El poeta, mejor aún, el espíritu poético representa una verdadera fábrica de imágenes, dijo una vez el francés Pierre Reverdy. Así parece haber acontecido desde el origen de los tiempos cuando la oralidad se hizo expresión y fuente del sentir mucho antes de la aparición de los alfabetos gráficos. Las artes plásticas, por su parte, ya sea en la piedra, en el cobre, o la madera, medios primigenios que permitieron al prohombre plasmar en ellos cuanta sorpresa le invadía, desde sus inicios anduvieron de mano de la idea, es decir, provocadas por la imaginación. Esta última entendida como la facultad del alma que representa la apariencia de las cosas reales o ideales; imaginación, del latín ĭmāgĭnātĭo, ōnis (representación, imagen) es, pues, una resultante. Efecto y acción, consecuencia derivada de la (re)creación de experiencias o hechos pasados y también de aquellos todavía por suceder. Ella será, en suma, el acto creativo exclusivo de la inteligencia y pensamiento humanos que enaltecerá al artista por el resto de los días.

Las convergencias existentes entre la palabra y los símbolos han sido motivo de análisis en múltiples disciplinas incluyendo la Filosofía, la Lingüística y la Semiótica; todas coinciden en indicar que no existen medios artísticos puros ya que estos comparten similitudes y diferencias, rasgo que William J.T. Mitchell ha llamado intermedialidad fenómeno mejor ilustrado en las evocaciones visuales insinuadas por lo escrito. Alegoría y lenguaje, poesía y fotografía, a título de ejemplo, armados de la luz y de la tinta, del lente y de la pluma, intentan atrapar y reinventar la realidad experimentada por el artífice que busca el punctum, ese mágico momento de asombro en el observador a que se refería Barthes, o la sorpresa del lector que ha sido sacudido por el aura, según intuía Benjamin. 

En su obra “Teoría de la imagen: ensayos sobre representación verbal y visual” y en referencia a las correspondencias entre fotografía y poesía, Mitchell afirma que no se trata acaso de que el verbo contradiga a las imágenes o viceversa, sino de que (lo decible y lo visible) se confundan de forma que el primero aparece expuesto, dibujado, y las últimas son capaces de hablar. Aún más, aunque el click eternice el tiempo al atrapar el momento fotográfico y el poema sea anterior al tiempo, ambos recrean el contexto gracias a la intuición y la memoria. Ya lo había establecido el poeta español José María Álvarez: La imagen es la presencia perdida que la palabra revela como sentido.    

De un tiempo a esta parte, dos respetadísimos artistas nacionales y un tercero de origen español, se habían unido a un selecto grupo de autores que, desde sus respectivos géneros, en este caso la poesía y la fotografía, lograron conjugar sensibilidades a fin de aprehender la naturaleza, el tiempo, la otredad, los silencios y las angustias del Hombre contemporáneo revelándolas elegantemente en su ejercicio de provocadores y provocados. Hablamos de los fotógrafos Herminio Alberti León y Ángel A. Martínez, cuyos trabajos fueron engalanados con la pluma del poeta y ensayista José Mármol en las respectivas obras Casa de sombras (2014) y A través de mis ojos (2014) del primero, y en Miradas paralelas (2009) del segundo. 

En estos libros, en una fecunda comunión de poema y fotografía, asistíamos a un sublime ritual artístico en el cual, como el propio Mármol había subrayado, se nos convocaba al misterio y al disfrute de los lenguajes estéticos expresados por ambos géneros. En esta ocasión el Premio Nacional de Literatura ha agrupado aquellos poemas en un solo volumen en el que desprovista del cortejo de los espejos de la mirada, la palabra aparece solitaria. “Celebración de la imagen” (Colección Egro de Literatura Dominicana Contemporánea, 2021) reúne setenta deslumbrantes textos de Mármol que iluminaron las fotografías que los habían acompañado, y hoy destellan en sí mismos en las páginas de esta recién publicada recopilación. 

Entre los poemas incluidos en “Casa de sombras”, libro en el cual, según el autor se escribe sobre el dolor y desde el dolor provocado por la degradación humana, la tortura, la represión y el asesinato como instrumento por excelencia de la satrapía trujillista, destaca uno en el que la contundencia de sus versos dice casi todo lo decible sobre el monstruo maloliente hecho dictador. En sus versos encontramos la presencia viva de la víctima, una y todas aquellas jóvenes violadas en la Casa de la caoba hechas ahora protagonistas: La muchacha, muy triste,/ con la sonrisa tenue del miedo en la mirada,/ se amolda en la imagen de un gusano avergonzado,/ El séquito burlesco se solaza,/ celebra lo virtuoso del macho en la danza./ Vomitivo el gesto, el susurro,/ manchados de orín los calzones de lino,/ y sin embargo hermoso y erguido el general,/ para los adulones, sirvientes, los negocios./ (…) Es la danza del suplicio para la recién llegada./ Hay orgía de panteras en la mirada del ogro./ Llanto macerado en la costra de sus uñas.  

En “Miradas paralelas”, consciente de que la infinitud existencial podría ser tan amplia como nuestro campo visual, Mármol contrapone un diálogo de franca naturaleza metafísica entre los protagonistas del sentido de la vista, dígase ojo versus mirada, en el que el primero es exculpado de cada accidente a los que el Ser ha sido expuesto, y el segundo, la mirada, nuestra mirada, es responsable última de aquellos: El eclipse es del ojo; no de la mirada./ Del pretiempo hasta hoy dominan las tinieblas./ Es del ojo el movimiento; no de lo circundante./ Yo miro desde el cielo y del aire me sostengo./ ¿A dónde posar el cuerpo para ligero descanso?/ ¿En el oro putrefacto de la luz inamovible?/ ¿En la triste obsidiana del acecho con su miedo?/ (…) El letargo es del ojo; no de la mirada. 

Llámese ensayo sobre la duda o calistenia gráfica del acto de pensar, el tercero de aquellos libros, “A través de mis ojos”, es una obra ostensiblemente peculiar en tanto que en esta ocasión el fotógrafo (Alberti León) había retado al poeta a escribir en toda libertad desprovisto de referencia visual alguna. A rumiar sobre algunos conceptos “vitales” para el artista del lente quien, tras los versos de Mármol ser depositados en la página, haría de ellos rastro de lo real impregnado en celuloide como alguna vez sugirió Susan Sontag estableciendo con ello que el Hombre habrá de imaginar y memoriar para vivir: Pensar es correr el velo de la penumbra que enrarece las cosas y debilita el alma./ Pensar es desvelar, descubrir, encontrar el reino de la luz./ (…) Pensar se parece demasiado a no pensar. / El rumor de la corriente despabila los recuerdos./ (…) No pensar en nada es demasiado parecido a pensar en todo./ Un círculo dichoso contra la ebriedad del sueño./ Pensar en que fuera necesario no pensar puede llegar a ser el más claro de nuestros pensamientos.    

A nuestro modo de ver, “Celebración de la imagen” constituye una riquísima aventura literaria donde el lenguaje, en posesión de la poesía, se convierte en símbolo provocado por la experiencia gráfica aún cuando esta se ausente de la pupila del escritor. Es así, pues, cómo, en este collage signo y figuración habitan tiempo y espacio en una travesía común que hará del poeta Mármol agudo creador y ordenador de la realidad; demiurgo, que, en celebración de la imaginación, sacudirá y transformará toda cosa observable y observada. Incluyendo el pálpito del sentimiento y el vértigo del pensar develados en las páginas de este poemario.