La Mampara es un poema cósmico que transforma nuestro imaginario, desde una perspectiva antropológica. Detrás del mismo se esconde la indeterminación, la especulación y la duda. Creo que este texto es esencialmente de orden metafísico. No por ello deja de tener motivaciones

históricas ¿derivadas de aquel mismo orden? La pérdida de los referentes o el sentimiento de pertenecer, la alienación del hombre mismo -parece sugerirnos- han influido en la reificación del hombre mismo.

 

Las disoluciones se definen por una simple descodificación de los flujos, siempre compensados por supervivencias o evocaciones. Se siente cómo la muerte sube desde dentro y cómo el mismo deseo es instinto de muerte, pero también, cómo pasa del lado de estos flujos, que virtualmente se transforman, en una nueva visión.

 

Cayo Claudio Espinal, como se ve, no pone el acento en la disolución, sino en la fragmentación y el caos del mundo y sus planos; aun si el caos es un dejar de ser lo que es, este hecho sólo puede verse como una privación o comedia: no excluye la reconquista de lo que se pierde. El poeta concibe una unidad original: la armonía del hombre y el universo a la cual corresponde un lenguaje total y pleno (un supramundo, teatral y agónico); esa unidad se ha perdido a través de la historia. Pero vivir o escribir no es sólo asumir su parodia; es también hacer de esa comedia un principio de acción.

 

Hay que rehacer el mundo y el lenguaje; su fragmentación es una doble condena: nos despoja de algo a la vez que hace de ese despojo el comienzo de otra aventura de fundamentación. Fundar de nuevo el mundo y el lenguaje: para ello habría que empezar por su crítica. En ese sentido, Cayo Claudio Espinal invierte los términos. Lo que propone no es tanto una crítica a la poesía como una

poesía crítica. Toda creación estética, por supuesto, es crítica; de ahí la sucesión de escuelas y de estilos. Pero este tipo de texto, tal como lo concibe el autor, proyectándose en la tradición mallarmeana, tiene un sentido distinto.

 

Es "un acto de habla que ríe conclusivamente… un chiste audaz del propio sentido, que da su torsión para la completud, para la comicidad de la referencia, de la intensión, intención, de la alución y de la delución; de la estructura y su génesis; del tiempo, de la cultura" (pág. 140). "Pero esta risa no sólo hace los actos de habla, los trasciende, rompe el fonocentrismo, el logocentrismo: completa los actos de habla, el logos, con otros lenguajes y los precisa riendo en cuatro dimensiones, en las cuales se oye la carcajada de Husserl, Wittgenstein,

Derrida y Einstein. Es una risa que construye, incluso, una arquitectura cómica, un urbanismo cómico, comediante" (pág. 143).

 

No se trata de un simple simulacro, sino de una pasión desmesurada y, por ello mismo, subversiva. Como toda subversión, no excluye la lucidez: la intuición de los límites últimos o de la imposibilidad. Después de Rimbaud -ha dicho Paz- (1979) ya nadie puede escribir sin un sentimiento de inutilidad. En este sentido, Cayo Claudio llega a decir en una parte de su libro:    " … el miedo sublima, los elementos, el hermoso brotar de fragmentos, del pie, que delira geometría, para la doble perspectiva con que huye el misterio…" (pág. 152).

 

El mundo actual va más allá de la crítica en la medida en que está atrapado en un movimiento perpetuo de desilusión y de disolución, el mismo movimiento que lo empuja hacia el orden, y hacia un conformismo absurdo.