¿Estará en la diáspora, la gran reserva profesional, económica y política de la nación dominicana? Después de tres o cuatro semanas de estar publicando artículos de carácter filosófico o conceptual, esta vez he optado por irme por lo llano.

Desde surrealismos a metamorfosis o desde sueños a retrotopía, los ensayos que publiqué esos domingos previos, insistían en explorar ángulos no sondeados. Unos enfoques que revelarían nuevas perspectivas sobre la diáspora dominicana, apoyadas en trazos ideológicos y valoraciones que corrían la cortina a nuevas inquietudes en cada oración. Y aunque valiosos todos los escritos, a mi manera de ver las cosas, lo cierto es que, como nuevo elemento de consulta y discusión, estos ensayos tenían que regresar a puntos de vistas más nivelados y amplios.

Mis enfoques debían finalizar el círculo de la curiosidad sobre la intuición y reanudar discusiones palpables y referenciales, que ampliaran la reciprocidad del diálogo, sin excluir lectores.

Puede que el impulso de profundizar haya surgido como contrarresto a los intercambios llanos de carácter social, económico y político que desde hace varios meses, vengo sosteniendo con cada dominicano que me encuentro.

En esas conversaciones, siempre parto de las imprescindibles. ¿Cuándo llegaste? ¿Qué te hizo venir? ¿Piensas regresar? ¿Cómo ves aquello o lo otro? ¿Sabías que somos un poder social, económico y político, pero no cultural? Hago estas y otras preguntas, porque busco alimentar y madurar mis pensamientos y posturas sobre los dominicanos que vivimos en el exterior, en especial, esos que residen en los Estados Unidos y su rol dentro del presente y futuro de República Dominicana o el de la nación americana misma.

Para ser un segmento que define, decide y determina, no solo hay que poseer un fuerte poder electoral, sino también uno económico. Y nosotros los dominicanos “de fuera”, “los de allá”, “los de los países”, con nuestro actual accionar, no gozamos de ningún poder

Y fue en negación a las similitudes en las respuestas que recibí, que termino por trabajar el tema de la diáspora a través de una inclinación intelectual no usual, y por ello los artículos surgieron pesados. Sin embargo, les invito a que los lean.

Ahora a lo llano. Estudios sobre esta población desterrada, hay en demasía. Y opiniones al respecto, siempre sobran. Es un caso muy complejo el de los dominicanos en el exterior. Y todo el que quiere hacer creer que sabe algo sobre los dominicanos en los Estados Unidos, cita dos cifras y ahí se quedan.

Comienzan insinuando, que somos casi 2 millones de personas en “los países” y que aportamos algunos 4,000 mil millones de dólares en remesas, a la economía dominicana. Y ahí se quedan. Definiciones arbitrarias que ni poseen peso político, ni social. Y al menos que estas se comiencen a aplicar estratégicamente, serán insignificantes en cualesquiera de los escenarios.

Aunque es cierto que las personas que se identifican como dominicanos en los Estados Unidos alcanzan una cifra de no menos de 1,800,000, en realidad esa cifra es insignificante, para los propósitos políticos, económicos o culturales en América. Pues son apenas una mínima burbuja dentro de la población de más de 300 Millones. Ahora, esa cifra de 1.8 millones puede que resulte atractiva, como fuente o poder político hacia la isla, sin embargo, lo cierto es que 56% de esos, no nacieron en la nación dominicana.

En otras palabras, son dominicanos por deducción y sin documentación. Un grupo que solo puede impactar con la fuerza del coro, pero no del voto. De esos casi 800,000 que, si nacieron en la República, a pesar de las iniciativas de la Junta Central Electoral, solo 40% están cedulados (340,000 potenciales votantes. Similar a la cantidad que posee la Provincia de La Vega). De esos, solo unos 225,000 fueron empadronados. Pero la abstención fue peor a la de la isla. Aquí fue el doble.

