“Queremos una educación que fomente la libertad de la imaginación, la búsqueda de respuesta y la capacidad de explicar, en diferentes lenguajes, el mundo que está frente a nosotros, incluyéndonos a nosotros mismos. Una educación que abra en vez de cerrar puertas. Es lo que anhelaba y promovía Paulo Freire, y que su Centenario debería ser la excusa para promoverlo y hacerlo vida. Así, ciencia, educación y espiritualidad, encontrarían un terreno fértil para su vínculo.”
Una persona amiga y muy estimada, al leer los dos artículos publicados en este mismo medio sobre espiritualidad y educación, me lanzó un reto, un gran reto. Parece que la lectura la animó y me dice por la vía del teléfono: “Quiero leer la tercera, cuarta y quinta parte. Pero me gustaría saber que piensas sobre ciencia, espiritualidad, creatividad y educación”. Quizás en otra ocasión, o a otra persona le hubiese dicho… ¡Vamos, anímate! ¡Empieza a escribir tus ideas al respecto! Pero no, no fue así. Me dije a mí mismo, ¿y por qué no? Quizás pueda salir algo bueno de todo esto. Así que ahí les va. Es muy probable que no alcance a satisfacer sus expectativas, pero voy a procurar y procurarme lanzar algunas reflexiones y espero, eso sí, la indulgencia de quienes me lean, pues ha sido solo iniciar una reflexión conmigo mismo, por aquel reto lanzado. Gracias, estimada amiga.
Ciencia y espiritualidad son dos cuestiones que no parecen tener nada que ver uno respecto al otro. Es más, para algunas personas serían hasta contradictorios. Pudiéramos decir que, en cierto sentido, tienen un mismo propósito, contribuir con el bienestar de la vida humana, el primero a través de las explicaciones plausibles, rigurosas y obtenidas a través de la aplicación del método científico, por lo tanto, cargadas de evidencias acerca de las cosas, sus regularidades, sus relaciones, en fin, evidencias que respondan a las inquietudes de los investigadores en búsqueda de respuesta distintas a las que sus creencias o ideas, le sugieren; lo segundo, la espiritualidad, proporcionándonos explicaciones sobre el sentido y el significado de la vida, de cómo vivirla y cómo ser felices en el intento, además de darnos la esperanza de que esta vida ha sido para algo que lo trasciende.
A lo largo de la historia humana los esfuerzos por encontrar respuestas a las inquietudes que afloran en el día a día, sean estas en el terreno de lo puramente físico y natural, como también en lo social, además del mundo de lo espiritual, han sido oportunidad para la aparición y el desarrollo de “mentes prodigiosas” que han dedicado su vida o gran parte de ella, a encontrarle respuestas a las preguntas que en muchas ocasiones les agobian. La filosofía, la ciencia y otras maneras de conocer tienen historia y en ellas, los nombres de grandes mujeres y hombres que no se contentaron, tan solo, con lo evidente.
En su “pequeña obra” de 164 páginas, el Dalay Lama, líder político y religioso del pueblo tibetano, titulada “El universo en un solo átomo”, que les invito a leer despojado de prejuicios y con el ánimo de comprender lo que él se propone, hay un párrafo que quiero traer a propósito del tema que nos mueve esta vez. Pero antes, quizás sea pertinente señalar que el Dalay Lama, además de su profunda formación en el budismo, debiendo “dominar los ciento ocho (108) enormes volúmenes del KANJUR, biblia budista que contiene las enseñanzas del señor Buda, y otros doscientos veinticinco (225) tomos de comentarios sobre estas enseñanzas, igualmente voluminosos conocidos con el nombre de TENJUR”, cuyo estudio y aprendizaje estaba organizado con las ramas conocidas como los Cinco Grandes Tratados: Prajñaparamitá (la perfección de la Sabiduría); Madhyamika (el sentido del Medio); Abhidharma (Metafísica); Vinaya (Canon de la disciplina monástica) y Pramana (Lógica y Dialéctica)[1].
