Nuevos aires se respiran por las colinas del Palacio Nacional de la República. Aunque los inquilinos previos abandonaron la propiedad pública en estado de descuido, el denominado Gobierno del Cambio ha dado pasos para evidenciar que los asuntos marchan de manera diferente desde el pasado 16 de agosto.
Su administración apenas inicia sin tregua los 3655 días de su gestión. La prueba de fuego inicial lo confronta con varias crisis simultáneas, de índole pandémica, sanitaria, educativa, política, académica, social y climática.
Al ser uno de los más jóvenenes presidentes constitucionales de la historia republicana, la mayoría asume que tendrá los bríos y la voluntad política necesarios para afrontar lo imponderable en una sociedad acostumbrada a creer que todo lo que parece, no es. En esa especie de desdoblamiento social en el bestiario político y social de la nación donde lo real parece ser el todo y a la vez es nada.
Frente a ese despojo, la hoja de ruta de la nueva administración del presidente Luis Abinader fue descrita de manera magistral en su discurso de toma de posesión en la sede de la Asamblea Nacional. Se puede resumir en tres puntos: democracia, transparencia y lucha anticorrupción. Una tarea pendiente en cada gobierno de turno.
Si a ello se suma su fe cristiana inquebrantable, el legado y los valores de haber nacido en una familia de empresarios, acostumbrados a desafiar imprevistos y tomar riesgos calculados, a no perder la dignidad, y a tener fe en la democracia real, el pueblo dominicano puede estar seguro que tomó la decisión sabia el pasado 5 de julio. Pero ahí no termina todo, es apenas el comienzo.
Para ello, la confianza es esencial para que la democracia funcione dentro de los parámetros políticos que rigen el balance de poderes y el vínculo entre el gobernante y los gobernados. Una relación en la que al principio y al final imperen la razón, la institucionalidad y el sentido común por encima del abuso estatal, el egoísmo ilimitado, la soberbia y la prepotencia de los que detentan el poder político o pretendan violar las leyes.
El presidente Luis Abinader ha prometido combatir la corrupción del pasado, del presente y del futuro. Ello en esencia es una falla medular del carácter político nacional, en un país históricamente huérfano del buen ejemplo del liderazgo político nacional, social, empresarial, religioso y ciudadano.
Esos defectos políticos, que nacen con la República, él comprende deben eliminarse dando el ejemplo en la praxis desde la primera magistratura del Estado. Todo depende ahora de que la sociedad en conjunto y los socios en la orquesta que le acompaña ejecuten los instrumentos con el tono, la afinidad y la responsabilidad que corresponde a cada funcionario y a cada ciudadano.
Para el nuevo mandatario, miembro de un partido que cree en los principios y valores de la democracia liberal y la socialdemocracia cristiana, no resultará difícil vibrar en sintonía con los anhelos de las capas sociales baja, media y alta, en la misma medida que anule de manera gradual el espíritu trujillista, parasitario y caudillista que late en cada individuo y en la médula del Estado republicano.
Vivir en democracia no es tarea fácil cuando se asume en términos de deberes, responsabilidades y derechos naturales consagrados en la Carta Magna. Por lo menos, al principio su mensaje es el correcto: un funcionario público no es un semidiós; es un servidor del semejante, del pueblo, quien paga su salario. De ser así, el presidente se perfilará como un buen capitán y guardián del Estado, y retomaría un legado perdido en la oscuridad de los tiempos.
Para Luis Abinader su mayor desafío es la solución al teorema político, económico y social de Pitágoras en la República en tiempos de crisis. Modificar, variar, alterar y transformar los esquemas y paradigmas heredados de prácticas obsoletas de dependencia y populismo en la política nacional, y alejar a la nación de tendencias y ejemplos autoritarios y dictatoriales rechazados en las urnas una y otra vez.
Por el bien de la República, sería injusto dejarlo solo. Merece ser y estar acompañado por encima de banderías políticas y vendettas personales. Su invitación en la actual hora difícil es a estar unidos en el consenso y en un gobierno de unidad nacional. Vale la pena acompañarlo hasta que las aguas se calmen en medio de la tormenta. Después de todo, todo cambio no es mejora, pero toda mejora es cambio en la cátedra Abinader: Democracia 101.