLA.
No, no eres polvo; no, no eres instante. / Así, frente a tu pléyade armoniosa, / frente a tu oculto cúmulo gorjeante, / siento que soy tus mies esplendorosa, / la sola parva: lo perseverante. [3]
El «tiempo femenino» es el después, quizás, en la selección de la obra de Citlally Miranda que presentamos; la perspectiva de lo femenino que se hace un nuevo relato de identidad, desde la interioridad. El mundo masculino no se representa. Es lo que se entrevé y se lee a partir de su collage/dibujo «Se casaron» (2009).
Es ahora, el mundo de lo femenino lo que renace en ella, lo que comunica, vigila, y percibe. Es el tiempo femenino y en femenino el que jerarquiza, el que no le veda su filosofía del lenguaje.
Ella se autorefleja en ella y en todas. La madre se percibe, se contextualiza sin nombrarla; la ve presente, pero la distancia de sí misma. La conocía como suya, en la niñez, la hace protagonista, pero la petrifica. Le da una carga de silencio. Su mundo, sin embargo, es de dos, para dos.
¿Por qué es así su mundo, y no unitario? Porque no vivió, aparentemente, preocupada por las apariencias. Las apariencias no la colocaron en conflicto, ni a favor de una cosa ni de la otra; aun cuando estuvo en un mundo patriarcal (del padre, del maestro) tuvo como opción escoger un mundo onírico y, no dejarse manipular por la idea de que, no se puede constantemente rivalizar con la alteridad ni los pretextos, sólo establecer conexiones con lo que es diferente o se siente diferente.
Citlally demandó su identidad, su símbolo propio, totalmente diferente a lo que fue su hasta ahora. Creó su estilo femenino visual desde la mirada; una mirada que abarque lo que le pretendían arrebatar sus contrarios, los otros. Su semiótica ya no se iba a derivar más de desde la fragmentación.
Nacía mujer desde los ciclos de la naturaleza; quería gestar desde una noción que la retornara a la circularidad del tiempo. Ya no se concentraría solo en ser, sino en florecer, en mostrar su sexualidad llevada a lo exterior. Construía su historia, que era sinónimo de plasmar con su propio sentido de autoridad su lógica femenina no ficticia.
Citlally sabía que solo los ojos del universo conocían lo que era: una individualidad o muchas individualidades con complejos enigmas, que de manera exhaustiva se recorre con sus manos y se autorepresenta construyéndose desde lo súbito, que es asombro también, sintiéndose hecha no de alabastro sino de esencias disímiles que se corporalizan. Guardó en un arcano las memorias nostálgicas; inventó ilusiones que se leen cuál si estuvieran en una libreta de apuntes. Su imaginario hurgaba cuántas más historias de mujeres tenía que conocer para narrarse y narrar a otras desde el anonimato. Era su fórmula darle valor al azar cuando fluye aún pensemos que todo es temporal.
No obstante, sí, son temporales los sucesos del no-ser; son temporales las sonrisas y las risas; temporales también las esperanzas y el amor; y de igual, ese esfuerzo de justificar la existencia disimulando que no nos importa.
Una elige, no siempre, cómo interpretar lo antedicho por otras a través de las imágenes; pero ver, ir detrás de una obra para contemplarla, para reconocer sus códigos ocultos es, dejarse penetrar por lo cierto o incierto de lo que «nos dice», no de lo que «nos comunica». Una obra solo nos comunica las obsesiones psíquicas del súper-yo, lo que la creadora no puede desechar de sus arrebatos. Sin embargo, nos dice cómo podemos asociarnos a ella, a lo que de sorpresa descubrimos en lo preexistente e insospechado.
Es el conflicto entre la antítesis de lo ideal y lo antireal, entre el yo fluctuante y el yo opuesto, que se capta como alteridad, y que la mirada/el ojo le otorga fundamento al desenmascar la seudo-verdad encubierta por la artista.
¿Qué verdad es la nuestra, la de las mujeres en relación al poder fálico de la cultura occidental que no termina de romper sus ataduras, y continuamos dejándonos penetrar por ella? Ser parte del yo, de un yo-en-otra, que es la identidad a descubrir, sigue siendo un palimpsesto. Espero que la obra de Citlally Miranda continué contribuyendo a descubrir nuestras identidades. [4]
NOTAS
[1] Ida Gramcko. SALMOS (Talleres de «Impresos Voluntad». Caracas, 1978): 51.
[2] Ibídem, 39.
[3] Ibídem, 73.
[4] Nacidit-Perdomo presentó a Citlally Miranda en la VII edición de Mujeres Mirando Mujeres (MMM) 2021 que organiza en Madrid (España) Mila Abadía, Directora de Arte a un Click, del 8 de marzo al 16 de junio de 2021. Una edición en la que participan 72 gestoras culturales, 55 artistas y 16 proyectos invitados.