Su interés es contrastar las explicaciones científicas, de las cuales reconoce su poder explicativo basado en evidencias, con las “verdades” contenidas en los Vedas, lo llevan a organizar seminarios interculturales organizados por el Mind Life Institute que lo reúne con expertos en budismo, así como científicos y filósofos occidentales.[2]
Dicho esto, paso a la cita señalada:
“En la medida en que mi comprensión de la ciencia aumentaba, se me fue haciendo gradualmente evidente que, en lo que al entendimiento del mundo físico se refiere, en muchas áreas del pensamiento budista tradicional nuestras teorías y explicaciones son rudimentarias, si las comparamos con aquellas de la ciencia moderna. Al mismo tiempo, no obstante, está claro que, incluso en los países más desarrollados científicamente, los seres humanos siguen experimentando dolor, especialmente a nivel emocional y psicológico. La gran ventaja de la ciencia es su tremenda capacidad de contribuir al alivio del sufrimiento físico, pero es solo a través del cultivo de las cualidades del corazón humano y la transformación de nuestras actitudes que podremos empezar a afrontar y superar nuestro sufrimiento mental. En otras palabras, la potenciación de los valores humanos fundamentales es indispensable para nuestra búsqueda esencial de la felicidad. Por lo tanto, vistas desde el punto de vista del bienestar humano, la ciencia y la espiritualidad no son ajenas entre sí. Precisamos de ambas, ya que el alivio del sufrimiento debe producirse tanto a nivel físico como a nivel psicológico”.
Y dicho esto, a continuación, expresa lo que pretende con “El universo en un solo átomo”:
“El presente libro no constituye un intento de unificación de la ciencia con la espiritualidad (siendo el budismo el ejemplo que conozco mejor) sino un esfuerzo por examinar dos importantes disciplinas humanas, con el propósito de desarrollar una manera más holística e integrada de comprender el mundo que nos rodea, una fórmula que explore en profundidad lo visible y lo no visible, por medio de la búsqueda de pruebas refrendadas por la razón.”
No hay dudas que una ciencia despojada de su compromiso con el desarrollo y la felicidad humana puede transitar por senderos complicados. Los ejemplos históricos están ahí, a la mano: Los experimentos que científicos alemanes llevaron a cabo en los campos de concentración durante los años de la II Guerra Mundial, hoy nos siguen llenando de horror. De la misma manera, que las atrocidades en aras de un “absolutismo religioso” realizado por la iglesia católica, llevándola incluso a disponer de las vidas de quienes juzgaba como herejes, de igual manera, nos llena de estupor. Son hechos históricos que jamás pueden ser olvidados, como tampoco debieran ser esgrimidos como una suerte de conclusión definitiva acerca de la imposibilidad de que ciencia y espiritualidad nos permitan entre ambas, alcanzar una visión más completa del ser y la vida humana.
La ciencia sigue procedimientos rigurosos y replicables, marcados y guiados por la objetividad -a partir de suponer la separación sujeto (el que conoce) – objeto (lo por conocer), para proporcionarnos respuestas distintas a lo que podrían ser nuestros deseos y expectativas. Sin embargo, deben reconocerse los grandes esfuerzos desarrollados en el mismo seno de la ciencia, procurando el desarrollo de modelos alternativos al modelo imperante o dominante de las ciencias, procurando dar cuenta de aquellos fenómenos que se “resisten” a la observación empírica y al método experimental. Resulta interesante, en ese sentido, el trabajo de Maritza Montero, “Permanencia y cambio de paradigmas en la construcción del conocimiento científico”, que aporta reflexiones importantes acerca de la necesidad de un abordaje cualitativo ante la necesidad de tener respuestas a las experiencias humanas que en los ámbitos personales y de la vida de grupos sociales, “escapan” a la observación y medidas experimentales. Estas estrategias son de mucha utilidad en las áreas de la Antropología, Sociología, Psicología y Educación en las cuales conocer los procesos es tan importante, o quizás más, que medir los resultados.
La espiritualidad, en cambio, busca ofrecernos otras respuestas, y son las que tienen que ver con el sentido y significado de la vida. Es decir, darnos cierta “actitud de esperanza” acerca de que la vida puede y debe, ser diferente. Si se quiere, que hay otras razones poderosas por las que el ser humano ofrece su propia vida, por una vida mejor. No se trata de la oferta de una vida después de la muerte, ése es otro tema, pero sí que es posible construir una vida distinta basada en el bienestar y la felicidad de todos. En ese sentido, lo espiritual no se agota, necesariamente, en el ámbito de lo religioso.
