La debacle del socialismo del Siglo XXI en su versión surrealista ha sido tal, a juzgar por la crisis política, social y económica que tiene al borde del precipicio a Venezuela, que hasta el propio exégeta, artífice y mentor ideológico de Hugo Chávez ha tenido que admitir que el experimento de sustitución de la democracia representativa más antigua del Hemisferio ha sido un fracaso absoluto en ese país sudamericano.

En una ácida e inusitada crítica a los pocos gobiernos populistas de izquierda en América Latina, los cuales oscilan entre la dictadura vegetariana y la tiranía carnívora, llámese Cuba, Nicaragua, Ecuador, Brasil, Bolivia o Venezuela, el académico del Instituto Tecnológico de Massachusetts, Noam Chomsky, no tiene reparos en confirmar lo que otros han venido subrayando desde hace tiempo: los gobiernos de izquierda fallaron en crear economías viables y sustentables.

Entre las muchas razones indicadas por el polémico académico, cita la excesiva dependencia de productos y mercancías baratas de China, en un fenómeno transitorio, cuyos precios aumentaron al crecer la economía del país asiático, y en lo que definió como un modelo dañino y sin éxito de desarrollo. No sorprende, cuando él mismo hacía énfasis en apuntar los cañones a los empresarios y productores, por ser hijos del “capitalismo salvaje.”

Otra de las razones señaladas por el intelectual izquierdista en el programa Democracy Now para explicar el rotundo fracaso del Socialismo del Siglo XXI en Venezuela y Brasil ha sido la corrupción y el robo, los que describió como enormes tras la desaparición de Chávez. Los “compañeros” brasileños del Partido de los Trabajadores cayeron en la tentación. Se sumaron a la élite más corrupta, la que roba todo el tiempo. Fueron parte de ella y se desacreditaron.

Chomsky no oculta su vergüenza. ¿Tendrá alguna a sus 88 años? Después de haber inspirado y defendido a capa y espada lo indefendible, cae de bruces, boca abajo, sobre el pavimento de la sucia realidad. Ahora confía en que nuevos “compañeros” más honestos puedan revertir la ola de rechazo a todo lo que huele a izquierda en el Hemisferio. Tanto así, que el candidato oficial a la Presidencia de Ecuador, Lenin Moreno, se distanció durante la campaña del socialismo de su antecesor, Rafael Correa.

Pero en Venezuela, ¡Ay, Venezuela!, se sumaron todos los elogios de la locura de Erasmo. Al menos siete muertos, centenares de heridos y de detenidos recientes. Los venezolanos están “arrechos” por los desvaríos corruptos de Nicolás Maduro y su élite. En medio de la represión a los opositores de la MUD, quienes exigen en las calles desde hace más de una semana elecciones democráticas y el retorno al hilo constitucional, el Fondo Monetario Internacional estima que el nivel de inflación en 2017 será de 720 por ciento. Eso sólo puede engendrar atraso, caos y más anarquía, sin aparente solución a la vista en una economía de control estatal que acabó con las raíces de la cordura.

Las dificultades de Maduro, en Venezuela, y de Correa, en Ecuador, ha sido que no aceptan, no quieren comprender que un gobierno por más radical que sea, jamás debe declarar la guerra abierta a los empresarios, a la prensa, a la iglesia y a los Estados Unidos. La otra dictadura, la silenciosa en Nicaragua, ha sido mucho más astuta.

Daniel Ortega aprendió de los errores del pasado. Controla todos los estamentos del Estado. Mete la mano en el erario público, toma su parte y reparte un poco. Sin presos políticos, represión ni violencia, y favorece la inversión extranjero con su 50 por ciento. Sin embargo, ello no cambia su naturaleza arbitraria y absolutista. Es y será una dictadura hábilmente engrasada. Al igual que Chomsky, socialista libertario, vive y respira por el corazón del monstruo… hasta que el presidente Donald Trump decida lo contrario.