Durante el reciente día de San Valentín, o en otras palabras, el Día Internacional de Fifty Shades of Grey, me puse a pensar sobre los mitos.

Nosotros, la generación tecnológica, vivimos en la era de la razón, calculando riesgos, dudando suposiciones, quebrantando teorías y, sin embargo, de alguna manera seguimos creyendo en la mitología cuando se trata de amor. Especialmente las mujeres. Criadas a base de las fantasías de Disney, enseñadas a sentarse derechas, sonreír, verse hermosas, parpadear y esperar.

Esperar hasta que el amor llegue y coloque valor en nuestros días (y noches, claro). Porque todo lo que necesitas es amor. No es ni agua, ni oxígeno, ni aparentemente trabajo. No importa la afición, ni tu desarrollo personal. Ni la habilidad de saber ser. Simplemente ser. Solo, consigo misma y propios pensamientos (preferiblemente incluso sin el iPhone).

El amor te completará. Entonces todos los problemas, complejos, faltas, se solucionarán, tan pronto como llegará el amor. El hombre perfecto. El salvador. Tu valor subirá en pareja. Y aun más crecerás atando el nudo. Incluso las historias que tocan el tema de las relaciones tempestuosas (como en caso del libro de Grey), nos enseñan que no importa que pasó y como te trató, si se casa contigo, tu vida de nuevo tiene sentido. Es completa y llena de rosas.

Y nunca dudes, un príncipe vendrá y te salvará. Obviamente, tiene que venir, porque ¿cómo seguirás viviendo de otra manera, en una versión tan incompleta de ti misma, sola y sin alguien que te dará el significado?

El amor lo cura todo. Y consecuentemente, el mundo tiene que acomodar montones de mujeres en relaciones co-dependientes con tiranos, alcohólicos, adictos al trabajo, adictos al sexo, drogadictos y narcisistas.

El amor siempre gana. Podemos malgastar oportunidades, arruinar nuestras cuentas bancarias, perder amistades y el juicio, arrojándonos de cabeza sobre esta ilusión de que no importa que hagamos, el amor triunfará. Se nos olvida que el amor no tiene que ganar, porque el amor no juega. El amor añade y no hace apuestas. Y si no lo cuidamos, la perdida será nuestra.

El amor duele. Si, aparentemente como la medicina que cura, tiene que doler… Hablando en serio, como antes mencionado, el amor no es terapia y no cura a nadie. Además, esta ilusión particular causa que tantas mujeres, especialmente las jóvenes, estando en relaciones tóxicas, dañinas y equivocadas, sigan creyendo en el mito enfermo de: me hiere, porque me ama si esto fuera cierto, que les queda por hacernos a aquellos que nos odian?

Otro mito es que el amor verdadero sólo ocurre una vez. Creo que este es un tanto romántico. Pero todo lo romántico tiene sus riesgos. ¿Qué tal los viudos y viudas, los que dieron su afecto a la persona equivocada? Prefiero creer que todos los humanos tenemos la habilidad de amar nuevamente, a pesar de haber perdido a quien pensamos era la media naranja. Espero que sepamos practicar nuestra habilidad de amar en plural, de forma NO simultánea… Pero como con todo lo humano, esto tampoco nos es ajeno.

Y para terminar esta mitología de amor, hablemos de un mito que parece que sí, es cierto. El amor requiere sacrificio. Aunque suene bastante medieval, así es. Amar sabemos sin medios, pero expresarlo y cuidarlo depende de nuestro tiempo, empatía y la voluntad de comunicar. La consciencia de que ningún hombre es una isla, completo en sí mismo, y que a pesar de nuestro propio orgullo, debemos saber transigir. Encontrarse a medio camino. Dar, recibir y agradecer.

Porque el mundo no nos debe nada y porque todo el mundo merece agua limpia, pero el amor, solo unos pocos.