Para ser un segmento que define, decide y determina, no solo hay que poseer un fuerte poder electoral, sino también uno económico. Y nosotros los dominicanos “de fuera”, “los de allá”, “los de los países”, con nuestro actual accionar, no gozamos de ningún poder.

Puede que en su momento esa cifra adquiera un mayor y más significativo valor. Pero por el momento, es tan solo una cifra que aparenta ser grande, pero que no significa nada para la política interna del país americano, más que en uno u otro Distrito Electoral en Nueva York, Nueva Jersey y otros sectores del nordeste de los Estados Unidos, donde la aglomeración criolla, a veces asegura algunas plazas públicas.

La cifra poblacional de 1.8 para la nación americana o la del potencial poderío electoral de 340 mil hacia la isla, no son las cifras más importantes. Y no son, porque la primera es el resultado de una suma de cifras diseminadas y fragmentadas, que a la corta o a la larga, no registra el poder que representa.

Y la segunda, aunque unificada bajo la sombrilla de una contienda electoral dominicana, solo es potente, si es participativa, inclusiva y activa. Ambas son cantidades censuales y aunque estadísticamente son una referencia a dos diferentes totalidades, la misma no es monolítica. Lo digo porque ninguna comunidad en los Estados Unidos en realidad lo es. La composición territorial del país americano se basa en su definición Distrital demográfica, cuando a votar se refiere. Es intencionalmente cambiante, a favor de quienes le convengan excluir o integrar y es determinada por intereses del momento o por el gestor. Pero esas son otras quinientas.

El número que mejor define a los dominicanos “ausentes”, no es uno censual. Las cifras que poseen más poderío político y económico para ambas realidades son dos. Una de carácter educativo y el otro económico.

La primera nos dice que de cada cinco “dominicanos” de segunda generación, uno de ellos, termina sus estudios universitarios. Y esa es una cantidad que quiero desarrollar más a fondo, en otro ensayo. Además de que es una cifra que supera en muchos casos, por dos y tres veces, las de otros estamentos latinos, es una que tenemos que ver como en la actualidad, posiciona al dominicano, dentro de las jerarquías políticas, directivas o empresariales en los EEUU.

Entre médicos, ingenieros, arquitectos, maestros, investigadores, científicos, técnicos, gerentes, emprendedores, banqueros, servidores públicos, artistas, artesanos y creativos en general, esa cifra certifica que luego del periodo de sacrificio, nosotros los dominicanos no solo hemos venido a ser mano de obra barata y de factorías, hemos venido a prepararnos y buscar porvenir.

Ahora, la segunda importante cifra, la de orden económico, lo es $3,600 millones de dólares. Este es el monto que llegó en el 2016 vía remesas desde los Estados Unidos, a la Republica Dominicana. Es una que hemos venido incrementando sistemáticamente desde hace 30 años. Y que en los últimos ha registrado un sostenido incrementado anual de $350 millones de dólares año tras año.

Ese aporte, directamente ha mantenido la inflación dominicana en “CHECK” o “bajo control”. Asegurando que los impactos exteriores no lastimen su tasa cambiaria, ni su estabilidad. A parte de México, no existe otra nación de América Latina, que haya sido impactada más favorablemente de las remesas que recibe, que la República Dominicana.

Entonces, volvamos al propósito de mi enfoque. El que ha surgido de una experiencia holística. Poniendo al lado los engañosos números grandes de cuantos somos y cuanto aportamos. Aunque estamos a tiempo de seguir indagando sobre uno que otro estudio, y preparar otros artículos sobre el tema, las conversaciones me han arrojado, que más que cantidad, lo importante es, quienes somos. Por ello la pregunta, que también extiendo a cada dominicano con quien me encuentro, en esas conversaciones donde siempre parto de las imprescindibles. ¿Estará en la diáspora, la gran reserva profesional, económica y política de la nación dominicana? Y su respuesta siempre es la misma. “¡Si!”