Con cierta frecuencia contraponemos ambas cuestiones como irreconciliables y, por supuesto, de dos mundos explicativos radicalmente distintos, y que, por supuesto, se tiende a apostar hacia aquello de lo que se puede hablar con cierta claridad, dejando de lado todo lo demás. Esto me recuerda un texto que leí y leía continuamente por las provocaciones que me hacía, en el libro “Diálogos sobre la física atómica” de Werner Heisenberg[3] en su capítulo XVII, bajo el título Positivismo, metafísica y religión (1952), en el que, frente al “nebuloso” concepto de conciencia y a propósito de este, él dice:
“Según los positivistas, se da una solución sencilla: el mundo se divide en dos sectores: el de lo que puede decirse con claridad y el de aquello sobre lo que debe guardarse silencio. Por consiguiente, aquí debe guardarse silencio. Pero no hay filosofía tan sin sentido como ésta. Porque no hay apenas nada que pueda expresarse con claridad. Si se elimina todo lo que es oscuro, probablemente sólo quedarán algunas tautologías carentes por completo de interés”. (Pág. 264).
En el mismo texto y a propósito de Newton, refiere lo siguiente:
“También es conocida la sentencia de Newton, quien afirmaba de sí que se sentía como un niño que juega en la playa y se alegra cuando halla un guijarro más liso que los otros o una concha más bella que las hasta entonces conocidas, mientras el gran océano de la verdad que se extendía ante sus ojos quedaba para él completamente ignorado”. (Pág. 257).
La Física contemporánea, incluso en la voz de un científico tan notable como Stephen Hawking, nos coloca ante el cosmos en una complejidad total. Reconociendo que en la historia de la ciencia se han “ido descubriendo una serie de teorías o modelos cada vez mejores, desde Platón a la teoría clásica de Newton y a las modernas teorías cuánticas. Resulta natural preguntarse si esta serie llegará finalmente a un punto definitivo, una teoría última del universo que incluya todas las fuerzas y prediga cada una de las observaciones que podamos hacer o sí, por el contrario, continuaremos descubriendo teorías cada vez mejores, pero nunca una teoría definitiva que ya no pueda ser mejorada”. Ante tales dudas, afirma que sí, que existe y la llama teoría M. Según dicha teoría, “nuestro universo no es el único, sino que muchísimos otros universos fueron creados de la nada”. Y, por supuesto, para ser fiel a sus presunciones, “su creación no requiere la intervención de ningún Dios o Ser Sobrenatural, sino que dicha multitud de universos surge naturalmente de la ley física: son una predicción científica”. Y concluye señalando lo siguiente: “Para comprender el universo al nivel más profundo, necesitaremos saber no tan sólo cómo se comporta el universo, sino también por qué. ¿Por qué hay algo en lugar de haber nada? ¿Por qué existimos? ¿Por qué este conjunto particular de leyes y no otro?”.[4]
Definitivamente que el tema no es simple y mucho menos sencillo. Hombres y mujeres con Hawking procuran de respuestas ante la incertidumbre que la vida en su totalidad nos plantea. Por supuesto, como las de él, ninguna otra, es la respuesta definitiva.
La educación no tiene el rol de resolver estos, a veces, angustiantes problemas, pero si la de ir generando la actitud de “abrir puertas y no cerrarlas”. Debe permitir a los niños, niñas y jóvenes adolescentes enfrentar al mundo en su propia realidad, tratando de comprenderlo, como diría Howard Gardner[5] en todos los lenguajes posibles: el lenguaje del arte, del relato histórico, de la poesía, como incluso, el de la razón, la matemática y la ciencia.
Una educación que trate de contribuir con el desarrollo humano tomando en consideración la complejidad de lo humano, expresadas en sus múltiples manifestaciones: biológica, histórico-social-cultural y espiritual, tendrá que definir estrategias que respondan a tal aspiración. Que desarrolle en los estudiantes, desde la educación inicial, a observar, analizar y comprender las cosas que le rodean. Que esa realidad la pueda expresar en un poema, una historia, una pintura, una obra de teatro, una fórmula matemática o estadística, o en cualquiera otra manifestación del saber.
