Históricamente en nuestro país hemos seguido más a las personas que a las ideas, por eso sin importar cual sea el cambio en el discurso que tenga cualquier líder político, mientras no afecte los intereses particulares de sus acólitos, los mismos estarán dispuestos a seguirlos aunque sus posiciones hayan perdido sentido.
Algunos pensarán que esto se debe al arraigado caudillismo, otros que al también muy enraizado clientelismo, pero lo cierto es que confluyen otros factores como el poco espíritu crítico que se enseña en nuestras escuelas y universidades, en un país donde el arte de debatir es visto con ojeriza y donde la mayoría entiende que no se puede disentir del presidente, así sea de cualquier organización de la cual se es miembro.
Por eso los militantes de nuestros partidos políticos se han conformado o con seguir a sus líderes en sus ambiciones de permanencia en el poder, aunque sea a costa de las posibilidades de que emerjan otros líderes, lo que algunos justifican so pretexto de garantizar la permanencia en el poder del partido en cuestión; o han debido separarse, creando nuevas agrupaciones políticas.
Este fenómeno ha llegado a extremos como de que líderes indiscutibles como Joaquín Balaguer y Juan Bosch, hayan ganado elecciones o se hayan presentado a las mismas, a pesar de la ancianidad y ceguera del primero y los evidentes problemas de salud del segundo; lo que solo puede ser explicado por una pasión desmedida.
Si de verdad tuviéramos conciencia de la importancia que tiene en una sociedad el cumplimiento de su Constitución, de lo que es parte consustancial su vocación de permanencia en el tiempo, ninguna razón fuera válida para dar pie a situaciones que impliquen irrespeto al marco legal vigente o modificación acomodaticia del mismo.
Pero cuando unimos esta falta de conciencia con el servilismo, lo que en otras latitudes sería una propuesta impensable o rápidamente desarticulada por los hacedores de opinión, en este país de inmediato se le allana el camino, por aquello de que oponerse al poder trae malas consecuencias.
Pero esto no sucede solamente a nivel presidencial, sino que ese mismo efecto se reproduce a todos los niveles, por eso tenemos eternos candidatos a alcaldías, senadurías, diputaciones, los que o se aferran a sus puestos por años los que conservan en muchos casos más por razones clientelares que por buena gestión, o se mantienen postulándose, sin aceptar que su tiempo pasó.
En este proceso electoral tenemos los mismos elementos en juego, la búsqueda de una postulación por quienes ya ocuparon la presidencia, el recurrente intento de permanecer en el poder por quien lo ostenta, y la batalla campal por emerger de nuevos líderes.
Ojalá que revisemos nuestra historia y nos demos cuenta de cuánto mal nos ha provocado este círculo vicioso de permitir que aquellos que surgieron en su momento como líderes nuevos se conviertan en caudillos, castrando no solo la posibilidad de que surjan nuevos liderazgos, sino de que recibamos los efectos positivos de una alternancia, que si bien no asegura que las cosas marchen bien, al menos abre la posibilidad de encontrar nuevas recetas para avanzar en distintas direcciones.