Para transformar esta paradoja “seria” en una aporía “lúdica” hace falta,  la expresividad histriónica del sofista, llámese este Portágoras, Gorgias o…Aristófanes, y, en nuestro tiempo Baudrillard, Jarry, Cioran o…Beckett. Todos ellos nos sugieren, o mejor aún nos muestran, aunque de modo muy diferente, problemas sin solución, situaciones sin salida posible. Así, al desalentar toda “respuesta” a un inútil preguntar, estos filósofos proponen un principio de economía a la especulación filosófica. Sin embargo, el preguntar mismo ha de seguir porque el “impase” de sus aporías no deja de ser un incentivo para sus creaciones artísticas.

Es  oportuno, pues,  volver a la cuestión de la que habíamos partido: ¿Y  si en lo trágico se mostrara algo que traspasa su horizonte de procedencia? ¿Si una concepción del ser necesario fuera reemplazada, con lo trágico, por una concepción que ve en el ser el fondo profundamente enigmático de la experiencia? ¿Si la ontología se abriera a la metaontología, y entonces convirtiera el principio en el abismo del principio, el ser en la nada, la necesidad en libertad? Dicho de otro modo: ¿Si nos tuviéramos que enfrentar no ya con la puesta en escena del proyecto filosófico de los presocráticos sino con su problematización y refutación?

Jean Pierre Vermant ha llamado la coherencia ontológica de la tragedia una “lógica de la polaridad” para distinguirla de nuestra lógica de la identidad que propone, mejor dicho que nos “impone” la filosofía “seria” a partir de un Parménides—no la lúdica (o la cruel) de un Zenón—y que en los conceptos clasificatorios de un Sócrates-Platón, basados en lo “verdadero”, llega a triunfar sobre la bipolaridad de los sofistas.

Esta lógica de la polaridad pertenece  al período filosófico de la sofística. Los sofistas, como es sabido,  inventaron lo que se llama dissoi-logoi. La idea es que en cualquier cuestión que la tragedia considera o en cualquier problema humano es posible componer dos argumentos estrictamente contradictorios. El discurso implica polaridad, por lo menos en lo que se refiere a la  relación entre filosofía y tragedia. Hay una polaridad en cada  problema de la vida humana. Y más tarde con el movimiento de la filosofía clásica, habrá verdad y error, y, con verdad y error, con discurso verdadero y discurso falso, vemos el triunfo de la filosofía, pero el final de la tragedia.

Este triunfo de la filosofía clásica implica al mismo tiempo la decadencia del movimiento sofista. Más aún, la “demostración”,–esa desgracia hereditaria del pensar, como dice  Canetti—va a sustituir ahora a la “mostración”, sobre todo a partir de Aristóteles y de la tradición aristotélica que tiende al estatismo de la filosofía clásica. Esta, por lo tanto, suplantará a la sofística, que sin embargo seguirá ocupando, con distintos nombres, el ámbito no demarcado entre la mitología arcaica de nuestra cultura y el iluminismo del espíritu libre. Se trata, en el contexto de esta obra, de dos tendencias contradictorias, y al mismo tiempo complementarias, de divinizar y desdivinizar el mundo.

 El propio Cioran ha dicho: “Si Dios creó el mundo, fue por temor de la soledad; esa es la única explicación de la Creación. Nuestra razón de ser, la de sus criaturas, consiste únicamente en “distraer” al Creador. Pobre bufones, olvidamos que vivimos dramas para divertir a un espectador cuyos aplausos  todavía nadie ha oído sobre la tierra” (“La tentación de existir”, 2002).