A Plinio Chahín, por el dolor de ver morir y seguir vivos
Mi primer encuentro con la obra de E.M. Cioran se remonta al año de 1986 o 1987. Creo que fue Plinio Chahín, viejo amigo y notable poeta de la generación del ochenta, quien me lo dio a conocer. Ahora no recuerdo bien si me mostró o me prestó un ejemplar de Adiós a la filosofía y otros textos, una selección de textos del escritor rumano prologada y traducida al castellano por Fernando Savater, su introductor al mundo hispánico, quien también prologó y tradujo Breviario de podredumbre, el primer libro de Cioran publicado en francés, en 1949. De Savater leí luego su formidable Ensayo sobre Cioran. Con el paso de los años y el ineludible y aburrido arribo a la madurez, la lectura de las obras de Cioran se ha hecho parte integral de mi vida. Tengo sus libros en mi biblioteca, y a ellos acudo en momentos en que preciso claridad de pensamiento o en esos instantes únicos –como él les llamaba- de crisis, desconsuelo o abatimiento.
Es curioso: 1995, año de mi retorno a la isla, fue el año en que murió ese rumano inmenso. Me confieso un isleño cioraniano. En todos estos años no he dejado de leerle, de estudiarle, de admirarle. Es uno de mis autores absolutamente predilectos. Su obra y su pensamiento me son necesarios. Su valor crecerá inmensamente con el tiempo.
Los aforismos de Cioran son hoy día muy citados y aparecen en libros, discos, películas. Es verdaderamente trés chic citar una frase suya. Hace un tiempo compré en la calle una película pirateada que había ganado algunos premios internacionales (apoyo la piratería cultural como acto subversivo). Se titula Freight, un thriller británico de 2010 que trata del tráfico de seres humanos –hombres, mujeres y niños- hacia el Reino Unido para el comercio sexual o la explotación laboral, principalmente desde países de Europa del Este. La mafia rusa trafica y esclaviza: las mujeres son destinadas a la prostitución, los hombres a peleas ilegales en jaulas hasta morir. En la boca del lobo, dos luchadores se desafían. Un gánster ruso interviene y con voz sosegada dice: “Emil era uno de los más respetados filósofos. Emil Cioran. Era hijo de un sacerdote ortodoxo y creía que lo único valioso que se podía hacer con la vida era terminarla. Tú casi acabas de hacerlo”. El gánster cree en ello a pies juntillas. Hace de este concepto de la vida un negocio. Quiere terminar “valiosamente” con las vidas de otros haciéndolas enfrentarse hasta morir.
El criminal y el filósofo. Un gánster de película citando a Cioran es cosa para no pasar por alto, porque mueve a asombro y risa. El desesperado Cioran, que no sabía responderse a la pregunta de por qué no se mataba, tuvo una larga vida. Murió en París a los 84 años de edad. “¿Por qué no me mato?”, se pregunta en El aciago demiurgo. Y a seguidas se responde: “Si supiese exactamente lo que me lo impide, no tendría ya más preguntas que hacerme puesto que habría respondido a todas”. La fórmula para evitar ese tormento podría ser desinteresarse, desapegarse de lo real, des-fascinarse:
“Para no atormentarse más –continúa- hay que dejarse arrastrar a un
profundo desinterés, dejar de estar intrigado por este mundo o por el
otro, caer en el nada-me-importa de los muertos. ¿Cómo mirar a un
vivo sin imaginarlo cadáver, cómo contemplar a un cadáver sin ponerse
en su lugar? Ser supera al entendimiento, ser da miedo”.
Toda la obra de Cioran es una reflexión en torno a la futilidad de la existencia, una divagación acerca de lo inesencial, variaciones sobre la inanidad de la vida. Y aquí vale decir también: en torno a Dios, ausencia, quimera, ilusión fantasmática, idea de ideas. Preocupado por la obsesión de la idea de Dios en otros (santos o místicos), él mismo es un obsesionado por Dios. Un alma escéptica que siente la pasión y la obsesión de lo absoluto: “La idea de Dios es la más práctica y la más peligrosa que se ha concebido jamás. A causa de ella la humanidad se salva o se pierde. Lo “absoluto” es una presencia corruptora en la sangre” (De lágrimas y de santos, p. 63).