Soy una mentira, un invento. No termino de escribirte, no te encuentro en mis papeles. Si fue anteanoche cuando borracha pude sentirme otra vez, como la vez primera, recordándome entre tu pecho. Tu calor de soldadera. Tus manos de soldadura y tu espalda en arco. Puterías desde un malsano lugar de mi vida. Ahora que no puedo viajar, lo único que me arranca de la cama, lanzándome a la ruina de la faena matinal, es el sabor del recuerdo de cuando me arrimaba a tu pozo, y bajaba. Ansias vienen ansias van. Mojarme de tu llovizna. Entrar en tu barrio. Chapalotear en el lodo y esperarte en la esquina. Chivirica por ti. Te monto que es la que hay. Vuelvo a mi casa (o al sueño, ya es lo mismo tó) sin poder cantar ni jugar ni escribir.

Una mujer de treinta y cinco años, de bultos recosidos, de amaneceres acústicos, de hojas, de uva, de playa, la playa sucia de gente. No estás tú. Pero, ¿qué me creía yo? ¿Qué aparecerías para mí con un chasquido de dedos? No claro que no aparecerás así. El que tira el dado come. ¿Cara o cruz? Regresarás cuando tu parte más vagabunda me desee en serio en un orgasmo venenoso que me despierta el cocuyo bajo las sábanas de Holanda.