En una clase de lo que sería un 6º de primaria de una escuela de Finlandia, la cual visité a principios del año 2020, estoy ante un grupo de estudiantes y una maestra que, a partir de un texto bíblico leído, analizado y donde cada estudiante ofreció su interpretación, desarrollaron una melodía tocada con flauta, desembocando en un análisis de esta y terminando con unas cuestiones matemáticas y geométricas expuestas en la pizarra, que para aquellos estudiantes no parecía nada extraño. Fueron unos 50 minutos muy dinámicos, de participación e interés permanente entre la maestra y todos los alumnos. Se respiraba un ambiente de respeto y organización; aquel era un espacio lleno de libros, papeles y cartulinas, como instrumentos de música. Fue proceso gradual, que hizo que aquellos estudiantes, en medio de la risa y el canto, vieran lo hermoso de la vida, cuando esta se ve de manera holística e integral.
Hace muchos años fui invitado a hablarle y explicarle a estudiantes de pre-primaria el proceso de investigación. Se me ocurrió tomar cuatro cajas de fósforos vacías enumeradas del 1 al 4 y colocar en ellas arroz, arena, monedas de un centavo y cascara de ajo. Las cuatro cajas estaban debidamente cerradas. Las coloqué encima de la mesa y pedí que cada uno de ellos las tomara y tratara de “adivinar” que había dentro de cada una, con una condición, no abrirlas. Les dije, ése es el problema que vamos a investigar y ésta la pregunta ¿Qué hay dentro de cada una de estas cajas? Así lo hicieron. La tomaron, las movían cerca de sus oídos, comparan el peso y hasta algunos la olieron. Les explique que moverlas para escuchar el sonido, o que comparar el peso o incluso captar el olor, era la teoría para tener una idea (la hipótesis), es decir, qué creía que había en cada caja. Finalmente, el método para saber qué había (la verificación), ¡abrirlas! Y con ello, confirmar su idea con la realidad. Fue un proceso en que todos ellos y yo, reímos, disfrutamos y aprendimos.
Los seres humanos, desde la más tierna infancia, son seres rítmicos, activos, curiosos, que quieren conocer las cosas, por eso incluso rompen los juguetes y le quitan la cabeza, los brazos y las piernas a los muñecos, “quieren, necesitan saber lo que hay dentro”. Su incertidumbre los lleva a eso y mucho más. Y la educación está para promover y desarrollar la curiosidad y la formulación de todo tipo de explicación que su imaginación les permita. No importa cuál sea esta explicación, lo que importa será si ésta pudiera tener cierto sentido lógico, independientemente de que se tenga que contar con evidencias empíricas. Nacemos con la llama de la curiosidad y la educación está llamada a convertirla en un gran incendio.
Queremos una educación que fomente la libertad de la imaginación, la búsqueda de respuesta y la capacidad de explicar, en diferentes lenguajes, el mundo que está frente a nosotros, incluyéndonos a nosotros mismos. Una educación que abra en vez de cerrar puertas. Es lo que anhelaba y promovía Paulo Freire, y que su Centenario debería ser la excusa para promoverlo y hacerlo vida. Así, ciencia, educación y espiritualidad, encontrarían un terreno fértil para su vínculo.
[1] Entrenamiento y Formacion Del Dalai Lama | PDF | Budismo tibetano | XIV Dalai Lama (scribd.com), recuperado el 21 de septiembre de 2021.
[2] Un ejemplo de estos seminarios produjo el libro Emociones destructivas, cómo comprenderlas y dominarlas, escrito por Daniel Goleman, donde el psicólogo de la inteligencia emocional, recoge los debates con científicos reconocidos como Richard J. Davison, Paul Ekman, Mark Greenberg, Owen Flanagan, Matthieu Ricard, Francisco Varela y B. Alan Wallace.
[3] Werner Karl Heisenberg (1901-1976) fue un físico teórico alemán, conocido sobre todo por formular el principio de incertidumbre, una contribución fundamental al desarrollo de la teoría cuántica y que explica la imposibilidad de medir simultáneamente de forma precisa la posición y el momento lineal de una partícula atómica. Premio Nóbel de Física en el 1932.
Hawking, S. y Mlodinow, L. (2010). El gran diseño. Editorial Paidós, CRÍTICA. Barcelona.
[5] Gardner, H (2005). Mentes Flexibles. El arte y la ciencia de saber cambiar nuestra opinión y la de los demás. Ediciones Culturales Paidós, México